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Adiós oportunidad

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

 L Os políticos se quejan de la falta de oportunidad para impulsar su ideario y su proyecto, pero nunca dicen nada cuando teniéndola, la pierden.

Esto último le ocurrió al panismo con los actos conmemorativos del Bicentenario de la Independencia. Dejó escapar la oportunidad de fijar, con motivo de la conmemoración, su idea y estilo de gobierno, su concepto de política y sociedad así como su visión del pasado... y el futuro. A pocos gobiernos se les presentan coyunturas como ésas, el panismo ha tenido dos y ambas las ha desperdiciado: la alternancia en el 2000 y el Bicentenario en este 2010.

Se puede pensar que la frivolidad del foxismo derrumbó la posibilidad de convertir la alternancia en la alternativa y se puede pensar que la falta de organización del calderonismo derrumbó la posibilidad de aprovechar la conmemoración para refundar el país. Ojalá hubiera sido eso.

Hay la mar de fondo en lo ocurrido. A lo largo de casi 10 años, el panismo ha exhibido sin querer falta de ubicación ante la historia, ausencia de concepto y discurso político como filosofía de gobierno alternativo, visión autoritaria de la noción de unidad nacional, anquilosada percepción de la composición social y primitivo ejercicio del poder. Además de un profundo desconocimiento de lo que es la escenografía, la liturgia y el rito del poder.

***

No se habla aquí de la fiesta. El espectáculo como tal, y según las encuestas de opinión, satisfizo el espíritu patrio y festivo de un buen segmento de la sociedad. El punto no es el de la fiesta, sino su motivo.

Si el foxismo despilfarró el bono democrático, el calderonismo desperdició la oportunidad del Bicentenario. Vio la fecha como un compromiso cívico-histórico a atender, pero sin entender su significado litúrgico-político. En su libro El poder en escenas, el francés George Balandier, recopila, desmenuza y analiza los ritos de poder para explicar cómo los poderosos construyen su escenografía, cómo se plantan en escena y cómo hacen sentir su autoridad, peso y fuerza. Explica, pues, la teatrocracia. De México, recupera dos escenas de poder: el sacrificio de humanos practicado por los aztecas y la ceremonia de El Grito en la plaza mayor de la República.

Esta última escena, la reconoce por antonomasia como el acto donde a su voz, el poderoso hace responder a coro a la nación y, en esa liturgia, tiende un hilo de continuidad en la historia y de posibilidad hacia el futuro. Eso no lo entendió el panismo. El Bicentenario era mucho más que una efeméride obligada.

El calderonismo atendió sin ánimo la fecha, pero no entendió la enorme oportunidad que se le presentaba para mandar el mensaje de cómo concibe el poder y qué pretende hacer desde él. Tuvo tiempo, pero no se interesó y salió del apuro contratando un espectáculo como quien alquila un servicio de banquetes sin importarle el motivo ni el lugar -en el tiempo y el espacio- de la fiesta.

El espectáculo fue lucidor, pero careció de sentido histórico y político.

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La desorganización y el desinterés oficial por el Bicentenario reflejaron algo de mucho mayor fondo.

Aparte del desfile de carros alegóricos y el de las Fuerzas Armadas, hubo otro desfile que, en cierto modo, explica la falta de entendimiento del panismo de la historia y el poder: el protagonizado por los coordinadores oficiales y extraoficiales de la Comisión Organizadora. El perfil de cada uno de esos coordinadores exhibe una absoluta falta de idea de lo que se pretendía. Desfiló un político de talla, un músico sin partitura, un político milusos, un filántropo, un administrador de cultura, un historiador con dudas y, finalmente, un politólogo con vocación de político y conferencista de justificaciones.

Ese otro desfile puso en evidencia que al gran orquestador, el presidente de la República, ni le interesaba ni le importaba ni entendía eso de la Independencia y la Revolución para reconstruir, después de tantos resbalones, el discurso de su gestión.

Guardados los disfraces, desmantelados los carros, agotado el fuego de artificio y sin saber qué hacer con el coloso sin identidad, no queda ni una obra pública memorable y mucho menos un discurso que sacuda la conciencia. Sí se habló de nuevo de la unidad nacional, pero ese discurso despide un tufo a naftalina o, peor, a autoritarismo.

Adiós a la oportunidad.

***

Lo grave es que si, de lo hecho, es menester derivar el concepto de poder, la percepción de la sociedad y la visión del futuro del panismo, la conclusión es terrible: el panismo es tímido y primitivo en el ejercicio del poder, tiene un anquilosado concepto clasista de la sociedad y, desde luego, carece de una noción de la historia y, por ende, del futuro. En suma, es incapaz de constituirse en gobierno.

El panismo es tímido y primitivo en el ejercicio del poder porque, de la organización, la fuerza y la inteligencia que exige la política, privilegia sobre todo la fuerza. El foxismo y el calderonismo muestran falta de imaginación política y, por lo mismo, se han echado en brazos de la fuerza de corporaciones gremiales o empresariales o, bien, de la Fuerza Armada. No entienden el poder como un ejercicio de imaginación, osadía y negociación. Siempre buscan un enemigo o adversario, real o fantasmal, para aniquilarlo y, en esa lucha, encontrar el respaldo y la unidad requerida.

Tiene una visión clasista de la sociedad porque, bien vistos, expidió boletos de primera fila y de luneta o cordial invitación para encender el televisor para presenciar los actos conmemorativos. Invitación intransferible para presenciar los honores militares en el traslado de los huesos patrios, dejando "a los de abajo" arrojar claveles en capullo a unos carros con unas urnas; lo mismo para la apertura de la Galería Nacional que, inaugurada, cerró su puerta "a los de abajo" por varios días; invitación intransferible para la escenificación de pasajes de la historia a puerta cerrada en el Colegio Militar, quizá, el acto más popular de la conmemoración; invitación para Palacio y para la plancha del Zócalo y disfrutar del espectáculo multimedia contratado... los "de abajo" vieron un desfile incomprensible por las calles sin la magia ni el esplendor de su despliegue en el Zócalo o, bien, pusieron el televisor.

Por fortuna, no se privatizó el desfile militar.

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Al panismo lo tomó por asalto la historia nacional donde no sabe ubicarse y, por lo mismo, desperdició una oportunidad que se da cada 100 años. El problema de no entender la historia es que, entonces, el futuro se comprende como destino, anhelo o desatino y el presente se vuelve una condena.

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Sobreaviso@latinmail.comss

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