Existe un lugar lejano en el que se esconden los delirios y las locuras sin asombro; un espacio en el que no es suficiente estar para existir, ahí transcurre la vida sin anhelos, ahí la realidad se conmueve de sí misma. Quiero dejar de pertenecer a esa tierra de nadie, donde la voluntad general ha quedado sin manos que respondan por el curso de la historia, donde los hombres se enclaustran en sus propias razones, olvidándose de cuanto existe.
Es letra muerta. Cuántos capítulos constitucionales completos terminan catalogándose de esta manera. Palabras que se repiten en desorden, oídos que las escuchan en silencio, distracciones.
En México hay muchos espacios que aparentan estar vacíos, en los que el eco no resuena, lugares de los que la atención ciudadana se ha olvidado, porque no hay tiempo, porque hay tantas complicaciones con la propia vida como para preocuparnos por ellos.
Y no es sólo por descuido, por relegar los asuntos infinitamente, a veces también es por resignación. Por no demandar, por no desgastarse en una "acción inútil", por no desatender lo que urge, lo importante.
Por que el costo de desafiar a una autoridad, a una instancia pública, a un representante del pueblo, es alto. ¿Que si hay intentos de regulación?, claro que existen. Los reclamos se disfrazan en los hechos noticiosos de cada día, entre las líneas que nadie se ocupa de tachar de duras. Son obvios, diarios y se pronuncian cadenciosamente, sin más contrapesos que los que ellos mismos deciden presentar.
Asistimos a una época llena de exigencias. Día con día somos testigos de la imperiosa necesidad que nuestra democracia reclama de cada uno de los que habitamos este país, pues solemos dejar en manos de pocos las responsabilidades de muchos. No obstante, si no somos capaces de proponer con la misma sagacidad con la que criticamos, tanto políticas como programas gubernamentales, tampoco tenemos derecho a exigir un presente distinto.
Ciudadano es aquel que es su propio señor, el que no es siervo, el que no es vasallo, menos aún esclavo. El que está dependiendo de otros es alguien a quien le hacen la vida. El ciudadano es el que es su propio señor, el que hace su propia vida, que es autónomo (Cortina, Adela; 2008).
¿Te consideras ciudadano? ¿O formas parte del casi 42% de los mexicanos que nunca lee las noticias en el periódico, o del 46% que las escucha o ve en los noticieros de diario (Ochman, Martha; 2008)? Estamos urgidos de ciudadanos que se responsabilicen por el futuro que tan fehacientemente exigimos, o de la realidad de la que tanto nos quejamos debería ser distinta. Por ello, en lugar de insistir tanto en lo que debería ser, hablemos de lo que debemos hacer.
Las quejas se acumulan, los decires se explayan, y los gobernantes continúan teniendo los mismos discursos y frases ante las cámaras. Ahora bien, para que el asunto esté equilibrado tiene que existir la contraparte, los árbitros del juego, me refiero a esa idea abstracta denominada ciudadanía. ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a emitir una mejor propuesta, a criticar con decoro y fundamento?
Sin duda son muchos, pero ¿suficientes? Héctor Aguilar Camín escribe en su libro "México. La ceniza y la semilla" que la ciudadanía tiene tendencia a ver las leyes como un espacio de negociación antes que como un marco de obligaciones específicas que hay que cumplir.
Esta tendencia a vivir en la ilegalidad nos ha acarreado muchos problemas, desde vivir en una economía informal, hasta negociar leyes y cumplir sólo las cláusulas que se adecuen a los intereses de quien las aplica. Y esto, a su vez deriva en muchas otras situaciones que no hacen sino seguir fomentando estas actitudes. Buena parte de los mexicanos están acostumbrados a pedir a sus autoridades más de lo que éstas pueden ofrecerles realmente.
Son pocos quienes cumplen con sus obligaciones de ciudadanos, muchos los que permanecen en el anonimato, entre las sombras de quién sabe qué lugares. Esos que no se preocupan por el proyecto de nación, y quizá sea sólo por la falta de conciencia que los entere de cómo pueden colaborar. Necesitamos ciudadanos; informados, que estén dispuestos a dedicar parte de su tiempo e interés a entender qué actividades son necesarias emprender, personas dispuestas a asumir compromisos.
En fin, podemos seguir cómodos en nuestra pasividad, pensando a ver en qué momento los problemas terminan de resolverse; pero no se trata de preocuparnos, sino más bien de ocuparnos y dejar de ser parte de ese lugar en el que se encuentra nuestra ciudadanía en espera.
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