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Barack Obama y un nuevo mundo

CARLOS FUENTES

El orden mundial ha cambiado y el presidente Barack Obama lo sabe. Se acabó la guerra fría, la oposición nuclear entre los EE.UU. y la URSS. Se acabó la época unipolar, en la que los EE.UU. aparecían como única potencia global.

Se inició la era "multipolar" en la que los EE.UU. siendo siempre gran potencia, deben compartir el escenario del poder mundial con los BRICs (Brasil, Rusia, India, China).

Diferentes potencias. Brasil se afirma con toda la audacia y sabor de su presidente, Lula. Pasa por encima de las prohibiciones de la guerra fría, se asocia con Irán y Turquía y trata con benevolencia a la Venezuela de Chávez.

Compensa su heterodoxia internacional con ortodoxia interna. Mantiene la propiedad pública, pero da entrada a la propiedad privada en la industria petrolera (ojo Pemex) y no depende del "oro negro" porque Brasil, antes de tener petróleo, desarrolló otras fuentes de energía. Lula ha continuado las reformas iniciadas por su antecesor Fernando Henrique Cardoso. Casi un cuarto de siglo de desarrollo y estabilidad. Un descenso de la pobreza del 60% a 30% de la población. Pero continuidad del crimen, las zonas de miseria, el territorio inexplorado.

Rusia se ha extraviado entre la tradición autoritaria de su pasado y la novedad de su capitalismo inédito. La corrupción ha sido el puente entre ambas. La famosa profecía de Tocqueville se ha cumplido: el futuro le pertenecerá a los imperios continentales, uno democrático (los EE.UU.), el otro autoritario (Rusia). La India es un contraste entre sus logros en alta tecnología, clases dirigentes educadas y creación de riqueza, por una parte, y por la otra, diferencias sociales y culturales abismales. Sólo China juega con póquer de ases, invadiendo sin hacer ruido áreas del comercio internacional y la financiación europea y norteamericana, aunque su régimen sea dictatorial --autoritarismo capitalista-- y vastas regiones de su territorio vivan en el sub-desarrollo.

El Presidente Obama sabe todo esto, pero le cuesta decirlo. Un número grande de norteamericanos no se ha enterado de los cambios. Viven la ilusión de la potencia única, del destino manifiesto, de la superioridad incontestable de su nación. ¿Cómo decirles la verdad a estos ciudadanos del pasado norteamericano? ¿Cómo restarle enemigos a un país que siempre los ha necesitado para justificarse? El caso del febril pastor en Gainesville, Florida, sirve como ejemplo: Islam es hoy el enemigo, tan total como hasta ayer lo fue el comunismo. La falacia del Tea Party alentada por la singular analfabeta Sarah Palin, evoca una épica fundadora de la nación (el asalto en Boston a los buques surtos en su puerto en 1773), para darle título a un movimiento anárquico que se opone a todo, no tiene ideas propias y considera que Obama es un comunista nacido en África (¿o Indonesia?).

No es menor, por todo ello, el esfuerzo del presidente norteamericano para hacerle entender a su país que estamos en una nueva era, con nuevos derechos y obligaciones. Lo insinuó en un reciente discurso, cuando indicó que el trabajador migratorio es el portador de una nueva cultura global que enriquece a las culturas locales y nos prepara para un siglo XXI de interdependencias.

Mal entendido por el ala izquierda de los demócratas, que lo quisieran más radical y por el centro independiente que hubiese querido más atención a los problemas de la reforma hipotecaria, Obama es detestado por la derecha republicana y enfrenta, el mes que viene, una elección a la que llega con menos del 50% de la aprobación pública.

Hecho extraordinario, si consideramos que el Presidente Obama ha logrado una ley de salud pública aplazada desde siempre, una ley de estímulos para salvar a la industria automovilista, una reforma bancaria para restarle a los bancos privilegios indebidos, una reducción de la pérdida de empleos y una reducción del 4% del PIB en vez del 12% previsto por Bush. Pagar deudas heredadas, detener la caída al vacío de los mercados, crear un sistema impositivo más justo. Obama ha cometido errores. También ha subsanado los del gobierno anterior. Ahora llega a una prueba electoral difícil. Ya no puede emplear la retórica del opositor al poder; ahora, Obama es el poder. Veremos qué dice y qué hace para reforzar su base, continuar las reformas y --preocupación central-- ser re-electo en 2010.

¿Qué clase de país gobierna Obama?

Aquí, de nuevo, aparecen novedades que atañen a la llamada "era de la información" y al hecho de que los espacios de la misma están siendo llenados por una multitud de medios que nos están llevando de la era de la palabra impresa (la era de Gutenberg) a una novedad aún no bautizada --¿la edad de la información?-- que está creando otros códigos de conocimiento: Facebook, Internet, iPod, etc., cuya posible paradoja consiste en que un usuario se comunica con millones de usuarios, pero en realidad queda más aislado que nunca.

Este es el tema explorado por dos notables películas de la "era Obama".

The Social Network (La red social) del director David Fincher y Wall Street 2 de Oliver Stone. La película de Stone es una maravilla de estructuración técnica. El espectador queda sujeto a un despliegue de pantallas simultáneas, divididas en cuatro, divididas a la mitad, grandes acercamientos a rostros y objetos seguidos de panorámicas de ciudades y naturaleza. Stone continúa la historia del tiburón de las finanzas Gordon Gekko (Michael Douglas) cuando sale de la cárcel donde pasó ocho años por crímenes financieros y se dispone, más tiburón que nunca, a rehacer su fortuna a costas de sus enemigos, a costas de su propia hija, en un mundo más salvaje que el de ayer.

Más novedosa es Social Network, donde el director David Fincher y el guionista Aarón Sorkin han ido a la raíz del asunto: el mundo juvenil de la Universidad de Harvard, donde un joven genio matemático, Mark Zuckerberg, inventa el Facebook por encima de toda consideración ética, social, humana, porque lo que Mark quiere no es amor, ni amistad, ni siquiera prestigio o dinero. Lo que quiere es darle paso a la nueva revolución post-Gutenberg. La era de la información. La intimidad a la distancia. La fama instantánea para quien quiera presentarse como lo que no es, pero quisiera ser. ¿El precio? El aislamiento en nombre de la comunicación. La explotación del resentimiento de cada individuo. La amenaza implícita del engaño: eres lo que dices ser, no lo que realmente eres. La comunicación indiscriminada conduce a la des-información. "Amigo" se convierte en verbo: "amigar" y en consecuencia "des-amigar".

En Wall Street los protagonistas son la ambición y la avaricia. En Social Network, la condescendencia, el aislamiento y la hostilidad. Ambos realizadores, que al cabo trabajan en Hollywood, hacen concesiones finales.

Stone nos lleva a una fiesta de familia celebrando el primer cumpleaños de un bebé. Todos, ahora, se quieren y soplan burbujas de jabón al firmamento.

¿Ironía? Quizás. Más dramática --e increíble-- es la escena final de Social Network. El joven Zuckerberg piensa en la novia que perdió. Ficciones. En la realidad cotidiana, Zuckerberg es un joven multimillonario filántropo y Gordon Gekko es Michael Douglas.

Y el presidente de los EE.UU. es y se llama Barack Obama y tiene el enorme problema de traducir un mundo nuevo a conciencias y hábitos antiguos.

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