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Algo más sobre las elecciones

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Mientras escribo, conservadores y liberales negocian la formación de un gobierno en Londres. Los dirigentes sienten en estos momentos presiones extraordinarias y en sentido contrario. Ambos palpan, por una parte, la exigencia de acordar y darle pronto a la Gran Bretaña el gobierno sólido que necesita para encarar la crisis económica. Pactar cuanto antes una coalición que remplace al gobierno laborista y que dé sentido a la voluntad de cambio de los electores. Pero sienten también una presión en sentido opuesto: las bases electorales de cada partido advierten a sus líderes que no respaldarían cualquier acuerdo. Delicadísima operación: la indecisión de los electores debe transformarse en determinación de los políticos. Los electores fabricaron un tapón, toca a los políticos imaginar el sacacorchos.

A veces el voto es hielo. Enfría de inmediato los entusiasmos que fríen los sartenes de la opinión y la militancia. Así los anticipos de la elección británica anunciaban el fin de la hegemonía bipartidista y el ascenso imparable de una tercera opción. No fue así.

Resulta que los votantes no estaban tan decepcionados de la política tradicional. La votación fue desastrosa para los laboristas: su peor desempeño desde 1983; 7 puntos por debajo de los conservadores en el voto popular y casi cincuenta asientos menos que el partido mayor. Y, sin embargo, el partido laborista no se despeñó: mantuvo buena parte de su voto fiel y conservó su posición histórica como alternativa a los tories.

Gordon Brown sigue siendo primer ministro. Resulta entonces que los partidos viejos no eran tan antipáticos como parecía y que la simpatía de la nueva opción era buen motivo para verla en televisión, pero no para regalarle un voto. Mucho cambió en la elección del jueves pasado-pero no tanto. Por los electores se expresó una tradición nacional: dar aire al cambio si es que incorpora la herencia. Cuidar los hábitos si integran novedades.

Los liberales estuvieron muy lejos de satisfacer la expectativa que habían generado en las semanas previas. Y a pesar de ello, ocupan una posición central en la política del día. Paradojas del pluralismo parlamentario. Los enredos de las instituciones electorales colocan al partido derrotado, al partido de la decepción, en la posición central de la política británica. Los liberaldemócratas tienen en su mano el poder de decidir quién gobernará. Los liberales, en efecto, fueron los derrotados de la elección. El entusiasmo por su dirigente no se tradujo en votos. El efecto electoral de la evanescente popularidad de Clegg fue, quizá, motivar a los laboristas a votar el jueves pasado. El hecho concreto es que, a pesar de todo lo que se especuló durante las semanas previas a la elección, los liberaldemócratas perdieron votos y asientos. No han retornado, sin embargo a los márgenes de la política, sino que se instalaron en su capital, discutiendo hoy si inclinan la balanza del poder a la derecha o a la izquierda.

La coalición de los conservadores y los liberales sería la solución más lógica a la elección entrampada. Relevar a Gordon Brown y a los laboristas para dar paso a un cambio desconfiado: una renovación política con restricciones. Nick Clegg, el dirigente liberaldemócrata abría su disposición a colaborar un par de días antes de la elección: los políticos, decía, deben trabajar juntos para resolver los problemas del país. Debemos estar preparados para colaborar. Tras el voto, admitió que a los conservadores toca la primera opción para proponer la fórmula de gobierno.

Cameron, por su parte, abrió la mano de inmediato a los liberaldemócratas. Subrayando que los laboristas han perdido la confianza de los electores, ha empezado a buscar coincidencias con los liberales. No es claro el desenlace de las conversaciones en curso. En las próximas horas deberá hacerse público el acuerdo para que David Cameron ocupe la jefatura del gobierno británico. Me parece improbable que los dos partidos firmen un acuerdo formal de coalición gubernativa. Los desacuerdos programáticos son profundos. Las desconfianzas entre los militantes y jerarcas del partido pesan demasiado. Ante sus bases, tanto Clegg como Cameron estuvieron por debajo de lo que sus partidos pudieron haber conseguido en la elección. El tiempo de este parlamento será, por ello, seguramente muy breve. La clave en las negociaciones del día no es el voto del jueves ni la conformación del parlamento sino la idea que el partido mayor tiene del futuro.

Los conservadores encaran una crisis severa, pero creen que el tiempo está de su lado. Tras encabezar un breve gobierno de minoría, llamarán a elecciones con la expectativa de ganar -ahora sí- los asientos para gobernar solos.

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