En el devenir de la vida, se van formando muchos tipos de amistades. Desde las que se forjan en la infancia, hasta las que surgen de las relaciones profesionales.
Por eso en este día, he recordado a mis amistades más antiguas y las más recientes, porque todas, en mayor o menor grado, han aportado algo a mi vida.
Desde luego que las más antiguas son las de mayor firmeza y más duraderas.
Las hay también que ya no están con nosotros. Simplemente de mi generación de la Facultad, ya han fallecido algunos compañeros y compañeras. Pero todos dejaron en mi alma recuerdos imborrables.
Las más divertidas son las de la infancia. Del tiempo en que todo era reír y jugar, sin preocuparnos por el mañana.
Se vivía el momento y sólo el momento y siempre estábamos ideando qué nueva travesura hacer. Desde cómo alcanzar los duraznos de la casa de los Maisterrena, hasta cómo agenciarnos el dulce más codiciado.
Y precisamente con esto último tiene que ver la historia que hoy quiero contar:
En aquellos años, la palomilla de la Degollado andaba siempre en la quinta pregunta, porque no había sexta.
Con escaso dinero y mucha ambición. Los "domingos" que nos daban para gastar, eran limitados y si acaso nos alcanzaba para ir al matiné y comprar un dulce y unas palomitas.
La verdad es que no necesitábamos más, pero siempre deseábamos más.
De esa suerte, estábamos constantemente a la caza de oportunidades, de premios o regalos que pudiéramos lograr.
Así nos enteramos que una radiodifusora llevaba al cabo, los domingos por la mañana, un programa de concurso, en el que el primer premio era una enorme paleta de dulce, confeccionada expresamente sobre un palo de escoba. Era aquella una paleta descomunal de caramelo puro.
Así las cosas, un domingo nos organizamos para ir a ese programa de radio y caminando nos fuimos hasta cerca del Templo de Guadalupe, donde estaba esa radiodifusora.
En la primera ocasión no logramos ganar nada, pero nos dimos el gusto de echarles a perder el programa, porque éste lo patrocinaba una marca de chicles que producía el famoso: "Chicle Totito". Por ello, al final de cada emisión el locutor, a grito abierto, les preguntaba a los asistentes:
"A ver niños: ¿Qué chicle prefieren?"-A lo que todos respondían: "Totito".
Pero nosotros, molestos porque no habíamos ganado nada y como nos sentamos en primera fila, al llamado del locutor, respondimos a coro: "Chicle Bola", que era otra marca que nada tenía que ver con el programa.
El locutor, molesto, pidió que nos agarraran, seguramente para reprendernos. Sólo que nosotros, niños ágiles, salimos disparados del auditorio y los perseguidores no pudieron pescar ni a uno.
Muertos de la risa, festejamos la travesura antes de llegar a casa y juramos no contarles nada a nuestros padres, porque donde uno se enterara, todos sufriríamos las consecuencias.
El citado programa era de concurso sobre conocimientos de primaria, sobre todo de historia y literatura. Y hete aquí, que uno de los más listos de la palomilla, dio con el libro del que sacaba las preguntas.
Comprobada la secuencia que el concurso llevaba, nos dimos a la tarea de estudiar las respuestas y prepararnos para el domino siguiente, corriendo el riesgo que nos reconocieran, lo cual gracias a Dios, no sucedió.
El concurso inició muy bien y nosotros, como equipo, íbamos respondiendo las preguntas con toda exactitud, por lo que no había duda de que ganaríamos aquella codiciada paleta.
Y así sucedió, al final, uno de los compañeros pasó al frente a recoger ese premio y bajó del foro con la paleta, como si fuera la cabeza de un temido enemigo clavada en una estaca.
Pero mal había tocado piso, cuando todos nos abalanzamos sobre el dulce y muchos otros niños que ahí estaban hicieron lo mismo. No sé de dónde diablos salió una piedra que le pegó a la paleta y le rompió una parte. La chiquillada se lanzó tras el pedazo roto.
En un momento, por los forcejeos y otros golpes, la paleta quedó hecha añicos y el portador de la misma sólo conservó el palo de escoba que la sostenía. Durante toda la refriega, mi amigo no dejaba de gritar: "Párenle. Bola de langucientos... langucientos".
Ganamos el concurso, pero de aquel codiciado premio, sólo pudimos disfrutar las puras migajas. Que por otra parte, no me imagino cómo nos lo hubiéramos repartido, pues todos nos sentíamos con derecho a él.
Así eran aquellas viejas amistades: Arrebatadas, bravuconas, echadas pa'delante y dueños de las calles.
De esas calles de mi ciudad que hoy están huérfanas de niños.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".