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Añoranza del futuro

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

La verdad, en términos de intensidad, quién sabe cómo habrá sido la historia desde la ocurrencia de Miguel Hidalgo de dar una conferencia de prensa en la madrugada para asegurar que el suyo era un movimiento independentista sin registro ante la Corona... quién sabe, pero al menos las últimas décadas han sido bastante movidas.

Vistos en retrospectiva, los años del Bicentenario que nos han tocado vivir han sido intensos en extremo, tremendamente entusiasmadores con momentos de terrible desventura y, desde luego, no se puede omitir esta última década donde de pronto el esfuerzo y el anhelo parecen naufragar en la mar de incertidumbre.

Como quiera, a muchos de quienes les tocará ver los fuegos de artificio del Bicentenario han (hemos) tenido el privilegio de vivir un punto de quiebre de la historia nacional, cuyo derrotero final, aún incierto, es o debe ser motivo de esperanza y entusiasmo. No a todas las generaciones les toca oír el crujido del engranaje de la historia cuando se atasca o acelera y, ese solo hecho, es motivo si no de fiesta, sí de agradecimiento. Es vida.

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Si muchos mexicanos no conocieron a otro líder sindical que no fuera Fidel Velázquez, otro partido que no fuera el tricolor o, bien, un rol distinto al del espectador frente al destape, las generaciones de hoy sí cuentan con el beneficio de esa experiencia. Se dice fácil, pero vaya que ha sido difícil.

En ese sentido, si después de todo la conmemoración del Bicentenario de la Independencia no es patrimonio exclusivo de quienes tienen la fortuna de vivirla o administrarla, sino también de quienes en la historia reciente han empujado el carro de la democracia es menester tenerlos presentes.

En estos días hay que echar de menos la ausencia de Heberto Castillo, Manuel Clouthier, Salvador Nava y Jesús Reyes Heroles así como agradecer la presencia de Luis H. Álvarez, Cuauhtémoc Cárdenas, José Woldenberg y, quizá, con todo y la polémica de por medio, la de Ernesto Zedillo, Francisco Labastida, Andrés Manuel López Obrador y Vicente Fox. Y, sin duda, no estará de más dedicar un pensamiento a muchos de los líderes y activistas del 68 que perdieron la vida o afortunadamente la conservaban. También, con la polémica de por medio, a quienes de pronto, cerradas las vías de participación, se resolvieron por las armas y, en cierto modo, forzaron la apertura de aquéllas. Cosa que entendió bien Reyes Heroles.

Quién sabe si varios de los mencionados sean nuestros próximos héroes o si, a la postre, se les reconozca como actores de importancia sin los galones necesarios para imaginarlos en bronce a la vera de El Paseo de la Reforma pero, en el fondo, la conmemoración en puerta es oportunidad para mirar hacia atrás, hacia adelante, pero también alrededor y frente al espejo.

Por eso, es una pena que el desinterés por la fecha, la falta de comprensión y la incapacidad oficial de entender cuánto significaba, haya frustrado la posibilidad de practicar ese ejercicio. La noche con Ric Birch, el australiano importado para alegrarnos con el desfile y los fuegos de artificio, será nada frente a la infinidad de jornadas de quienes no cejaron en el afán de ensayar, sin importar el tamaño o la condición de la trinchera, un país distinto: más democrático, más justo.

Desde luego son muchos más que los mencionados y desde luego su empeño ha estado puesto no sólo en la política, sino también en la economía, la sociedad, las artes, las ciencias y las letras y, a ellos, también habría que rendirles tributo. Sí hay, sí ha habido empresarios, dirigentes sociales, artistas, economistas, escritores, científicos que no estaría de más brindarles un aplauso en estos días.

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Desde luego, la conmemoración también podría servir al propósito para ver quiénes no llegarán o no llegaron al panteón nacional como hubieran querido, por más que le hayan metido a la construcción de su mausoleo.

Y si bien es grande la tentación de actualizar el padrón de nuestros villanos contemporáneos, es mejor fijar la vista en quienes, con o sin aspavientos, en las últimas décadas han logrado al menos constituirse en referentes políticos, morales o éticos, frente a la mar de bribones o traidores, con o sin corbata, de casimir o mezclilla, calvos o no, que han intentado privatizar la política y usurpar la esperanza democrática.

En el rubro de la canalla, la diversidad de nuestra fauna política también ha sido nutrida y lamentablemente no está en vía de extinción. Por el contrario, se reproduce. Pero no es el caso hablar de ellos.

***

Más allá de los tironeos intelectuales por fechar en el 68, 88, 94 o el 2000 o el 2006 el inicio del último jalón de nuestra historia política, lo cierto es que en esos movimientos, rompimientos, levantamientos y replanteamientos se cifra, quizá, el capítulo de la historia donde hay que inscribir a las generaciones de hoy.

Un capítulo cuya tinta todavía no seca y en el que su luminosidad y oscuridad, sus claroscuros, obligan la reflexión. Si Cárdenas y Muñoz Ledo debieron haber ido más allá de donde fueron; si Marcos despilfarró la sacudida del movimiento zapatista; si la reforma, producto de ese año aciago de 1994, debió interesarse no sólo en el reparto del poder sino también en su sentido; si Fox, después de su hazaña, traicionó la necesidad de desmantelar el viejo régimen y sentar las bases del que todavía no llega, sobre todo, a partir de la generosidad política con que se condujeron Zedillo y Labastida; si Calderón debió ser el principal interesado en el recuento de los votos, si López Obrador quiere, en verdad, hacer o no política en serio.

Ese capítulo se ha prolongado demasiado, la transición se ha frenado y, lo peor, a la inoperancia de las instituciones se ha sumado el desafío no sólo del poder fáctico del crimen sino también del poder fáctico de formaciones corporativas, sindicales o empresariales, que sin el retén de la institucionalidad desafían una y otra vez al Estado de Derecho y vulneran los cimientos de la democracia que no acaba de consolidarse.

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En el final de ese capítulo estamos, queriendo acelerar, pero sin rumbo.

Sin desconocer, por el contrario, reconociendo y agradeciendo a quienes no han cejado en el anhelo ni se han cobijado en los brazos de esos poderes fácticos se añora el futuro.

El Bicentenario, en ese sentido, debería ser acicate para salir de la incertidumbre en que se naufraga estos días y reconocer que si bien en el pasado ha habido grandes mexicanos, también los hay entre nosotros. Escritores todos de una historia que, a pesar de la confusión, todavía no acaba.

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Sobreaviso@latinmail.com

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