"Lo peor sería que se quebrasen las convicciones que sostienen el legado monsivaisiano -lo mejor de entre lo mejor que tenemos-".
Lorenzo Meyer
. En su autobiografía publicada a los 28 años, nos hizo saber la ética que guiaría su tarea y pasión: la observación inteligente, nunca neutral, de la vida política, social y cultural mexicana. En esa confesión admitió ya no sentir ninguna admiración por su generación -se refería, naturalmente, al conjunto de compañeros de la universidad- porque la vio decidida a ir en busca del futuro por el sendero fácil: ése abierto por un sistema de valores que aceptaba el dominio de los intereses y las formas del PRI. Era 1966 y el México de Díaz Ordaz; uno con un PIB que venía creciendo al 6% anual en promedio y donde, para los universitarios, el desempleo simplemente no existía. Pero ése era también el México encuadrado por el autoritarismo, un marco que ya había mostrado su naturaleza en la represión de los movimientos magisterial y ferrocarrilero, en el golpe contundente al movimiento navista de San Luis Potosí, en el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia, en la supresión del movimiento médico, en la represión campesina en Guerrero y en muchos otros actos similares. Carlos Monsiváis sabía que los miembros de su generación ya sabían esto y no les importaba. Para el joven Monsiváis, en cambio, no sería necesario aguardar hasta el 2 de octubre del 68 para decidir su rumbo. Se decidió por uno donde él trazaría y desbrozaría el camino, sin recompensas materiales significativas y donde encontraría compañeros de viaje, aunque quizá no sabía cuan pocos se mantendrían con el mismo rumbo. Ahora bien, en compensación, Monsiváis sí sabía que por ese camino no tendría que experimentar la humillación del "sí, señor presidente" ni supeditar su juicio a las exigencias de la "línea" y sí, en cambio, conocería el gozo de la libertad y la satisfacción de la solidaridad con las personas, grupos, movimientos y causas que el sentido común, de la justicia y de la ética, le demandasen.
. Es una verdad evidente que en el gran entramado social en que vivimos y actuamos, nadie, nadie es insustituible...y sin embargo, aquí y ahora Carlos Monsiváis pareciera contradecir ese postulado. Mientras vivió, su conducta fue el mejor indicador de que no todo estaba perdido entre nosotros. A pesar de la obscuridad de los tiempos, resultado de la mediocridad y falta de grandeza de las clases dominantes, de la corrupción como sistema de administración de lo público, de la irresponsabilidad como norma del poder o de la falsedad como eje del discurso dominante, Monsiváis, con su actividad y conducta, construyó un espacio donde la combinación de inteligencia y conocimiento con pasión y honradez política, terminó por convertirse en brújula moral nacional.
El México que había hecho posible a un personaje tan singular como Carlos Monsiváis, no podía ser un empeño realmente fallido puesto que también había prohijado a un intelectual público notable y coherente. Tampoco la izquierda en nuestro país podía ser declarada un esfuerzo fallido, un empeño sin sentido, en la medida en que uno de entre sus filas, como fue quien acaba de desaparecer, siempre elaborara las respuestas a la altura de la prepotencia de las derechas. Esas fuerzas de la derecha podrían sostenerse mediante el control de las principales instituciones públicas y privadas y acumular riqueza al punto que algunos de sus integrantes notables sean hoy reconocidos como miembros del grupo de personas más acaudaladas del mundo, pero la presencia en la izquierda de un Carlos Monsiváis, impedía que la minoría dominante argumentara con éxito la legitimidad de su dominación y de su proyecto.
