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Brasil México: la gran alianza

JULIO FAESLER

La negociación de un amplio Tratado de Libre Comercio con Brasil anunciada esta semana por el secretario de Economía abre el horizonte más ambicioso y prometedor para nuestro país desde que con los esfuerzos iniciados con el Tratado de Montevideo de 1960 intentamos realizar la integración latinoamericana.

Ahora, precisamente mientras el G 20 busca nuevas fórmulas para dar un nuevo aliento al desarrollo internacional que subrayan el papel de las economías "emergentes", una alianza entre México y Brasil, las dos potencias más importantes de la América Latina ofrece un aporte fundamental.

Con su población de 185' millones, en 2009 el PNB per capite de Brasil fue de 10,000 USD, ocupando el 2º lugar dentro del grupo BRIC al lado de Rusia, India y Sud África. Su crecimiento promedio se estima en un promedio de 5.7% anual hasta 2014. Representa el 60% de la producción industrial sudamericana.

El comercio exterior de Brasil representó exportaciones por 153,000' USD en 2009 con importaciones de 127,000' USD. En 2009 el intercambio entre nuestros dos países registró 5,459 millones de dólares con ventas mexicanas de 2,783 millones de dólares. El valor del intercambio está creciendo. En los primeros nueve meses del año actual va en 5,522 USD donde las exportaciones brasileñas a México han aumentado en 46% y en 41% las ventas mexicanas. 1,690 millones de dólares han sido las ventas de nuestro país y 2,620 millones de dólares nuestras compras.

Los porcentajes de nuestros respectivos comercios exteriores dentro de los totales de cada país no son, sin embargo, muy impresionantes: sólo 0.6% de las exportaciones de México van a Brasil y únicamente el 1.5% de exportaciones de Brasil se destina a México. La balanza ha sido generalmente deficitaria para México.

La composición de nuestros intercambios no es demasiado variada. Predominan automóviles y sus partes, minerales y ciertas manufacturas industriales. Con mercados internos dinámicos que están saliendo de la recesión mundial, hay amplias oportunidades de diversificación.

Los productores mexicanos denuncian obstáculos brasileños a mayores ventas nuestras en materia no tarifaria y los que son de régimen estatal o local. También nos quejamos de que Brasil no hace efectivas muchas veces las preferencias que están marcadas en el acuerdo ALADI que hemos firmado. Es obvio que tenemos que sentarnos pronto a negociar con la parte brasileña, no solamente oficial sino con los productores mismos para entendernos y proceder a concertar acuerdos atractivos para ambos.

Es cierto que México no tiene muchas fichas de negociación debido al desarme tarifario que desde la entrada al GATT en 1986 y después con el TLCAN en 1994, el Gobierno ha emprendido con tanto énfasis y muy especialmente desde 2008. Pero ello de ninguna manera significa que el productor mexicano no pueda detectar oportunidades de venta en Brasil de sus artículos y servicios.

El propósito del TLC es para realizar estrategias para promoción en mercados sudamericanos para los productos y servicios mexicanos mediante asociaciones con empresarios brasileños y correlativamente para ampliar la oferta de los productos de ambos países a los mercados de Estados Unidos y Canadá

Brasil tiene desarrollados su mercados en el macizo sudamericano. Su acuerdo con el MERCOSUR es el motor principal. De la misma manera, y en simetría geográfica, el TLCAN que México tiene firmado desde 1994 extiende nuestras ventas a todo el macizo norteamericano donde los productos mexicanos han desplazado a los chinos como segundos proveedores de los Estados Unidos. Tanto tienen los productores mexicanos deseos de extenderse al MERCOSUR como tienen deseos de hacer los brasileños al TLCAN.

México sí tiene, entonces, una poderosa palanca que interesa a los brasileños y que es el acceso que nosotros gozamos al mercado norteamericano. Ello implicará, desde luego, que los productos cumplan los requisitos de origen del TLCAN. Al hacer esto, los productores mexicanos asociados con sus colegas brasileños ampliarán notablemente sus perspectivas incorporando componentes mexicanos a los artículos resultantes de la coproducción.

Un argumento es que la experiencia nuestra en materia de acuerdos de comercio no ha redituado en términos de un incremento sensible de ventas hacia los 44 países con los que tenemos esos entendimientos. La culpa es nuestra. Una revisión de las estadísticas revela que de ellos hemos importado más de lo que vendemos. El empuje del típico productor mexicano es débil. Un porcentaje muy alto de las exportaciones lo debemos a las empresas de participación o propiedad extranjera.

Es un craso error de nuestra comunidad industrial y agrícola mexicana de oponerse a cualquier intento de entendimiento para llegar al TLC que el Gobierno propone iniciando por las áreas que ya han expresado su disposición por entrar en un arreglo.

El acuerdo en que se está pensando en las dos cancillerías puede llegar a ser una alianza estratégica de amplio espectro que incluya, como lo ha mencionado el licenciado Bruno Ferrari, los rubros de inversiones, compras de Gobierno, patentes marcas, coordinación financiera.

Es natural que a esta meta no se llega de inmediato. Se comenzará paso a paso, sector por sector, para estar seguros de que cada compromiso sea precisado y cumplido para evitar malos entendidos y desavenencias posteriores de interpretación.

Hasta estos momentos sólo las industrias química y automotriz están claramente a favor de que se suscriba el Tratado con Brasil.

La voluntad oficial a nivel de Felipe Calderón y Lula da Silva está confirmada. La nueva presidente, Dilma Roussef, seguramente mantendrá esta decisión.

El que usemos el posible Acuerdo con Brasil para promover la producción mexicana, y no la de simple ensamble, es la finalidad más trascendente de la propuesta. Si el futuro y prosperidad de la economía mundial está claramente vinculado a la de las economías "emergentes", hay mucha lógica en que México y Brasil unamos nuestras energías para emprender este gran proyecto que forma parte de un esquema mundial mucho mayor del que nosotros no tenemos por qué sustraernos.

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