Un servidor ha de tener doce o quince años de no pararse (bueno, sentarse) a ver un partido de futbol profesional en un estadio. La razón, para mí, era más que lógica: no me hacía ninguna gracia pagar un dineral (en comparación con otras sedes) para ir a un estadio sucio, peligroso, incómodo y a donde, para colmo, había que llegar tres horas antes para conseguir un buen lugar. Y a veces ni así, porque uno se podía topar con esa manifestación suprema de la barbarie mexicana que es el "apartado de lugar" (que no existe, por supuesto, en el Primer Mundo... en ninguna instancia, sea asiento de estadio, lugar en la cola del banco o bicicleta para el spinning).
Además, comodino que es uno, era posible seguir las incidencias (e indecencias) del accionar del Santos Laguna a través de la caja idiota... que siempre me ha parecido la mejor y más civilizada manera en que uno puede ser espectador deportivo... con la sola excepción de la lucha libre, noble espectáculo en el que los aficionados son un 80% del show.
Desde hace algunos meses, las excusas que esgrimía para no ir al estadio se han visto severamente socavadas. Los dueños del equipo verdiblanco (aunque a mí me gusta más el uniforme verdinegro) construyeron un complejo deportivo de primera, cómodo, seguro, y en donde cada elemento del culto público lagunero tiene su asiento. Cualquiera diría que no hay nada más que pedir.
Y sin embargo, en los primeros dos partidos que el equipo ha jugado como local este año, el estadio ha distado mucho de llenarse. Lo cual ha provocado una reacción indignada por parte de la directiva: o se llena la preciosa nueva sede, o a los apoltronados caseros se nos va a restringir la señal de televisión abierta: para ver el juego habría que ir al TSM. Pues ya me quedé sin verlo. Lo que, ante el final de la temporada de futbol americano, admito que puede ser una monserga vespertina dominical.
A ver si entiendo esto: luego de décadas que los aficionados soportaron estoicamente la incomodidad e inseguridad de un chiquero, llenándolo consuetudinariamente, ahora serán castigados porque no acuden a saturar un palacio... al que no se puede acceder con un margen decente de tiempo porque sus vialidades fueron hechas con las patas (de la gente, suponemos); en el que las cervezas cuestan un 500% más que en cualquier otro lado, las tortas un 300%, los refrescos un 600%... Seamos objetivos: los precios parecen puestos por diputados federales, así son de voraces y gandallas. Ah, y para entrar hay que pagar boletos como si el partido fuera Pittsburgh-Dallas, no Santos-Atlante.
La directiva del Santos ha hecho muchas cosas buenas, tomado decisiones muy certeras. Pero montar en santa cólera porque el estadio no se llena, teniendo en cuenta los detalles arriba mencionados, parece una desmesura y una inconsecuencia. Mejoren las vialidades. Hagan promociones familiares. Y que los precios de todo sean razonables. Con eso seguro tendrán mucho mejores asistencias... que amenazando con cortarle a la noble (sin ironía) afición una de las pocas diversiones sin olor a pólvora que le quedan.