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Alguien tiene que responder

ADELA CELORIO

Si el pueblo no puede ir a la playa, pues nada como acercar la playa al pueblo. Acarrear toneladas de arena y derramarlas en los lugares más céntricos para que la gente conozca la sensación de vacacionar en la orilla del mar, aunque sea en pleno Centro de la ciudad. Y ya entrados en gastos, ¿por qué no instalar una pista de de hielo o construir un museo efímero para acercar también el deporte y la cultura al pueblo? Si AMLO tomó el Zócalo por cincuenta días, Ebrard bien puede tomar el señorial Paseo de la Reforma, uno de los pocos lujitos que quedan en esta capital, para que el pueblo disfrute de sus bicis el fin de semana, para organizar una carrera de autos Fórmula 1, o cerrar al tránsito vehicular todas las noches de diciembre de 2009 a enero de 2010 para instalar el árbol de Navidad más grande del mundo -¿cómo para qué?- en una de las arterias más importantes de la ciudad. Para las instalaciones y los festejos del Bicentenario, el Paseo de la Reforma se mantuvo cerrado por una semana, y el más reciente caos de tránsito vehicular que duró cuatro días, se organizó para dar lugar al reciente Festival Olímpico Bicentenario, que con una inversión de cien millones de pesos tuvo lugar el pasado fin de semana. La Confederación Nacional del Deporte tomó el Paseo de la Reforma para instalar treinta y dos escenarios diferentes: canchas de balonmano, tenis, voleibol, hockey sobre pasto, judo, ¡golf!, bádminton, pista de tartán para los corredores, pista de remo ¡oh Dios! alberca olímpica y una fosa de clavados con ocho metros de diámetro y cuatro de profundidad. Pasto sintético, arcilla, duela, tapetes antiderrapantes y no sé cuántas locuras más.

Cerca de tres mil trabajadores se ocuparon de armar la infraestructura para el show que durante cuarenta y ocho horas atraería la atención de un millón de personas, que con escasa visibilidad y un tránsito limitado a las aceras de ambos lados de la avenida; treparon en los árboles y devastaron los camellones. "Ni los espectadores ni los deportistas lo estábamos disfrutando", comentó un asistente que me pidió no mencionar su nombre. "Si al menos la pista hubiera tenido gradas, otra cosa hubiera sido, porque la gente no pudo verme", comentó la corredora Ana Guevara. "Las paredes de la piscina medían tres metros de altura y la gente estaba al ras del suelo", me comentó un amigo, y yo me estoy preguntando dónde fueron a hacer "del uno y del dos" los imprudentes ciudadanos que sintieron la urgencia.

Los que sí hicieron su octubre fueron los vendedores ambulantes: tacos, tortas, aguas, rehiletes, banderitas. Los periscopios (chinos y chafas) fueron muy apreciados dada la dificultad que ofrecían los escenarios. Quiero creer que aunque es evidente su esconocimiento en el tema, Bernardo de la Garza, titular de la Comisión Nacional del Deporte, se hizo asesorar por expertos que le ayudaran a hacer una planeación estratégica de tiempos y recursos; ya que de otro modo, organizar un festival tan costoso como efímero, sería un acto criminal contra la ciudadanía que además de costearla, padeció desde el jueves hasta el lunes el grave perjuicio que provocó el cierre de circulación vehicular en una de las arterias más importantes de la ciudad.

Y ahí es donde aparece mi economía cebollera, ahí la parte que mi cerebro no entiende. Si esta capital cuenta con magníficas albercas y estadios con butacas y servicios que en caso de celebraciones especiales pueden abrir sus puertas gratuitamente para todo el público, ¿cuál es la maldita necesidad de gastar cien millones de pesos en instalaciones efímeras, y eso sin contar el descalabro económico que estos eventos callejeros provocan en restaurantes, comercios, hoteles y museos de la zona, que por unos días quedan impedidos de laborar?

Y no es que yo sea nacionalista ni nada de eso, pero dada nuestra precaria circunstancia económica, ¿qué no sería más justo y saludable distribuir entre los deportistas mexicanos más destacados, los cien mil dólares que se le pagaron por su show al nadador multimedallista Phelps? Y en el inimaginable caso de que anduviéramos muy sobrados de dinero, ¿qué tal que lo aplicáramos al rescate de Veracruz, de Tabasco y Oaxaca tan damnificados por la majadera temporada de lluvias que estamos padeciendo?

De verdad que yo, como muchísimos ciudadanos, soy incapaz de entender la lógica de derrochar lo que no tenemos en eventos de tan dudoso beneficio. Debe ser por mi mentalidad cebollera, pero creo que alguien tiene que responder por la irresponsabilidad criminal de gastar el dinero público en pendejuelas mientras las carencias de la gente son cada día más insoportables.

Adelace2@prodigy.net.mx

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