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Caireles de niña

GENARO LOZANO

Para mi sobrino Alex

Mi mamá aún disfruta contar esta historia sobre mi vida a desconocidos y conocidos. Cuando era pequeño, tenía el pelo largo y se me hacían caireles. Un día al ir por la calle caminando con mi padre -yo tremendo niño aún en carriola-, se encontró a una amiga que al verme le dijo: "¡Qué bonita niña tienes!", a lo que mi padre reaccionó: "¡Es niño!", seguido de una respuesta "natural" por parte de la metiche amiga: "Pues tiene caireles de niña". Acto seguido, mis padres me llevaron a rapar y adiós caireles...

Conforme fui creciendo, el pelo largo de mis compañeras de primaria era mi envidia. Al terminar las clases, cual personaje Ludo de la película La vida en rosa, pedía permiso a mi mamá para que me dejara tener el pelo largo -deseo no cumplido sino hasta que llegué al liceo y me rebelé. La respuesta cuando era niño era siempre la misma: el pelo largo es de mujeres y el corto de hombres. Como si no existiesen Moctezuma Xocoyotzin, Cuauhtémoc, el último Hueytlatoani, con sus largas melenas o para qué irnos tan atrás: el rockero Jim Morrison o el ficticio Leon-o, de los Thundercats...

Esta historia viene a cuento porque a lo largo de mi vida como estudiante de primaria y secundaria, fui maltratado verbal y físicamente por mis compañeros de salón. Las razones iban cambiando, no sólo porque osaba contarle a alguno de mis compañeros mi deseo de usar el pelo largo, sino también por otras razones. En algún momento me llamaron Joselito porque seseo -aún hoy-, o pies de Frankenstein por el pie plano que me obligaba a usar botines ortopédicos. En otras ocasiones la causa del acoso de mis compañeros se debía a que odiaba jugar futbol, y en otras más porque tengo las "pestañas de niña" y por ello me llamaban "Pixie".

Afortunadamente fui un niño que creció en un ambiente familiar amoroso. El maltrato y la humillación que me hacían pasar mis crueles compañeros -los niños son crueles- no pasó de que me orinara en el salón de los nervios o de que durante algún tiempo mojara la cama. Nunca tuve bajo rendimiento escolar -siempre fui un niño de 10- y una vez que me armé de valor le dije a mi maestra -María Elena se llamaba- que había un grupo de niños molestándome. El acoso estudiantil terminó por lo que restaba del año y doy gracias a que en la época en la que yo era un mocoso, no existiera la Internet, ya que de seguro los videos de mi humillación estarían en YouTube para el morbo ajeno.

Todo ello viene a colación porque el grupo parlamentario del PAN en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal organizó hace unas semana un foro denominado "Por una educación sin bullying".

De acuerdo, precisamente, con el mismo grupo, el término bullying se utiliza a nivel internacional para describir cualquier "maltrato psicológico, verbal o físico practicado entre escolares en donde el agresor o acosador intimida, humilla o ridiculiza a sus víctimas de forma reiterada... causando daños a la salud, bajo rendimiento escolar, depresión, etc". Es decir, cualquiera de las situaciones personales que describí al inicio de este texto confesional caerían en una situación que en mis tiempos se llamaba "chinga- quedito" y que hoy han decidido llamar bullying.

Es de celebrarse que el PAN haya subido a la mesa de la discusión pública el tema del bullying porque, de acuerdo con las mismas cifras dadas a conocer por sus diputados, tan sólo entre marzo y junio de 2010, se presentaron 13 mil 633 denuncias en el Distrito Federal por casos de maltrato escolar. También de acuerdo con cifras dadas a conocer por el PAN, unos 190 estudiantes se quitaron la vida en 2009 como consecuencia de la violencia que sufrían en la escuela.

El tema es importante pues, como bien señala Joshua Goldstein en el libro Guerra y género, la cultura de la violencia empieza desde que somos niños en el hogar y se reproduce en las escuelas. Por ello, sembrar desde la educación preescolar la cultura de la no-violencia es crítico. Sin embargo, algo que queda fuera de la ruta de éxito para este fin es reconocer que uno de los principales ejes del maltrato entre estudiantes se da en torno a los niños y niñas que no siguen los roles tradicionales del género, las actitudes que desde pequeños aprendemos que corresponden a lo "masculino" y lo "femenino".

Si lo que importa es trabajar por el interés superior del niño, como tantas veces han argumentado panistas como Mariana Gómez del Campo, no se puede ocultar esta realidad. Incorporar la experiencia de l@s niñ@s y quienes los crían, involucra reconocer las realidades que no permiten que los estudiantes vivan en un ambiente libre de violencia, implica dialogar con las autoridades y no hacer foros cerrados al diálogo. Combatir el bullying implica reconocer la diversidad y no temer a hablar en primera persona.

Politólogo

E internacionalista

Twitter @genarolozano

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