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Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

ADELA CELORIO

 T Al vez con esta nota debía unirme al nutrido grupo de periodistas que se conduelen por la desesperada situación de Haití, pero creo que no sirve de nada aumentar con mis lágrimas el caudaloso rio de llanto que anega ya todos los rincones del planeta; por ese desdichado país que tan trágicamente lucha hoy por su sobrevivencia. Ante la impotencia que me provoca la magnitud del desastre, quiero pensar que tanta desgracia puede ser el detonador del cambio: es probable que la comunidad internacional haya aprendido ya de sus errores, y con genuino interés y sin cartas escondidas bajo la manga, auxilie y apoye a los haitianos para encontrar el camino del desarrollo, de la paz y la democracia.

Podría ser también que los haitianos aprovecharan la atención y la ayuda internacional que ha provocado su tragedia, para fortalecerse y corregir el rumbo de su país. Con ese pensamiento positivo me alejo del terreno de las sombras y me planto en el de la memoria para recordar los acontecimientos con los que hemos reconstruido tantas veces este México nuestro para ir conformando eso tan vago, tan mezclado y transculturado que reclamamos como identidad mexicana, y que con tanta frecuencia confundimos con el folklore o con la mexicanidad exacerbada con que cantamos México lindo y querido... cuando estamos en el extranjero.

"Identidad mexicana es cuando a uno le hierve la sangre al oír que se ensalza lo extranjero y se minimiza lo mexicano. Identidad mexicana es cuando uno se desgañita cantando el Himno Nacional. Identidad mexicana es cuando el 15 de septiembre grita uno a todo pulmón: ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!". Me dice Don Felipe Guzmán en su correo, y yo creo que sí, que toda esa emoción (para mí es imposible evitar el nudo en la garganta cuando me uno a una multitud que canta el Himno Nacional) es también parte de nuestra identidad, pero creo que debe haber mucho más; como el sentido de pertenencia, el territorio que compartimos, nuestros rituales de vida y de muerte, los frutos de nuestra tierra que nos alimentan, la lealtad... Imagino que es algo así como la familia, que no siempre nos gusta, pero no permitimos que nadie nos la toque porque como dice Gioconda Belli "Uno no escoge el país donde nace/ pero ama el país donde ha nacido". Las variadas etapas de la Historia de México y su influencia sobre nosotros, hacen complejo trazar un mapa exacto de nuestra identidad. En tiempos de la Colonia, ser español o al menos criollo fue fundamental para tener acceso a las cosas buenas que ofrecía nuestro país. Hubo otras en que el afrancesamiento era lo correcto.

La célebre pastelería "El Globo" conserva aún los menús franceses que Don Porfirio ordenaba para sus banquetes, porque superada su etapa de indio y guerrillero oaxaqueño, se cubrió de medallas el pecho y con aires de gran señor, miraba siempre hacia Francia donde finalmente se exilió y donde todavía reposan sus restos. Las familias porfirianas, enriquecidas muchas de ellas con el comercio del pulque y dueñas de vidas y haciendas en su época, algo conservan del afrancesamiento y jamás soñarían con identificarse con su parte indígena.

Para muchos mexicanos es fácil identificarnos con el esplendor de las culturas indígenas, mas no con los indígenas marginados y pobres que son la parte menos reconocida de nuestra identidad, y a la que me aventuro-conste que dije me aventuro- a atribuir la inseguridad que nos provocan todavía los hombres blancos y barbados que asociamos con el Quetzalcóatl grabado en nuestra memoria ancestral.

En etapas más recientes, mirar hacia el norte, hablar inglés, cruzar la frontera, comprar cachivaches, llamar a nuestros hijos Bryan o Jessy, y deslumbrarnos con la limpieza y el orden que reinan del otro lado de la frontera y que sin embargo escatimamos a nuestro país, es una constante entre muchos de los mexicanos que andamos echando la casa por la ventana por el Bicentenario.

Se me ocurre que más que cohetes y verbenas, tendríamos que invertir los dineros destinados al festejo, en un sistema educativo respetable y eficiente que reforzara nuestra identidad, en campos y formación deportiva que nos diera campeones para reforzar nuestra autoestima, tal vez charlas en las plazas públicas para refrescar en la memoria los eventos más significativos del bicentenario; como por ejemplo la media docena de disposiciones que en 1859 dictó Don Benito Juárez y que conocemos como Leyes de Reforma; que entre otras cosas estatuyen la nacionalización de los bienes eclesiásticos, el matrimonio civil y la libertad de cultos; con lo que gracias a Dios, instauramos un gobierno laico que cambió drásticamente el rumbo de nuestra historia.

Al César lo que es del César, o sea, el dinero, el poder y las cosas terrenales. Para la Iglesia los asuntos del alma y la administración del cielo ¿se puede pedir más? Gracias por sus correos, entre todos encontraremos una buena definición.

Adelace2@prodigy.net.mx

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