Los estilos y las formas son eso; pero calan. El secretario de Gobernación apareció en el escenario, frente a miles de estudiantes. Fue hace unas semanas, en Mérida. Habló breve. Algunas generalidades sobre la necesaria participación ciudadana para que "México sea un mejor país"; o algo así.
Su tono condescendiente más bien pretendía la implicación del respetable. Iniciaron las preguntas, también generalidades; algunos tintes rebeldes. Las respuestas, en tono y fondo, reflejan mucho de lo que ha sido la constante del sexenio en curso: el regaño, el mexicanísimo toallazo, como marco para tratar de encontrar la cuadratura a un círculo que parece amiba mal-trazada.
No es personal con el Secretario de Gobernación; de ser así, no pasaría de anécdota. Y va más allá de estilos personales, en tono y forma de dirigirse a interlocutores. La constante de la casa, en los últimos años -y con casa me refiero al genérico "México" desde la clase gobernante-, ha sido culparnos al resto de los mortales de los pocos o nulos avances en varios ámbitos del quehacer nacional.
Si la delincuencia no para, es porque no la denunciamos. Si la dinámica del crimen organizado se enquista, es porque no la detenemos. Si la Oposición gana, es porque no votamos bien. Si la imagen de México en el extranjero sufre abolladuras, es porque nos empeñamos en hablar mal del país. Si tenemos paupérrimos hábitos de lectura, es porque los papás no hacen que los niños lean. Si las mujeres sufren vejaciones, es porque en estas épocas de calor -¡y vaya que hace un calor tremendo!- se visten con ropas ligeras. Si en Juárez mueren los que caen, es porque la sociedad no se organiza. Si la sociedad se organiza y reclama, es porque no acepta la benevolencia de quien se pretende eterno protector. Si asesinan y acallan periodistas, es porque en algo sospechoso andan metidos. Si nuestro papel en la Sociedad del Conocimiento y la Digitalidad no pasa de ser periférico, es porque no entendemos que antes, mucho antes, hay que solucionar los eternos y nostálgicos rezagos de nuestro imaginario. Si nadie cree lo que digo, es porque los medios de comunicación nos manipulan. Y si nos volteamos a culpar a los medios de su pobre y mezquino actuar, es porque ya perdimos el horizonte. El que sea.
No minimizo la importancia de la participación ciudadana. Es más, poco de lo que me dejó buen sabor de boca en el cierre del año pasado fue presenciar la consolidación de voces "no pertenecientes", pero sí interesadas, en el quehacer nacional: sea el voto, los pequeñitos muertos en Hermosillo, el desastre en Juárez, los asesinatos de periodistas, la encarcelación de mujeres indígenas, la imposición de ciertos impuestos, el agandalle de la participación política. Como tal vez en pocas épocas de nuestra historia estamos viendo a diversos, variopintos y multirregionales grupos implicarse e interpelar. Pero sí, está bien, queremos participación ciudadana, pero no se excedan: si tantos participan en tantas cosas, es porque seguro alguna fuerza del mal los dirige.
No fue sólo el Secretario de Gobernación, con ese tono entre regañón y condescendiente. Hay, insisto, una constante. El espíritu de la época pareciera ser la de un Pilatos recargado (reloaded, para no traicionar a la Matriz): lavarse las manos porque si mis ideas y proyectos, brillantes y lúcidos sin duda, no avanzan, es porque ustedes no los saben apreciar. No hay más. No se atiende a la herida densidad ciudadana, a las altísimas barreras de entrada para la participación, al poco impacto de las macromedidas en la microvida, sí, esa que sí importa. Lo macro arropa a pocos; lo micro afecta a todos.
El toallazo, como cultura, no nos está funcionando. Propongo que mejor entendamos la interlocución como horizonte. Porque sí, cuando todos somos culpables de todo, nadie es responsable de nada. Sólo falta que arguyamos: ¡fueron los dioses!; les juro que nosotros sí queríamos tener un México precioso.