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Al viento

ADELA CELORIO

Conservar el pasaporte, no perder ningún avión, encontrar los caminos, manejar sin copiloto, cumplir la misión de mi viaje, y volver invicta; era un proyecto demasiado ambicioso para una madurita como yo.

Que manejo mal, que tengo una pésima relación con los mapas, y que a ratos no sé ni cómo me llamo; aseguran mis hijos. Si a eso le sumo que mis huesos rechinadores se niegan a arrastrar maletas por el mundo; los impedimentos con que intentó mi familia disuadirme de viajar sola, eran contundentes.

Ellos preferirían que yo me desenchufe de la vida y me enchufe a la tele porque es más seguro y más cómodo para todos. ¡Pues fíjense que no! Yo sé que no es ni mucho menos el momento para andar gastando dinero a lo loco, y ni siquiera a lo cuerdo, pero se trataba de un reto físico.

Se trataba de recuperar la autoestima. Además, en alguna parte leí que hay que hacer lo que no se puede hacer. Por eso me fui. La decisión fue difícil, dudé bastante y antes de tomarla cuestioné seriamente a una margarita: me voy, no me voy, me voy... y me fui. "Al viento, la cara al viento, el corazón al viento, los ojos al viento, al viento del mundo para constatar que desde cualquier rincón del planeta, todos los seres humanos buscan la luz, buscan la paz, buscan a Dios".

Separarse de las referencias conocidas despierta los sentidos que la cotidianeidad -ese piloto automático- adormece. Mirar caras nuevas, movernos en horarios enrevesados, cambiar los caminos que recorremos cada día con los mismos prejuicios, con los mismos complejos, con los mismos rencores. "¿Cómo no ser curioso?/ ¿cómo no hacer apuestas a favor/ o en contra hasta que alguien/ pronuncie el no va más?"

Según mi familia debería sentirme satisfecha con lo que tengo, con lo que hago, y aquietarme. Pero cómo hacerlo si como dice Benedetti, "estoy henchida de curiosidad/ callada como un pino en el crepúsculo/ cuando el sol/ ese impar/ muere de a poco/ y también él esconde sus vergüenzas/ Estoy flotante de curiosidad/ ávida de saber o de sufrirme/ flotante entre mis miedos"

Con miedos, porque ese es el mecanismo de defensa con que Dios nos proveyó, pero así y todo me solté por las calles de Madrid para constatar que a pesar de la severa crisis que atraviesa, España no ha perdido su alegría, y los españoles siguen convencidos de que como mejor se está, es estando bien.

Dicen por ahí que nunca es tarde para tener una infancia feliz, y yo, suelta y libre, vivo por unos días la infancia feliz que la vida me debe; aunque debo reconocer que a mi sensibilidad de niña sola por el mundo, la amedrenta un poco el hablar contundente de los españoles, tan diferente al tono comedido y modosito que usamos los mexicanos.

Irresponsable como una niña que nada sabe de la obesidad ni del colesterol, me arrojo sobre las faves y los embutidos acompañándolos con mucho pan, que aquí lejos, no es pan con lo mismo.

En mi euforia lo encuentro bueno todo, si acaso un pelín feo, son los hombres jóvenes, que perdida la tradicional galanura del caballero español, se comportan con insolencia, son descomedidos, se tutean, me tutean, (en un país donde hasta la ministra de guerra es mujer, sienten su masculinidad amenazada) y van por la vida como diciendo: "si tanto quieren ser iguales ¡jódanse!"

Ahí es donde se extraña al Querubín, un hombre a la antigüita que reconoce sin dificultad que ante la Ley y ante Dios somos iguales; pero está consciente de que él debe seguir siendo el feo, el fuerte y el formal; y no duda en ofrecerme su mano firme y segura para que me apoye en ella.

Cuando usted lea estas líneas yo ya estaré en casa y seré de nuevo una adulta mayor y responsable, en pleno cumplimiento de mis compromisos.

adelac2@prodigy.net.mx

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