E Stá en curso la propuesta conjunta lanzada por los dos Presidentes de firmar tan pronto como posible un Tratado de Libre Comercio México-Brasil de amplio espectro.
La Secretaría de Economía de nuestro país lleva tiempo auscultando la opinión de empresarios mexicanos al respecto. Hasta el momento parece ser que las reacciones han sido más bien o negativas o cautelosas en extremo. Las razones están en la desconfianza que reina entre los nuestros de poder acceder efectivamente al mercado brasileño ya que las restricciones no tarifarias, más que los impuestos de importación, oponen barreras que se creen infranqueables.
Por el lado de los empresarios brasileños, hay interés en un TLC puesto que, como sucede con otros países, el arreglo que tenemos con los Estados Unidos haría que los artículos brasileños podrían tener un punto logístico cercano de lanzamiento hacia el mercado norteamericano. Se entiende que, para entrar sin impuestos a éste, habrían de comprobar su "origen" TLCAN. Aquí, tendríamos los mexicanos un argumento fuerte para convencer a los brasileños de venir a instalar sus operaciones fabriles entre nosotros.
Lo anterior es una las ventajas que se derivarían de una asociación méxico-brasileña más estrecha a la que ahora existe a través del Acuerdo de Complementación que en 2003 se firmó. En este Acuerdo Comercial de primer grado, los dos países nos otorgamos preferencias arancelarias en una gama amplia de productos, sea eliminándolos o bien sujetándolos a un programa de desgravación progresiva. Los intercambios han aumentado a lo largo de su implementación.
Es el primer paso hacia una suma completa de esfuerzos que apoyarían el desarrollo acelerado de las producciones agrícolas, agroindustriales, manufactureras y de servicios en ambos países.
Brasil y México son, en el escenario mundial, socios naturales que hasta ahora no han encontrado la manera de realizar la suma de su potencial. La evolución que está desarrollándose ante nuestra vista nos muestra el ascenso de China, India y otros países, antes simplemente "en desarrollo", pero ahora pujantemente "emergentes", están llenando rápidamente los espacios económicos y financieros en todos los continentes. Vietnam, Tailandia, Egipto, Indonesia, Singapur, Filipinas, Marruecos y Sudáfrica, son ejemplos de crecimiento sorprendente aún en la crisis que nos han invadido a todos. Sus productos están figurando cada vez más al lado de los de origen chino en nuestros mercados, ya sean los tradicionales o en los de autoservicio.
La presencia de algunos artículos mexicanos también está extendiéndose por el mundo. Pero el paso es demasiado paulatino si lo medimos en términos de nuestra urgencia por crear empleos y contrarrestar la pauperización de nuestra población rural y urbana. Hay que acelerar el ritmo. No solo hay que hacer esto aumentando nuestra participación en los países industrializados como en Estados Unidos, Europa y Japón, sino es imprescindible hacerlo en los países en desarrollo que son los que tienen por delante los capítulos más dinámicos de su desenvolvimiento precisamente porque están en su franca etapa de ascenso.
Combinar nuestro desarrollo nacional con el de otros no se limita a impulsar mayores exportaciones, sino se hace vinculando nuestros programas de ampliación de infraestructuras, de los recursos financieros, intercambio de experiencias en temas sensibles como educación, capacitación de mano de obra, armonizaciones fiscales, cuestiones ambientales y guerra contra las narcomafias. Para México y Brasil la conveniencia es evidente en los campos mencionados. Ambos saldríamos fortalecidos.
Más que el provecho económico directo, el resultado en términos de una activa coordinación de estrategias de desarrollo y de creativas presencias en las instituciones y foros internacionales, aumentaría la participación de nuestros dos países en las trascendentes decisiones en el ámbito multilateral que arrastran la suerte de todo el mundo y que, hasta ahora, toma un estrecho grupo de países. Este grupo tiene que ampliarse, pero no sólo hacia Asia sino hacia la comunidad latinoamericana.
Es mucho más previsor para México combinar estrategias con Brasil, empezando por un Tratado de amplio espectro que continuar reduciendo nuestra visión a las perspectivas norteamericanas. La razón más obvia es que nuestra relación con los Estados Unidos será siempre la incorporarnos inevitablemente a sus estructuras socioeconómicas y a sus estrategias geopolíticas. Con Brasil, el horizonte se comparte mira hacia una relación entre iguales con metas comunes y compartibles.
Coyoacán, 18 de febrero de 2010