Carlos Monsiváis fue más, mucho más, que la crítica sin cuartel a la reacción, a la estructura de poder y a sus nocivos efectos sociales. Por su inteligencia y disciplina, el escritor también se convirtió en un intelectual para intelectuales y en un especialista para especialistas en las áreas del conocimiento que dominaba: la literatura, el arte, la historia intelectual y la historia a secas, el cine o la cultura popular. Sin embargo, fue en la crítica social y política del aquí y ahora, donde Monsiváis dio con más frecuencia lo mejor de sí y donde puso en juego su emoción, su conocimiento, su partidismo, su juicio moral y su ironía para, finalmente, hacer explícito y transparente lo que el poder político, económico, eclesiástico o mediático, hubiera preferido que permaneciera opaco o de plano oculto. El análisis cotidiano que nos ofreció Monsiváis sobre México en libros, periódicos, revistas, radio, televisión, conferencias y declaraciones, hizo que finalmente el rey y su corte tuvieran que aceptar que nosotros ya sabíamos que ellos iban desnudos por el mundo. En varios sentidos esa forma de negar o restar legitimidad a las decisiones y acciones de "los que mandan"-incluyendo a la parte corrupta de la izquierda-, resultó ser un arma estupenda para quien nunca estuvo a la defensiva y que siempre usó su inteligencia en apoyo de esa enorme masa de los sin poder ni voz y que siempre han sido las víctimas en una sociedad mexicana que hace cinco siglos fue forzada a ingresar al mundo moderno como un objeto de explotación por parte de los pocos, de los muy pocos, y que aún no supera esa condición.
Desde hace más de dos meses, cuando la enfermedad le impidió seguir haciendo uso de su pluma o de su voz para continuar indagando, exponiendo y denunciando, es evidente que nadie en México ha podido llenar el vacío que dejó Monsiváis. Y en ese sentido, hoy las mentalidades, personajes, instituciones y fuerzas a las que Carlos Monsiváis había hecho objeto de sus críticas -ideologías o presidentes y secretarios de Estados, empresarios o consejos empresariales, iglesias y cardenales, líderes políticos o sindicales e intelectuales obsequiosos del poder- tienen un problema menos; pueden actuar sin la sensación de sentirse tan estrechamente vigilados como cuando el agudo escritor vivía, les hacía objeto de su denuncia y les restaba autoridad mediante su implacable crítica y sus afiladas ironías.
El singular espacio público que por decenios ocupó Monsiváis y que sólo la muerte le obligó a desalojar, va a ser disputado por las fuerzas que hoy también se disputan a la nación. En sí misma esa contienda no estaría mal si fuera democrática y las fuerzas estuvieran más o menos equilibradas, pues el resultado sería un saludable pluralismo de ideas, pero desafortunadamente no es el caso, no se trata de fuerzas comparables. Desde su desbarajustada, pero rica biblioteca -una especie de catedral de las letras y baluarte de la idea de lo justo- Monsiváis podía dar batalla tras batalla al duopolio televisivo o a la prensa de la derecha. Por sí mismo, Monsiváis era una fuerza intelectual que sus objetos de crítica no podían ignorar. Ahora ese baluarte ya no existe, no fue vencido en el campo de las ideas o de las razones sino por la biología, pero en términos prácticos el golpe para el lado donde actuaba Monsiváis, es fuerte.
. Una de las características del actual tiempo mexicano es la confusión. Se aseguró que la economía iba apenas a sufrir como consecuencia de los disturbios en el exterior y lo que experimentó fue un colapso. Se dice que la educación es un tema prioritario, pero las pruebas muestran que los alumnos no saben ni matemáticas ni escribir. Se lanza al ejército a una guerra interna y se desata una auténtica carnicería de la que ya no se sabe cómo salir. La democracia gana la partida en el 2000, pero ahora ya marchamos rumbo a la restauración de lo antidemocrático. La Presidencia se convierte en irrelevante, la Suprema Corte es evasiva, el IFE abdica de su papel de árbitro imparcial y con frecuencia la CNDH deja solos a quienes la necesitan. En esas circunstancias, y en nombre de la decencia, Monsiváis siempre marcó rumbo, tuvo eco y se convirtió en brújula moral.
Ningún tiempo hubiera sido el apropiado para que Monsiváis partiera, pero hoy su ausencia es particularmente injusta. Un poema de William Yeats da el marco: "Vuelta y vuelta en giros cada vez más amplios/ El halcón ya no puede oír a su halconero/ Las cosas se deshacen; el centro ya no las sostiene/ Sobre el mundo se abate una anarquía pura.../ Los mejores ya carecen de convicción, mientras que los peores se encuentran llenos de pasión intensa". Estas imágenes bien podrían caracterizar a nuestro tiempo mexicano, pero en tanto el país logre crear y sostener a mentes y espíritus como el de Monsiváis, la conclusión del poema no será válida. Aquí los peores están llenos de pasión intensa, pero los mejores aún mantienen la convicción. Lo peor que podría pasar con el legado de Monsiváis es que se quebrasen las convicciones que lo hicieron posible. Hay que persistir.