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¡Ahí va el agua! (Y se va, y se va...)

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Uno puede imaginarse la escena: el secretario General de la ONU Ban Ki Moon, asomándose a la nada, oteando el horizonte con el ceño fruncido... y tragando saliva. Ocurrió la semana pasada en Muynak, Uzbekistán, una población que estuvo alguna vez en la ribera de un gran lago, en donde un muelle se extiende bizarramente sobre un desierto gris, y se encuentran camellos paseando cerca del casco de barcos varados... que se quedaron en tierra firme cuando se secó el Lago (o Mar) Aral, el que fuera el cuarto cuerpo de agua dulce del mundo, hoy desaparecido en un 90%.

"Sobre el muelle, no estaba viendo nada. Sólo podía mirar un cementerio de barcos", dijo Ban a reporteros. "Es claramente uno de los peores desastres ambientales del mundo. Me impactó tanto", comentó.

La verdad, uno esperaría que estuviera mejor informado. Desde que el Glasnost de Gorbachev permitió echarle un ojo a la URSS como nunca antes, desde fines de los ochenta sabemos del ecocidio que se cometió con el Lago Aral y sus ríos afluentes. Tenemos más de veinte años viendo esas fotos de barcos pesqueros reposando en medio de un desierto, en sitios donde antes hubo abundante agua y fauna lacustre.

Lo que pasó con el Lago Aral demuestra lo descuidados que hemos sido con un recurso que, ingenua y/o soberbiamente, creíamos que era inagotable: el agua. Los soviéticos se lanzaron a una mal pensada explotación de algodón en las tierras semidesérticas del Asia Central (¿les suena conocido?). Con ello sobreexplotaron las aguas de los ríos que creaban la laguna, y ésta desapareció (¿les suena conocido?), dejando un ecosistema devastado, una economía patas arriba y una población con numerosas afecciones respiratorias y cancerosas por la alteración del medio ambiente (¿les suena conocido?). La interrelación entre el lago, los ríos y su medio ambiente, que había subsistido durante milenios (Alejandro Magno entró al mundo desconocido de las estepas cuando cruzó el Oxus o Amu Darya, hace 2,300 años) fue mandada al demonio en unas cuantas décadas. Así de destructivos podemos ser.

Para terminar de tender el petate del muerto, el National Geographic Magazine de este mes está dedicado exclusivamente al tema del agua. Mejor dicho, a su escasez: el subtítulo es "Nuestro mundo sediento". Pasando esas lustrosas páginas, no se puede evitar que un escalofrío recorra el espinazo desde la nuca hasta donde la espalda pierde su casto nombre.

Y es que en la revista del cuadrado amarillo aparece un artículo tras otro en que nos previene de lo descuidados que hemos sido con el agua, y cómo tarde o temprano vamos a terminar pagando por ello. De hecho, en algunos casos ya encontramos cambios en las formas de vida, costumbres y hábitos de grandes poblaciones. Lo que se creía que no podía ocurrir, ya está ocurriendo.

El famoso calentamiento global, por ejemplo, está fundiendo los glaciares de todo el mundo a un ritmo sencillamente escandaloso. Y ello no sólo afecta al paisaje o a los vendedores de postales. Como bien lo apunta un artículo del NGM, son las grandes masas de hielo de la Meseta del Tíbet las que alimentan las aguas de los grandes ríos de aquella parte del mundo: el Amarillo, el Yangtzé, el Indo, el Ganges, el Brahmaputra, el Irawadi y el Mekong, entre otros más chirris, menos conocidos y con nombres menos pintorescos. De esas aguas depende en gran medida el abastecimiento para usos personales, agrícolas e industriales de algo así como un 40% de la Humanidad. Y a la larga, a menos hielo, menos agua... y las consecuencias serán bestiales: el desplome en el caudal del Yangtzé, por ejemplo, podría dejar sin cosechas a cientos de millones de campesinos chinos que cultivan en sus riberas.

Para colmo, muchos grandes ríos atraviesan fronteras nacionales, así que los conflictos por el agua pueden tornarse guerras internacionales. Siria e Iraq se quejan de que Turquía se queda con la tajada del león de los célebres Éufrates y Tigris, que nacen allá. Jordania, Siria e Israel se la pasan agarrados del chongo por las aguas del río Jordán, que pese a aparecer en tantas canciones melosas es una auténtica manzana de la discordia. India y Pakistán podrían ir a la guerra (y ambos países tienen armas nucleares) no por el viejo conflicto de Cachemira, sino por el destino de las aguas del río Indo.

Muchos problemas se podrían evitar si cuidáramos más lo que tenemos. Pero hay dos grandes obstáculos para darle un uso racional al agua: el primero, que muchos gobiernos, de acuerdo a un populismo trasnochado, subsidian enormemente el servicio hidráulico, de manera que a la gente no le duele desperdiciarlo. En el NGM aparece un comparativo de cuánto cuestan 100 galones (378.54 litros) en distintas ciudades del mundo. Y ahí podemos ver el aprecio que se le tiene a la cultura del cuidado del agua. En Copenhague, que se encuentra sobre el mar, esos cien galones salen a 3.43 dólares. En Phoenix, Arizona, en pleno desierto, cuestan 85 centavos de dólar. En Calgary, Canadá, población bañada por dos ríos y donde un servidor disfrutó por un tiempo del agua más potable disponible en una ciudad moderna, está a 1.32 dólares... casi el doble que en Las Vegas (77 centavos), donde criminalmente se utiliza para fuentes danzantes y otras burradas. En cambio Nueva York, a orillas del mar y con su buen río Hudson, cobra más: 80 centavos. Buenos Aires, situada sobre el Río de la Plata, comprensiblemente (digo, gobiernan los Kirchner) cobra 5 centavos de dólar. La Ciudad de México, la única entre las cincuenta más pobladas del mundo que no tiene río ni se halla cerca de un cuerpo de agua permanente, cobra siete centavos... y todavía se enojan porque Ebrard se las subió a ricos y pobres... como si el desperdicio dependiera de la clase social. Sí, los chilangos pagan el agua más barata que en cualquiera otra ciudad de Latinoamérica, y eso que cada gota tiene que ser bombeada 1,500 metros para arriba y desde 200 kilómetros de distancia. Que al cabo que los idiotas del resto del país los subsidiamos.

El segundo obstáculo para racionalizar el uso del agua es que somos muy comodinos, y nos acostumbramos a consumir artículos que demandan cantidades enormes de agua. Y eso, porque nunca le vimos ningún problema a hacerlo: ¡el agua no se acaba! De cualquier forma, nunca nos imaginaríamos que un par de pantalones de mezclilla implican el uso de 2,900 galones (casi once mil litros) de agua. Por ahí anda lo que se necesita para producir una sábana de algodón. Una humilde hamburguesa, esté o no en promoción, requiere de 2,400 litros. Y la consabida vaca, entre pastura, agua para beber y la requerida para limpiar establos e instalaciones, se chupa a lo largo de su bovina vida la friolera de 816,600 galones: más de tres millones de litros.

Así pues, debemos ser más conscientes de que el agua no es eterna ni inagotable. Hay que irle cambiando al whisky solo. Ni modo.

Consejo no pedido para que se le haga agua la boca: Vea "El río" (The river, 1984), con Mel Gibson y Sissy Spacek, sobre la lucha de un granjero para que sus tierras reciban irrigación. Provecho.

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