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Actividades primarias y los servicios

JULIO FAESLER

La rueda Doha se ha desvanecido, perdida en lo que puedan ser simples conversaciones entre los ministros de comercio de los distintos países. No creo que el saldo neto haya sido gran pérdida para los países emergentes como México, que tenemos muchos arreglos de comercio bilaterales y multilaterales. Nosotros, por ejemplo, tenemos alrededor de 44 países socios en tratados comerciales. Es una verdad muy comentada que estamos aprovechando estos convenios. Esto podría ser un argumento para no dolernos de que la Rueda Doha no se haya finalizado.

Los países más adelantados pueden lamentar este hecho, pero habrá que recordarles que los apoyos que dan a sus industrias con cláusulas que aseguran preferencias para ellos y los subsidios que garantizan altos niveles de vida a sus agricultores son más que suficientes para asegurar precios de venta atractivos para sus productos.

En cualquier país la necesidad de hacer algo para defender los niveles de empleo estará siempre presente. Más y más se advierte, empero, que la proporción del Producto Interno Bruto de las actividades de producción física decae. El ahorro de la mano de obra en los procesos industriales es el objetivo general; se la sustituye por los procesos robotizados en las plantas industriales. En la agricultura el fenómeno se ha presentado viene presentándose desde hace mucho más de un siglo.

La decisión que se tomó en México al terminar la Segunda Guerra Mundial de reducir la población campesina por considerarla "redundante" se debió a que los sectores oficiales y privados estaban convencidos de que la producción de alimentos no requería de 60-70 por ciento de la población que entonces se dedicaba a ella. La distribución económica de la población de los países desarrollados como Estados Unidos o los europeos era el desiderátum. Con porcentajes rurales que ahí no llegaban ni al 5-10%, se pretendía confirmar que el grueso de la población mexicana debía estar en las actividades secundarias, o sea, en la industria.

En las siguientes décadas el porcentaje demográfico en los países industrializados no ha variado demasiado. En cambio la transformación en México como en otros países "subdesarrollados" fue drástica. En 2010 nuestra población rural no más del 15%. La transformación no fue, sin embargo, exitosa porque una vez echado a andar el intencionado proceso, nunca se complementó con políticas consistentes y duraderas para crear la estructura industrial que absorbiera a la población expulsada del campo. Los contingentes llegaron a las ciudades sin hallar ocupación y se recrudeció la emigración que siempre ha existido a los Estados Unidos.

El factor ocupación está al fondo del comercio internacional. A medida que avanza la sustitución de trabajo agrícola por el industrial y ésta a su vez con sistemas automáticos o incluso de robótica, la desocupación es el inevitable resultado.

Los expertos creen responder señalando con satisfacción el impresionante crecimiento del sector terciario, el de los servicios, que en todos los países ocupa grandes proporciones de la fuerza de trabajo. En México ese sector ya representa no menos del 60% de la población económicamente activa. El proceso, nos dicen, además de saludable es imparable.

La Ley de rendimientos decrecientes nos recuerda que la adición de una unidad de un factor, el trabajo, la tierra o el capital, no necesariamente resulta en un aumento exactamente proporcional en el producto final. Si bien la tecnificación del campo ha creado aumentos impresionantes en la producción agrícola, y de igual manera en la industria, la reducción de la población dedicada a la producción física tiene sus límites. De igual manera el crecimiento del sector servicios no puede seguir indefinidamente por mucho que se alegue que las necesidades, gustos, urgencias o incluso caprichos son infinitos. Los rendimientos decrecientes provocan ineficiencias como las que ya se manifiestan por doquier que frenan el proceso.

Hay, empero, otra razón. Los servicios son por su propia naturaleza necesariamente dependientes, no tienen existencia propia. Las necesidades básicas del ser humano se cubren con alimentos, vestido, alojamiento y medicinas. Al demandarse más (o menos) estos artículos tangibles, las técnicas para lograrlas y servirse de ellas serán más (o menos) requeridas.

Las necesidades básicas humanas son inevitables y los productos que los satisfacen son irremplazables. Tendrán siempre que existir. Las crisis financieras que, por ejemplo, hemos presenciado y sufrido en los últimos tiempos, recalan al final de cuentas en la abundancia o escasez de los satisfactores físicos: es su disponibilidad la que determina el cotidiano nivel de vida de los individuos y de la sociedad.

La seguridad de empleo que tanto se le atribuye a las actividades terciarias, o de servicios, será pues siempre precaria. La demanda de servicios de los individuos que ni cultivan ni fabrican satisfactores tangibles será función de la actividad agrícola e industrial. En las crisis son los servicios los más amenazados de desempleo. En cambio, nunca podremos prescindir de la producción de los bienes que responden a nuestras necesidades físicas y simples. No lo olvidemos.

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