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A mi mami con cariño

ADELA CELORIO

Hay certezas inamovibles, y la ilimitada reserva de amor, de generosidad y de heroísmo que se atribuye a la madre, es la más inamovible de todas; aunque para ser honesta conmigo misma y a riesgo de ganarme la enemistad de los lectores, siento la necesidad de cuestionar la inamovilidad de semejante aseveración.

Permítaseme por esta vez, pertenecer a la minoría más menor de nuestro país que se atreve a reflexionar sobre la irreflexiva intensidad con que durante las veinticuatro horas del próximo 10 de mayo, nos ahogaremos nuevamente en el abundante manantial de miel que genera el amor materno; aunque al día siguiente la identitaria mentada de madre retome su cotidiano quehacer.

Es indiscutible el hecho de que madre sólo hay una, pero a veces con ésa basta para someter y desvirtuar la vida de algún buen hijo. Cuentan que Jorge Luis Borges vivió durante casi toda su vida con doña Leonor Acevedo, su madre, quien colaboraba con él en las traducciones, y según fue quedando ciego el escritor, también en las lecturas.

Lo acompañaba en sus viajes, y había quien viéndolos del brazo -Doña Leonor siempre altiva, aparentando mucho menos edad de la que tenía- pensaba que eran en realidad marido y mujer. La misma noche de bodas en que Borges, recién casado con Elsa Astete; pretendía ir con ella a su departamento, ante los disturbios que amenazaban las calles de Buenos Aires, mamá Borges convenció a su chiquilín de que debía quedarse a dormir con ella en su casa. El dócil hijo aceptó, pero tras una breve discusión, Elsa se marchó, y esa primera noche durmió sola. Innecesario decir que el matrimonio sólo duró tres meses. La relación entre Borges y su mami llegó a ser tan absorbente que el hijo siempre se sintió obligado a llamar a la madre para informarle dónde y con quién se encontraba; y a qué hora pensaba regresar a casa. Cuentan también que a la muerte de la madre, parado ante la puerta de su habitación, Borges hablaba con ella.

Proust tuvo también una relación de absoluta dependencia respecto a su progenitora, quien le organizaba desde el corte de pelo hasta la dieta. De él y su madre se conserva una cuantiosa correspondencia que ambos deslizaban bajo las puertas de sus respetivas habitaciones.

Lezama Lima, a quien su madre llamó Joseíto toda su vida, compartió siempre con ella su casa de la calle de Trocadero; y Antonio Machado no sólo compartió su vida con la madre sino que murió junto a ella con apenas tres días de diferencia y ¡están enterrados en la misma tumba!

Es incuestionable también la fascinación que ejerce una madre muerta, ausente o desaparecida, y evocada, como ocurre en "El primer hombre" de Camus, o con Virginia Woolf en "Al Faro". La madre muerta en los bombardeos de Barcelona, es un motivo recurrente en la obra de los hermanos Goytisolo; y la madre ausente de Amos Oz, es una presencia constante en "Historia de amor y oscuridad", que es mi libro de cabecera más reciente. Menos mal que no todas las relaciones entre los escritores y sus madres han sido siempre tan estrechas.

Balzac, criado por una nodriza y educado en diversos internados, nunca se llevó bien con su madre, a quien veía como a una extraña. Baudelaire jamás le perdonó a la suya que se casara en segundas nupcias con el coronel Aupick, un vecino al que el escritor profesaba un desprecio profundo; y tampoco Galdós tuvo buenas relaciones con la madre autoritaria a la que prácticamente no volvió a ver cuando salió de su casa camino a Madrid.

Y ya en terreno más personal, mi madre ha sido un ejemplo de abnegación para sus hijas; que más que lágrimas y quejas hubiéramos necesitado el ejemplo de un rol femenino eficiente que nos ayudara a afrontar el difícil mundo que nos aguardaba.

Pero mujer-niña, dependiente económica y moralmente de papá, y sin un proyecto personal que rebasara los muros de su casa, muy al estilo de su época mi madre se ofreció como víctima, y acreditó con su "sacrificio" una deuda de reconocimiento y consideración que sus hijas; hagamos lo que hagamos, nunca acabaremos de liquidar.

Menos mal que eso de la abnegación y los sacrificios maternos va cayendo en desuso, y aunque el peso mayor de la responsabilidad familiar sigue recayendo sobre los hombros femeninos; las madres comenzamos a entender que no es siendo sufridoras, sino fuertes y asertivas, como contribuimos de manera más eficiente en la formación de nuestros hijos.

Sólo si cumplimos con nuestra propia vida seremos capaces de respetar la libertad de nuestros hijos, quienes con juventud y con frecuencia con una preparación muy superior a la nuestra, deben partir solos a realizar sus propios sueños.

Crecidos los niños, lo que toca es cuidarnos y consentirnos nosotras.

Ojalá que la miel que se derrama el 10 de Mayo nos dure todo el año.

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