En el año de 1910 se celebró el Centenario de la Independencia con la fastuosidad del general Díaz: exposiciones, desfiles, fiestas, monumentos, concursos y majestuosos edificios públicos, todo con el único fin de demostrar la riqueza, el poder y el progreso presumidos en ese entonces. Hoy en día, siguiendo la tradición para los festejos del bicentenario se preparan exposiciones, talleres, conmemoraciones y monumentos. A cien años de esta celebración, ¿qué los hace similares?
La primera similitud es la actividad artística. El arte es un reflejo de una sociedad en un determinado espacio y época. Por eso, la historia del arte mexicano, en sus diferentes etapas, representa a las sociedades anteriores a nosotros: la cultura precolombina y su arte teocrático, la colonia y la evangelización, el virreinato y su fe barroca, el México independiente y su clasicismo, el Porfiriato y su afrancesamiento, los vanguardistas, movimiento del muralismo postrevolucionario y los movimientos de contracorriente y ruptura; todos derivan en el México contemporáneo. Todo esto conforma la surrealista y contrastante identidad mexicana, donde lo antiguo y lo moderno, riqueza y pobreza, lo legal y lo prohibido conviven.
La segunda similitud es el uso de esta identidad para diversos fines. Por ejemplo, el Estado de hoy busca la cohesión entre los gobernados, la unión nacional, la propaganda del progreso: festejemos todo logro y minimicemos las crisis. La Iglesia hoy participa haciéndose la moderna (pese a que su intervención histórica fue antagónica, descarnadamente contraria, a todo movimiento liberal, inclusive con sus propios hermanos) uniendo con la vieja fe católica a México. Hoy también participan descaradamente los medios de comunicación y la mercadotecnia cuyo fin es vender. Y entonces el pueblo gana identificarse como mexicanos. Todos ganan. En sus matices positivos, este uso fortalece la identidad nacional, la historia, los museos, el deleite artístico y la originalidad de espectáculos y artistas que saben aprovechar la riqueza histórica.
Sin embargo, debemos aceptar, que estas festividades son hipocresía pura. Y el día de hoy, la irresponsabilidad en el abuso de esta identidad deriva en diversas consecuencias negativas: enraizar un absurdo pseudo-nacionalismo, efímero e irracional; arraigar prejuicios, muchos xenofóbicos; establecer una absurda relación con los indígenas prehispánicos, los "héroes" nacionales y otros personajes; las expresiones artísticas, magníficas en técnica, se saturan de temas trillados y anticuados; la mercadotecnia abarrota y agobia la cotidianidad con la prostitución de la cultura con productos ni siquiera hechos en el país; las producciones televisivas, cinematográficas y artístico-tecnológicas abruman con el manejo masivo de temas "nacionalistas", muchos fracasos debido a la poca explotación de la riqueza y la falta de originalidad. Se busca impactar, no provocar emoción. Todo deriva en el estancamiento de la percepción cultural de nuestro país.
Estas reflexiones y críticas me sugieren varias cosas: repudiar el abuso comercial de nuestra identidad mexicana, aprender crítica y objetivamente todo suceso histórico, reflexionar la sinceridad de nuestras festividades y no como actos de pomposidad, promover las artes nacionales que realzan la vanguardia y la tradición de formas magistrales; no ser pesimistas y malinchistas, debemos revivir racional y emocionalmente la grandiosidad de la cultura mexicana. ¿Qué nos hará realmente formar una patria para bien de todos? Espero ver abarrotados los museos y teatros para experimentar la historia y el arte, vivir nuestra historia y fundir a los mexicanos en uno solo, al menos por un momento, para no sentirse tan solos y miserables en el tiempo y el espacio.