El lunes 25 de enero murió el padre Antonio Usabiaga, quien por muchos años tuvo a su cargo el culto católico en la Iglesia de la Virgen de Fátima, en pleno corazón de la colonia República de Saltillo. Usabiaga era originario de Celaya, Guanajuato, donde nació en 1930. Su educación básica tuvo lugar en Querétaro, con los hermanos maristas. Luego siguió la carrera de derecho en la Universidad de aquel Estado. Su indoctrinación claretiana para el sacerdocio tuvo lugar, poco después, en la Universidad de Comillas, en España, donde obtuvo la licenciatura en filosofía y teología. Su especialización en ciencias sociales, políticas y económicas fue hecha en la Universidad Pontificia de Roma, Italia.
En 1959 regresó a México y fue enviado a Saltillo donde cinco años después, en 1964, se le confió la rectoría del recién abierto templo de Nuestra Señora de Fátima. El Saltillo urbano que recibió al cura Usabiaga, aún estaba en ciernes: lo que hoy es el bulevar Venustiano Carranza era, en ese tiempo, bulevar Constitución que se iniciaba como tal frente a un bloque urbano de terrenos baldíos, ante los cuales pasaba el tramo Monterrey-Saltillo de la carretera interoceánica numero 40 Matamoros - Mazatlán; era una amplia vialidad a la que daban frente, a uno y otro lado, muchos terrenos con buen futuro de cumplirse las esperanzas de urbanización.
El padre Usabiaga sintió entonces la urgencia de acrecer la iglesia confiada a su rectoría, y como otros sacerdotes que enfrentaron la necesidad de brindar a la feligresía un mayor espacio de oración: construyó entonces un nuevo templo para un cupo mayor de asistentes. Usabiaga conseguiría de la familia Zertuche la donación de una superficie en la misma manzana donde antes se había erigido la capilla a la Virgen de Fátima, lo que abrió de inmediato un nuevo imperativo: reunir donativos en dinero o en especie para esos fines, los cuales requirieron varios años de trabajo.
Los feligreses que ocurrían a las misas dominicales y a otros ritos en el templo citado se sorprendieron, sin duda, ante la insólita manera de expresar homilías que tenía Usabiaga. Usaba una retórica sencilla, pero contundente, que igual fustigaba a quienes en la ciudad explotaban el trabajo ajeno con salarios y turnos inhumanos, como a los "catolicones" fanáticos e incongruentes con el cristianismo. Todo ello le redituaría antipatía y enemistades entre los miembros de una sociedad cerrada, como era entonces la saltillense.
Por otra parte, el P. Usabiaga no escondía su intolerancia ante la lúdica actividad de los niños durante las misas, y en varias ocasiones sorprendió a los asiduos asistentes con pruebas verbales sobre su conocimiento del mensaje medular de la doctrina cristiana, quizá quería destacar la falta de concentración de la audiencia ante las lecturas de los evangelios, glosados explícitamente en los sermones dominicales por el propio Usabiaga.
Una de sus primeras iniciativas, a su regreso de Roma, fue la creación en Saltillo del Instituto Seglar de Estudios Religiosos. Se trataba de que la gente creyera en Dios y en la Iglesia no sólo como dogma de la religión católica. Este dogma, como todos sabemos, es un compromiso insoslayable de fe en la existencia de Dios, en sus poderes y en su doctrina, revelados por medio de la fe católica que se imbuye por el bautismo. El padre Usabiaga también buscaba, incansable, que el pueblo creyera en las verdades esenciales de la religión, y no se expresara en lo extrínseco, anecdótico y artificial como son algunas fiestas populares profanas religiosas, con las que él no simpatizaba.
Antonio Usabiaga fue, sin duda, un moderno mosquetero de Cristo: pasional, enérgico, de maciza cultura y firmes convicciones cristianas y católicas. Mentiría si dijera que fuimos amigos, pero verazmente puedo afirmar que no fuimos enemigos. Escuchando sus homilías uno podía divertirse, o simplemente alertarse con algunas de sus insólitas reflexiones. Bostezar era precisamente lo único que la gente no podía hacer al escuchar su retórica.
Alguna vez fue interrogado el ahora Obispo Emérito de Saltillo, don Francisco Villalobos, sobre la casi eterna permanencia de tres rectores en sendas parroquias urbanas de Saltillo: los padres González, Usabiaga y Nieto. ¿Pensó alguna vez en removerlos o cambiarlos de ubicación? El señor obispo respondió: "Hubiera causado una revolución pues han sido buenos y queridos rectores de sus parroquias, además... ¿por qué tendría que hacer eso?...
Los tres mosqueteros católicos de la diócesis de Saltillo, en Coahuila, se significaron por la inmediata cercanía con sus feligreses. De esta forma Luis Fernando Nieto, Humberto González y Antonio Usabiaga cubrieron varias épocas de la historia del catolicismo saltillense, incluso durante la etapa aún no concluida del Obispo Raúl Vera.
Fue de improviso y causó asombro que hace años, creo que por estas fechas del año 2008, que Antonio Usabiaga fuese retirado por el Obispo de la rectoría de la Iglesia de Fátima; extra record fue conocido que se le había prohibido oficiar misa e imponer sagrados sacramentos. Sólo atendería como capellán la dirección del Instituto Seglar de Educación Religiosa. (ISER). Hace también poco tiempo que el padre Humberto González fue sorpresivamente relevado de su función parroquial en la Iglesia Catedral de Saltillo por el Obispo Raúl Vera para enviarlo a la modesta iglesia del Padre Nuestro, situada en la calle de Abasolo Norte. Y hasta ayer, solamente el P. Luis Fernando Nieto continuaba su misión pastoral al frente de la parroquia de San Pablo. Ahora mucha gente se preguntará: ¿Quién va a seguir después?..
Es motivo de tristeza para muchos saltillenses el deceso Del P. Usabiaga. Llenó toda una época en Saltillo y develó muchas verdades de la religión ante sus alumnos. Uno de éstos lo confesaría con gratitud. Descanse en paz el padre Usabiaga.