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ALFONSO FLORES DOMENE

POR: ALBERTO GONZÁLEZ DOMENE

Desde que recientemente partió hacia al infinito, los amigos y familiares de Alfonso Flores Domene traemos una pena en el alma que deseamos compartir con quienes conocieron su obra sabiendo que tenemos una deuda con él. La pérdida transitoria de un amigo bueno como el pan de pulque, humilde como el Justo de Asís y prudente como el nazareno que todos deseamos tener a nuestro lado, nos obliga a agradecerle públicamente a Alfonso todo lo que hizo en beneficio de nuestra tierra, sobre todo a quienes sentimos vibrar en nuestro interior la cuerda de un gran valor humano perdido.

Nacido hace 64 años, precisamente en Nazareno, Durango, Poncho se forjó en la faena del campo escuchando la sentida música de la canción "cardenche", y como lagunero, a carta cabal, amó al terruño que le vio nacer como pocos lo han hecho dejándonos a Malena, a sus hijos y a todos los comarcanos un singular ejemplo a seguir y un hueco muy difícil de llenar.

Lo recuerdo en el año setenta y tres, a los 27 años de edad, en la Ciudad de México, estudiando y luchando a brazo partido por denunciar las tradicionales injusticias que padecemos en México. Infatigable y mesurado, le ayudaba a José Álvarez Icaza en Cencos (Centro de Comunicación y Acción Social), a revelar y archivar los abusos de poder que recibían de todo el país. Allí lo conocí, casualmente, cuando acudí a denunciar a la opinión pública nacional el arbitrario cierre de nuestro programa de televisión "Diálogo" en el Canal 2 de Torreón, y nos identificamos inmediatamente por ser laguneros. Me atendió y entendió de tal manera que dos años después se presentó en la Casa de la Cultura de Torreón, donde yo era director, porque deseaba regresar a su tierra y trabajar a favor de nuestra cultura. Lo enrolé a trabajar en la vieja casona de la avenida Morelos nombrándolo Subdirector de Promoción Artística y nos dio un resultado asombroso; posteriormente, cuando fue nombrado director, de 1979 a 1985, se instaló en el nuevo edificio del bulevar Constitución y siguió entregando su vida por extender ese trabajo cultural que "hace mejores a los hombres", como solía decir nuestro también finado amigo y maestro el Dr. Carlos Montfort Rubín. Alfonso multiplicó los talleres de arte presentándolos durante diez años cotidianamente en el "Teatro Mayrán" y en el "Teatro al Aire Libre" que inició en el Bosque Venustiano Carranza.

Desde esos ámbitos sembró la semilla cultural en muchas poblaciones rurales de la Comarca dedicándose a trabajar sin importar esfuerzo, horario ni descanso; coadyuvó en la creación de las casas de la Cultura de Francisco I. Madero, Matamoros de La Laguna, San Pedro de las Colonias y la Flor de Jimulco presentando a la población lagunera múltiples manifestaciones del arte local. Durante su gestión se generó un gran movimiento cultural con grupos representativos en las áreas propuestas por el INBA y, con el apoyo de las escuelas secundarias y de educación superior, instituyó "encuentros" que continuaron floreciendo mucho tiempo después.

En resumen, como publicó la semana pasada el Gobierno del Estado de Durango, Alfonso fue un gran impulsor de la cultura popular y un promotor incansable del rescate de las tradiciones populares en la Comarca Lagunera.

Cuando se comprobó una vez más que "sólo al árbol que produce frutos se le tiran piedras" y sus detractores lo calumniaron y arrebatándole el puesto de director para apoderarse de aquella institución que había aportado tanto beneficio a la Comarca, le llegó a Alfonso la hora de la prueba; él, enemigo de toda violencia y confrontación innecesaria, optó por refugiarse silenciosamente en Ciudad Lerdo. Allí siguió con entusiasmo trabajando para su Comarca, en el INBA, en Culturas Populares. Continuó en el servicio a su comunidad sin otro interés que el cumplir con el ideal primigenio de impulsar un movimiento cultural generador de iniciativas creadoras que puliera la rica veta humana de la Región.

La queja acoyotada y sentida de aquella vieja canción "cardenche", que escuchó cantar a los labriegos en el surco desde que era niño, se apoderó de su espíritu ayudando a rescatarla del olvido por medio de la edición de varios libros y de varias grabaciones hoy ya conocidas en el ámbito nacional.

Sé que sus amigos de la entraña desaparecidos antes que él, como Paco Fernández Torres, mis hermanos Ernesto y Carlos, y el mismo Dr. Carlos Montfort Rubín, le han recibido con los brazos abiertos, con gran júbilo y cariño, en la Casa del Padre, y, por su trayectoria, le han dicho con Jesús: "Ven bendito del Padre" a gozar del Reino que te tiene preparado desde el principio del mundo porque estuve ayuno de entretenimiento, motivación y conocimiento y tú, con intenso trabajo y profunda humildad, nos alegraste el espítitu entregándote, en vida, todo entero. Recibamos todos el legado de su ejemplo.

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