Sobre escenarios de diálogo armados para los medios -como el de anteayer en Palacio Nacional, o el de Marcelo y Cuauhtémoc bajo la tutela de don Lázaro- y tras frases comedidas y promesas de acuerdos entre los actores políticos, siempre termina imponiéndose la realidad. Se trata de la realidad de la fragmentación de un sistema político que privilegia la fragilidad de las expresiones -siempre efímeras- de aproximaciones entre adversarios que en realidad son feroces competidores por parcelas, trozos, jirones o territorios de poder.
Lo mismo pasa con López Obrador y Ebrard o con Peña Nieto y Beltrones. Y con todos ellos frente a Calderón. El presidente parece haberlo entendido. Y lo mismo pacta con el PRD de los Chuchos y Ebrard para sacar de la jugada a Peña Nieto, al costo de dejar al rojo las tensiones entre AMLO y su partido, que se aproxima a Peña Nieto entre los reflectores de los medios en busca de mensajes de unidad ante el crimen organizado.
E igual el presidente le da vía libre a la erosión de su aliado el PRD vía el michoacanazo y el nocaut mediático contra el ya célebre tuta-diputado perredista, que parecería alentar o al menos dejar alentar, en algunos medios, escenarios de ingobernabilidad en Nuevo León. Ello sin que aparentemente le importe la necesidad de mantener la consistencia y operatividad de sus acuerdos de coordinación con el gobernador priista de ese estado, Rodrigo Medina.
Si el indicador más fiel de eficacia del gobernante en los regímenes presidenciales, como el de Estados Unidos, es el grado en que los presidentes logran construir coaliciones en el Congreso para cumplir sus programas de gobierno, aquí pareceríamos conformarnos con lograr golpes escénicos y mediáticos de un día con simulacros de acuerdos irrelevantes en términos de programas de gobierno.
Parecería tratarse más bien de fórmulas de sobrevivencia política entre cambiantes y quebradizos equilibrios y entre golpes y empellones de opinión pública, y no una vía para ejecutar algún punto programático, a algo más de dos años del término del actual período presidencial.
Y es que no parece ser para presumir que al filo del penúltimo año de gobierno se logre una reforma para responsabilizar en tribunales civiles a los militares por algunos excesos contra la población -aún no todos- que cometen en la guerra del narco, entre otros difusos cambios legales.
Pero tampoco parecen para presumir los rendimientos del Gobierno Federal para la conservación del poder frente a quienes se lo regatean, manteniendo a raya a Andrés Manuel López Obrador al enfrentarlo a los Chuchos. Y a los Chuchos por la vía de los involucramientos de algunos de sus cuadros en la narcopolítica. O a Peña al permitir la socavación de su aliado de Nuevo León o privilegiando el diálogo presidencial con Beltrones.
COMPETIR POR LAS CÁMARAS Como tampoco son para presumir los logros escénicos para iniciados, es decir, sin trascendencia para la población, de quienes le compiten los reflectores mediáticos al presidente. Por ejemplo, la intensa gestión en los medios de Beltrones para colocarse como interlocutor privilegiado del presidente puede lograr incluso que algunos despistados empresarios regios lo llamen "el presidente alterno", pero la gente común no alcanzará siquiera a valorar su promoción de una reforma política contraria a la propuesta por Peña para asegurar gobernabilidad vía la construcción de mayorías. Y la gente tampoco apreciará su habilidad para erigirse en el protagonista del encuentro en Palacio, a costa de los demás coordinadores parlamentarios del Senado, los que fueron y los que no fueron al encuentro con el presidente.
Ello mientras el equipo presidencial de comunicación (primero vía Twitter y luego con un comunicado) subrayaba la importancia de la reunión con los senadores (que asistieron) para garantizar que se mantiene el diálogo... envuelto por y para los medios.
