La inminente publicación de un libro relativo al atentado fallido que contra su vida sufrió el Papa Juan Pablo II, de parte de un sicario de origen turco, pone el tema en un primer nivel de la atención del público a nivel internacional.
Como es del conocimiento, el día 13 de mayo de 1981, Mehmet Alí Agca disparó en contra de Karol Wojtila durante una de sus presentaciones en la Plaza de San Pedro, quedando el Pontífice a las puertas de la muerte.
El asesino fallido fue detenido, encarcelado en el Estado del Vaticano y posteriormente perdonado por el Papa y entregado a las autoridades de Turquía que lo reclamaron para que pagara por otras fechorías relacionadas con una organización criminal que opera en aquel país, conocida como Los Lobos Grises.
Juan Pablo salvó la vida en virtud de lo que se considera un milagro que en sus días el propio Papa atribuyó a la Virgen María, bajo su advocación de Fátima. Las investigaciones condujeron a una pista búlgara-soviética como la hipótesis más probable para explicar el atentado.
Hoy día, casi treinta años después, Alí Agca reaparece como estrella en el firmamento de las publicaciones amarillistas de alcance mundial empeñadas en lucrar con el morbo y hacer de la historia de la Iglesia Católica un "Triller", como acontece con el Código de Vinci por mencionar un ejemplo.
De acuerdo a las declaraciones hechas por Alí Agca a la televisión pública de Turquía como anticipo del libelo, detrás del atentado fallido estuvieron las propias autoridades del Vaticano encabezadas por el entonces Secretario de Estado, Agustino Casaroli, quien de acuerdo a la versión del pistolero hoy metido a comunicador social, habría actuado al través de un personaje al que identifica como el Padre Michele, con quien dice haber trazado el plan e inclusive, realizado algún simulacro de práctica en la propia Plaza de San Pedro. Desde luego que Alí Agca con el debido comedimiento, descarta toda intervención de la KGB soviética en el plan homicida.
El sicario no explica por qué no utilizó esta versión de lo acontecido en su defensa durante el juicio, ni por qué la ocultó durante tantos años. El solo imaginar a Casaroli conspirando para matar al Papa quién sabe por qué ni para qué, o al pistolero que como ovejita con piel de lobo es manipulado por un siniestro "Padre Michel" (que seguramente se flagela frente a un crucifijo), para fraguar el plan homicida sobre el terreno, hace prever lo inverosímil y barato de la trama.
En un mundo en el que hemos perdido toda capacidad de asombro, pero también de crítica, el libro que es objeto de comentario es producto recurrente del empleo torcido de los medios de comunicación, inspirado en el principio perverso según el cual, "siembra la duda, que algo queda..."
El homicida a sueldo deviene héroe popular, se torna el bueno de la película y de paso adquiere fama y fortuna, en un mundo que gusta desconfiar de los principios y se solaza en apostar al triunfo de las fuerzas del mal, porque no cree ni en sus autoridades civiles legalmente constituidas, ni en las instituciones religiosas que sustentan o sustentaron en el pasado su vida espiritual. Como dijo el escritor inglés Chesterton (éste sí verdadero escritor), el hombre ha dejado de creer en Dios, para creer en cualquier cosa.
Bajo tales circunstancias llevadas al escenario nacional en nuestro país, se explica que cundan las versiones según las cuales cada golpe en contra del crimen organizado es producto de la casualidad y la chiripa, y abunden las voces que exigen al Gobierno de la República que pacte con las organizaciones criminales como solución para resolver el problema de la inseguridad, y que legalice el tráfico y consumo de drogas, como panacea para acabar con la crisis económica. Increíble, pero cierto.
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