"Inflación es el impuesto que se aplica sin legislar."
Milton Friedman
En enero pasado la economía mexicana registró una inflación de 1.09 por ciento. Se tata de una cifra preocupante. Si la anualizáramos, tendríamos un monto de más de 13 por ciento en 2010. El de enero es el mayor incremento mensual en los precios desde noviembre de 2008, cuando tuvimos un registro de 1.14 por ciento. Más atrás, habría que remontarse hasta enero de 2000 para encontrar una cifra mayor, de 1.34 por ciento.
Hay en el medio político y académico mexicano una lamentable tendencia a menospreciar los daños de la inflación. Esto se debe al hecho que tanto los funcionarios públicos como la mayoría de los académicos viven en un mundo artificial financiado por el gasto público con aumentos salariales regulares que compensan la inflación. Para la mayoría de la población, que tiene empleos en pequeñas y medianas empresas privadas o que subsiste en el autoempleo, la situación es completamente diferente. Cada punto que sube la inflación, se pierde un punto en el ingreso y en el nivel de vida. Si consideramos que la canasta básica de consumo, la que adquiere el estrato más pobre de la nación, tuvo un aumento de 1.48 por ciento nada más en enero, entenderemos por qué hay una situación de angustia entre los más necesitados.
En 2009 se registró la segunda inflación anual más baja de la historia del país: 3.57 por ciento. Pero esta cifra fue consecuencia, por una parte, de la contracción en el poder de compra por la crisis económica y, por la otra, de una política de represión de los precios del sector público, particularmente la electricidad y la gasolina, quizá aplicada para dar una mejor impresión a los votantes sobre la situación del país en un año de elecciones federales.
En tan sólo el primer mes de 2010, sin embargo, se ha registrado un alza en los precios al consumidor cercana a una tercera parte de todo el aumento de 2009. Los factores que han incidido sobre esta explosión en los precios generales son el aumento de impuestos, propuesto por el Ejecutivo Federal y aprobado por el Congreso, y los incrementos en los energéticos, con los que se ha buscado eliminar gradualmente el desafasamiento frente a los niveles internacionales generado por un año de congelación de estos productos.
El impacto de los aumentos en los impuestos sobre los precios será temporal. En los primeros meses del año veremos un proceso por el cual las empresas pasarán a los consumidores los nuevos impuestos, pero después de un tiempo la presión inflacionaria por este motivo se estabilizará. Las alzas en los combustibles, sin embargo, seguirán impulsando hacia arriba todos los precios en la economía. Por ello es de esperar que la inflación general se mantenga alta. El Banco de México ofreció en su última previsión un cálculo de 5.25 por ciento, que sería significativamente mayor que la cifra de 2009. Lo peor de todo es que este aumento se daría en un momento en que la debilidad de la economía impediría un aumento en los salarios.
En términos estrictos, la economía mexicana saldrá de la crisis en este 2010. Tendremos una tasa de crecimiento de cuando menos 4 por ciento, lo cual contrasta favorablemente con la caída de 7 por ciento de 2009. Sin embargo, la expansión de 2010 no será suficiente para compensar la caída de 2008, en tanto que la inflación seguramente hará que los trabajadores, particularmente los más pobres, sigan perdiendo terreno en su nivel de vida a pesar del crecimiento de la economía.
Ahora viene la primera prueba de fuego para el nuevo Banco de México, desde enero bajo el mando de Agustín Carstens. El aumento de los precios está afectando de manera notable a los más pobres. El banco tiene un claro mandato legal para combatir la inflación. Esperemos que asuma esta responsabilidad con decisión, independencia y eficacia. De ello depende el nivel de vida de los que menos tienen.