Procuro mirar hacia la vida, que es donde me gusta estar. Insisto en ocuparme de temas que fomenten la fe y la esperanza que tanto necesitamos en este momento, sin embargo hoy, ante la proximidad del Día de Muertos, que ojalá sólo por esta única vez, es más exacto llamar Año de Muertos; tengo que encarar el tema y confesar mi terrible frustración ante nuestra incapacidad de detener la ola de violencia que desangra al país.
Debo reconocer que me indigna el hecho de que la violencia alcance a personas inocentes, y que la pena ya no me alcanza para tanta desgracia. Ante la experiencia que estamos viviendo, no queda sino aceptar que urgen propuestas que vayan más allá de las balas. Si bien es cierto que no podemos bajar la guardia y mirar hacia otro lado como lo hicieron tantos gobiernos antes de que nuestro presidente tomara la decisión de enfrentarlo, creo que ha llegado el momento de convocar a las cabezas más experimentadas para que nos ayuden a salir de este profundo bache de nuestra historia.
Además de la muerte inútil de tantos mexicanos, mantener la lucha anti-narco consume más dinero del que necesitaríamos para abatir la pobreza y sanear nuestro comatoso sistema educativo. En lugar de balas necesitamos pan, necesitamos educación. Como liberal que soy, pienso que uno es dueño de su cuerpo y tiene derecho de decidir qué hacer con él, siempre y cuando hayamos recibido una educación que nos califique para acceder a las oportunidades de trabajo dentro de la Ley, y nos permita hacer elecciones responsables.
No se puede pedir a una población en estado de pobreza física y moral, que renuncie a los montones de dinero que ofrece el narcotráfico; aunque esa población sepa de antemano que le va en ello la libertad y la vida. Quisiera abrazar desde aquí a los padres de familia que han perdido a sus hijos, conozco ese horror por haberlo vivido.
Quisiera arropar en mi corazón a la gente buena, esforzada y trabajadora, que hoy llora la absurda muerte de sus seres queridos. "Hay causas por las que vale la pena morir, pero no conozco ninguna por la que valga la pena matar", dijo Albert Camus, y creo que en este año de muertos, vale la pena pensarlo.
Menos mal que aún en la peor de las oscuridades, siempre se ve una luz al final del túnel; y yo la veo en la actitud valiente de Marisol Valles García, la jovencita que desde la osadía de sus veinte años asumió la dirección de la Policía local de uno de los municipios más violentos del Valle de Juárez. Marisol se atrevió a tomar el mando en un municipio cuyos agentes municipales han sido privados de su libertad o ejecutados. Pese a su juventud, asume la responsabilidad con propuestas ambiciosas pero bien aterrizadas como la de establecer programas preventivos en las escuelas, rescatar la seguridad de los espacios públicos, buscar el acercamiento de los vecinos y sumar a los adultos mayores en los programas de vigilancia preventiva. Es evidente que la tarea la rebasa con mucho, pero nunca se sabe, a veces suceden milagros y para esperarlos podríamos recordar a la humilde campesina analfabeta que se enfrentó al ejército inglés y rescató el trono de Francia para el Delfín. Cabe recordar también que después de ser coronado en la catedral de Reims bajo el nombre de Carlos VII, fiel a su implacable cultura fálica, el muy miserable Delfín se negó a escucharla y a protegerla de los inquisidores, quienes seguramente sintiéndose amenazados por la fortaleza y valentía de Juana de Arco, no pararon hasta conseguir rostizarla en la hoguera; siempre en el nombre de Dios ¡faltaba más!
Y para seguir con los muertos del año, tengo que recordar aquí a nuestro querido Monsiváis aunque sólo sea con una frase suya a la que recurro con frecuencia: "O ya no entiendo lo que pasa o ya pasó lo que entendía" -Te extraño Monsi- Y ahora otra frase del inmenso Germán Dehesa que también nos dejó este año: "Pero... y lo amado, ¿quién nos lo quita?" -decía- y nos recordaba todos los viernes: "Hoy toca".
Otro de los grandes humanistas que se llevó este año, es Don Antonio Alatorre, autor de la monumental obra "Los 1001 años de la lengua española". Sencillo y amable como suelen ser los hombre valiosos, Don Antonio recomendaba a sus discípulos: "Lean cuanto quieran, pero que nada les haga perder el tiempo, porque perder el tiempo es una gran desgracia". Dolorosa verdad que me pega muy fuerte a mí, que he sido una profesional de perder el tiempo. Y por último, una flor para la solapa de Don Alí Chumacero, ese joven poeta de noventa años que apenas unos días antes de morir cometió la travesura de despedirme con un beso en la boca y advertirme: "no se lo digas a tu marido porque nos mata". Como todo hombre inteligente, Don Alí era feminista y le gustaba repetir aquello de que: "lo único mejor que una mujer... son dos mujeres".
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