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Austeridad... política

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Recuperar la economía y rediseñar la política fiscal, cuidar las 15 elecciones estatales previstas y acotar la penetración del crimen en la vida política y social, además de pretender someter a un proceso de reidentificación a la población nacional no es poca cosa... Exige mucha concentración y la firme decisión de no dispersar el esfuerzo ni desconcentrar la energía.

De ahí la urgencia de practicar una política marcada por la probabilidad de la realización, y no por el ensueño de la ilusión.

Ignorar esa urgencia y proponer reformas y reformas a sabiendas de su imposibilidad es alimentar un sentimiento de frustración que, a la postre, provocará un mayor descontento y distanciamiento de la ciudadanía con el gobierno y los partidos políticos.

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Viene a cuento esa consideración porque, a pesar del afán presidencial por recuperar algo de iniciativa política, no está en el resorte de Los Pinos fijar como quiere la agenda nacional, y menos aún diversificarla a la multitud de campos que propone.

Este año, el apremio económico, el desafío criminal y el calendario electoral determinan -más allá de los buenos propósitos y los más caros anhelos- las áreas donde será menester concentrar el esfuerzo y la energía política. Insistir en la idea de que todo se puede plantear aunque nada se puede realizar es absurdo. Esa noción no impulsa una cultura de realizaciones, alienta una subcultura de frustraciones.

No basta entonces con prometer que, ahora sí, este año será el de la recuperación económica, el de la reforma electoral, el de la mejora en la calidad educativa, el de la cobertura universal en materia de salud, el de la reforma de las telecomunicaciones, el de la recuperación de espacios frente al crimen, el de la reivindicación de la independencia y la revolución... exige un plan muy bien calibrado, jerarquizado y calendarizado para establecer, sin asomo de duda, que el país sí puede realizar algunas aspiraciones en vez de imaginar una y otra vez lo que pretende.

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Convocar periódicamente a foros, mesas, debates, seminarios, audiencias o cónclaves para ver qué hacer o largar cada determinado tiempo un mensaje a la nación anunciando el paraíso sin tener la decisión de construirlo es reducir la política a un concurso de oratoria en vez desplegarla como un juego de fuerzas y tensiones con un fin claro y preciso, donde cuenta el arrojo, la organización y la inteligencia política.

Peor aún, inventariar una y otra vez los pendientes con el solo propósito de exhibir a quienes resisten atenderlos y, a partir de ello, pretender una ganancia electoral es tanto como jugar a llevar al poder a los incapaces, a cambio de impedir que lleguen los insensatos. Y, sobra decirlo, elegir entre incapaces o insensatos, entre proponentes y oponentes no es una opción. El poder es para hacer cosas, no para ver quién no puede o quién impide hacerlas.

Algo o mucho de eso tiene el menú de propuestas o intenciones políticas que, desde hace años, se vienen ofreciendo a la ciudadanía. Cada fuerza política expone su menú de propuestas, no para que la ciudadanía escoja y determine qué platillo cocinar, sino nomás para hacerle agua la boca. O lo que es peor, cuando se le dice a la ciudadanía "vamos a preparar una salsa boloñesa" y, después, se le explica que como no había jitomates se licuaron ejotes y como no había carne molida se le puso soya, no se puede reprochar la incomprensión ciudadana.

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Desde luego, la asunción del error no forma parte de nuestra clase política. A veces y no siempre reconocen que la reforma o el programa no se concretó como se quería, pero son poquísimos los políticos con la integridad necesaria para reconocer cuando han errado y rectifican.

Unos lloran, otros acusan a los emisarios del pasado, algunos juran que alguien les puso el freno, y no faltan quienes se enojan en privado y descargan su ira sobre sus colaboradores... La mayoría inventa fantasmagóricos enemigos o impedimentos. Fuerzas del mal, agitadores profesionales, enemigos del cambio, personajes de cuello blanco o condiciones adversas integran el catálogo de justificaciones donde amparan su negligencia, pero son contados quienes, en un ejercicio de honestidad política, asumen la responsabilidad y rectifican.

Seguir, aun con ribetes de modernización, en esa subcultura de la imposibilidad aleja de más en más al país de la realización de proyectos que le den perspectiva, y lo acercan de más en más a un estado de inconformidad y desánimo que frustra su desarrollo.

Años se han perdido de esa manera y, quizá, porque otros países han realizado lo que aquí todavía tiene rango de aspiración, propósito, decálogo o anhelo, cada vez es más notorio el empantanamiento nacional.

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Sea por su carácter emblemático o sencillamente por la complejidad del calendario, este año exige practicar cierta austeridad política, apretarse el cinturón, pero también la lengua y ponderar qué sí se puede hacer y qué no. Abandonar el juego perverso de proponer la reforma del Estado para parir un reglamento aplicable en tal o cual ventanilla.

Salir del juego de proponer lo mejor imposible para, con toda sencillez, identificar y emprender lo realizable. No se trata de suplantar lo deseable por lo posible, pero sí de dejar de entonar como himno el sueño imposible para después corear la frustración. Es preciso concretar metas que, modestas o no, manden la señal de la capacidad para hacer cosas.

Se dice fácil lo anterior, pero supone una rectificación de fondo: reducir o, al menos, calendarizar el decálogo propuesto por la Presidencia de la República en septiembre y revisar la iniciativa de reforma política lanzada, sin cálculo ni reflexión, a mediados de diciembre.

Sostener el decálogo de septiembre o la reforma de diciembre sin reparar seriamente en la probabilidad de su realización es mantener un juego de engaños que, a la postre, sólo provocará mayor frustración política y encono social. La sola agenda predeterminada este año por la economía, el crimen y el calendario electoral obliga a ponderar qué otras cosas se pueden hacer o no. Insistir que todo se puede proponer, pero nada se puede realizar irá en abono de un desánimo que a nadie conviene.

Si a la ciudadanía se le está pidiendo esforzarse, concentrarse y sacrificarse para remontar la adversidad económica, no otra cosa se le puede exigir a la clase política. Es difícil apretarse el cinturón, si aquéllos traen suelta la lengua.

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Sobreaviso@latinmail.com

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