La cultura de un pueblo es la suma de sus usos y costumbres; el término se refiere a creencias, formas de vivir y códigos de ética, que dan origen a las tradiciones, conceptos de bueno y malo y, finalmente, el orden social establecido a través de leyes.
Al unir esas representaciones de identidad a otras como es el idioma o la religión, nos queda el sentido de pertenencia, generándonos orgullo por formar parte de un grupo social específico, llámese nación, región o familia.
Nosotros, mexicanos, tenemos nuestro código de comportamiento, plasmado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que recién festejamos el pasado cinco de febrero; las creencias religiosas están basadas en el cristianismo, una de las tres monoteístas -además del islamismo y judaísmo- que con el paso de los siglos ha dejado de ser totalmente católica, para aceptar otras corrientes como las bíblicas o protestantes.
Contamos con íconos que nos dan referencia de valores humanos, caso de nuestros héroes nacionales, algunos divinizados, tanto así que dejan de ser referentes ante la imposibilidad de imitarlos por los simples mortales mexicanos que somos; debo reconocer que a últimas fechas se empiezan a mostrar rasgos personales de los mismos y, con ello, estimularnos a saber más de su obra, admirarnos y tratar de seguir su ejemplo.
Otros emblemas tienen participación de influencia religiosa, caso de la Virgen Guadalupana y habrá que sumar algunos de cultura artística nacional, como el conjunto musical Mariachi, que nos han dado punto de ubicación geográfica en el planeta.
Entre todos, sobresale el Lábaro Patrio, nuestra Bandera Nacional, que tiene una hermosa historia en sus colores, particularmente en su Escudo: un águila posada en una nopalera, devorando una serpiente.
Vale la pena mencionar, con el ánimo a estimularlos para investigar, que Manuel Carrera Stampa, en su texto "El Escudo Nacional", muestra un monolito encontrado en Tula, Hidalgo, con un águila solar que lleva en su pico un corazón humano -es correspondiente a un corte longitudinal en un esquema anatómico- que recuerda a los sacrificios humanos, relacionándolo con el alimento de los dioses, la sangre obtenida del "tenochtli".
El citado historiador, hace referencia a la importancia de nuestro Escudo Nacional, bordado en el blanco de nuestra Bandera, y dice:
"Nada hay más noble que el Escudo Nacional. Mirad la gallardía con que tremola en la gloriosa y augusta Bandera Tricolor, en lo alto de edificios, palacios y catedrales".
"Nació como el torrente, rodó por larga y tenebrosa vía y entre marciales himnos de victoria, anunció a los siglos venideros la grandeza y la autonomía".
"El Escudo Nacional, es el signo, el sello representativo y legítimo; el genuino blasón de México. La Bandera: la insignia, el pabellón por excelencia; la Patria misma en el mar, en el espacio y en territorio extranjero".
"¡Escudo y Bandera se aúnan, se identifican: presiden nuestra vida como Nación! ¡Son la voz clamorosa y arrogante que se eleva para respeto de nuestra soberanía y decoro nacionales en todo el orbe!"
"Inculcad, vosotros que forjáis el destino, padres y maestros, inculcad con amor y tesón, a la niñez y a la juventud de todos los tiempos, el culto al Escudo Nacional y a la Bandera, porque en ambos símbolos se finca la ciudadanía. No dejéis que la época actual de utilitarismo bastardo postergue las esencias del espíritu, el entendimiento y el corazón. No permitáis que se merme el soñar y el sentir. Por el contrario, templad con vigor los ánimos, de tal suerte, que el culto que se les rinda a esas insignias sagradas, sea una sola palpitación cuando se trate de ofrendar la vida en aras de la Patria".
Termina con una dedicatoria especial: "A vosotros, niños y jóvenes de mi país, a la niñez que despierta y a la juventud que se levanta, inteligencia y voluntad del porvenir (...)".
Lo anterior lo escribió en mil novecientos sesenta; parece agorero que nos dedica su texto -como una crítica- a quienes vivimos en estos tiempos de modernidad, en que confundimos la civilidad basada en el aprovechamiento de la ciencia y la técnica, descuidando el humanismo, en términos de calidad de vida, cultura e identidad y nacionalidad.
Hoy día, vemos con tristeza a muchos jóvenes mexicanos que no sienten el apasionado orgullo por México, confundidos, manipulados, aculturizados, pensando que los malos líderes nacionales son sinónimo de nación.
Aún más: hay personajes que, con ese ánimo de pertenecer a la globalización, confunden la necesidad de inclusión en la "Sociedad del Conocimiento", rechazando al nacionalismo, llegando a considerarlo error de aquellos que "vivimos en el pasado".
Lo invito, como en otros Diálogos, a que busquemos la superación y modernidad sin descuidar nuestro nacionalismo, empezando por impulsar nuestro orgullo de mexicanos y el amor a la Bandera Nacional. ¿Acepta?