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Aventura con los centenarios

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Instalados en el glorioso mes de la patria y dispuestos a disfrutar de un septiembre gritón, lúcido, tricolor y pirotécnico, como son todos estos aniversarios cívicos nos aletargó la repetida frecuencia de festejar lo mismo, un año tras otro, así se nos subiera a la cabeza el entusiasmo por las fechas trascendentales y esenciales del noveno mes de 2010, que conmemoraríamos a los 200 años de vivir en un país independiente, libre y soberano; pero sólo más o menos.

Indecisos, apáticos, aldeanos, iniciaron los festejos en el país por el centenario de la revolución mexicana y el bicentenario de la independencia nacional. Era tangible la democracia que profesábamos en dichos días, los organizadores se sentían capaces de aniquilar las intenciones presidenciales más autocráticas, a pesar del virtual casus belli que ya dramatizaba la nación. En las fechas aledañas al pasado 5 de febrero contemplamos al presidente Calderón meditabundo, indispuesto y desganado.

Acaso dimensionaba el efecto ideológico las celebraciones por venir y sus efectos políticos. El jefe de las instituciones nacionales no parecía muy dispuesto a conmemorar los triunfos de la independencia, del liberalismo y de la revolución mexicana, quizá porque en ellas pudiera flotar una inconveniente mezcla partidaria.

Algunos sensatos académicos destacaron, no obstante, el compromiso de la República frente al pasado, al presente y al futuro de nuestro país; y bien que fueron escuchados, pues había muchas y valiosas enseñanzas para las nuevas generaciones, tanto en los nudos medulares de la circunstancia histórica en independencia y la revolución, como en el protagonismo valeroso de quienes los deshicieron. También estuvo presente el compromiso de las nuevas generaciones para buscar solución a los inevitables conflictos que planteaba el devenir histórico y la modernidad tecnológica.

Entusiasmó tanto el principio de las celebraciones que los medios de comunicación social se mostraron interesados en destacar, por medio de la telenovela histórica, las lecciones trascendentes de aquel ayer, sobrepuestas en los problemas actuales de la sociedad, de la política y de la economía. La cinematografía, los medios electrónicos, la prensa escrita y los más lúcidos intelectuales de la república darían sus propios conclusiones ante sus propios veedores, oidores y lectores con un análisis tejido sobre el tapete de la historia.

Los partidos políticos, de suyo alebrestados, se vieron dispuestos a llevar agua a sus propios molinos. Algo inevitable, pues estamos en las vísperas de una nueva campaña presidencial; sin embargo fue una hipótesis probada que no todos los medios de comunicación saben aprovechar cada oportunidad que se presenta, y pese a que la televisión hizo esfuerzos para exponer los intríngulis de la insurgencia independentista de 1810 y subsiguientes, las versiones televisadas no tienen, hasta lo visto, una idea clara de cómo manejar sus capacidades tecnológicas y dramáticas, quizá por lo apresurado de sus presentaciones. En la telenovela histórica, debemos decirlo, valieron mucho las puestas en cámara de Ernesto Alonso; pero este nuevo intento de Televisa no pasa de ser eso, un nuevo intento que seguramente va a ganar dinero, pero nada más...

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