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Amor o costumbre

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Luis Mata Ortega

"La máxima felicidad del matrimonio, cosa que los jóvenes

Ignorarán siempre, es la de envejecer juntos"

Hermann Keyserling, filósofo alemán

A lo largo de la vida el ser humano debe tomar una cantidad incontable de decisiones que culminan afectando su vida, y a veces para el resto de sus días en esta tierra, por ello, es necesario que en esta clase de decisiones el cuidado y la reflexión sean factores determinantes. Una de ellas es el hecho de contraer matrimonio, que va acompañada por la persona con quien se efectuará el contrato.

Antes de continuar, he de aclarar que este artículo es redactado desde la perspectiva meramente personal de un joven de veintiún años, preocupado por la situación por la que atraviesa la institución del matrimonio, la cual representa el fundamento de la familia, que a su vez es la base de la sociedad.

En sus inicios la figura del matrimonio fue revestida de un carácter profundamente religioso, llegando a ser considerado por muchos cultos alrededor del mundo como una institución sagrada, animada y fortalecida por una o varias deidades, y aún conserva ese carácter en religiones como en el cristianismo, con el cual estamos mayormente familiarizados para comprender esta idea.

Asimismo se consideraba como la unión más relevante entre dos individuos de una misma sociedad, siendo varón y mujer quienes se comprometían a la cohabitación, indisolubilidad, apertura a la procreación y posterior alimentación y educación de los hijos producto del matrimonio, sin olvidar que el lazo más fuerte que debe mantener dicha unión, que es de hecho sumamente subjetivo, es el sentimiento del amor.

Sin embargo, como es posible notar por ustedes lectores, esta concepción ha llegado en la actualidad a estar revestida de un carácter predominantemente idealista, puesto que cada vez y con mayor frecuencia vemos que uno o más de los elementos mencionados en el anterior párrafo resultan ser los grandes ausentes en la relación conyugal, lo que debe encender las luces rojas para tomar conciencia clara de tal situación.

Un elemento fundamental es la indisolubilidad, mismo que hoy en día ha perdido valor por una serie de circunstancias que no puedo sostener con certeza debido a que cada matrimonio implica una situación muy concreta y específica, empero sí es posible aseverar que en el fondo existe una falta de compromiso entre las parejas y un desconocimiento debidamente fundamentado sobre todo aquello que representa el matrimonio.

Ello se puede sostener con cifras que arroja el Inegi (Instituto Nacional de Estadística y Geografía) acerca de la relación divorcios-matrimonios de 1970 a 2008 en nuestro querido país. Para el año de 1970 por cada 100 matrimonios se presentaban 3.2 divorcios, en cambio para 2008 la cifra aumentó considerablemente a 14 divorcios por cada centenar de de uniones conyugales. A esta cifra podemos añadir la separación domiciliaria de los cónyuges que no llevan a cabo el trámite de divorcio.

Derivado de esta estadística brota un cuestionamiento que es difícil responder de manera general y categórica: ¿acaso el matrimonio en épocas anteriores se mantenía más bien por costumbre que por verdadero amor? O también: ¿la sociedad mexicana está llevando a cabo un proceso de concientización y educación sobre este importante contrato y todas sus implicaciones de carácter personal y colectivo?

La moneda está en el aire y cada uno de nosotros es responsable de la concepción y el valor que le otorguemos a la institución del matrimonio, sin embargo, es necesario tener siempre presente que en la familia se basa toda sociedad, y si deseamos vivir en una mejor nación, resulta indispensable que nos preocupemos por revalorizar la multicitada institución.

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