Estimado obispo:
Vivimos tiempos difíciles. México está sumido en una espiral de violencia en el marco de la lucha frontal contra el crimen organizado que el presidente Felipe Calderón ha convertido en el eje de su administración. De Tijuana a Yucatán nuestro país se tiñe de rojo. Los secuestros, los "levantones", la falta de un sentido comunitario, el miedo a salir a la calle y los balazos son hoy la triste realidad con la que miles de mexicanos tienen que lidiar todos los días.
La Iglesia Católica es un factor fundamental en la vida diaria de millones de mexicanos. La fe católica, y en tiempos recientes la fe cristiana, son un elemento indispensable en miles de hogares en todo el país. Millones de compatriotas siguen viendo en la Iglesia a la que usted pertenece una institución generadora de confianza, un lugar donde encuentran tranquilidad, comunidad y esperanza.
Yo nací en la fe católica. Al igual que a millones de mexicanos más, mis padres no dudaron en bautizarme, en enseñarme el catequismo de su iglesia y en llevarme con frecuencia a escuchar un sermón los domingos. No tuve opción en escoger libremente mi fe, pero reconozco que mi formación católica me dejó un sentimiento de amor y respeto por el prójimo.
Conforme fui creciendo y llegando a la adolescencia, mi sentimiento de pertenencia a su Iglesia se desvaneció. Desde hace ya más de quince años no me siento afín a su Iglesia ni a la fe católica por múltiples razones, pero sigo respetando el enorme amor por su Iglesia y el sentimiento de religiosidad que algunos de mis amigos y de mis familiares profesan.
Hoy sigo creyendo que la Iglesia Católica, al igual que muchas otras Iglesias más y otras religiones, tiene el enorme potencial de ayudar a volver a generar un sentimiento de comunidad, que me parece le hace falta a nuestro país. Creo que su Iglesia tiene una enorme responsabilidad en ayudar a formar a millones de mexicanos precisamente en un conjunto de valores no sólo éticos y morales, sino cívicos, necesarios para el futuro de México.
Lamentablemente, muchos de los jerarcas de la Iglesia Católica están conduciendo a sus fieles por un camino de polarización, alimentando las divisiones, desaprovechando el enorme poder que aún tiene la Iglesia para generar unidad y expulsando de sus Iglesias a un grupo de mexicanos que desean tener aún una institución religiosa con la cual identificarse, pero que al parecer no tienen cabida en su Iglesia. Me refiero a las personas gays, bisexuales, lesbianas y trans que sienten la fe católica intensamente, pero que sienten que no tienen cabida en su Iglesia.
El proceso que inició en la Ciudad de México en el año 2001 con la Ley de Sociedades de Convivencia para el reconocimiento jurídico de las parejas del mismo sexo, mismo que se repitió en el estado de Coahuila en 2006 con los Pactos Civiles de Solidaridad, y que se profundizó en 2009 de nuevo en el Distrito Federal con la reforma al Código Civil que avala y reconoce los matrimonios civiles entre parejas del mismo sexo ha desatado la furia de varios jerarcas de la Iglesia Católica.
Como usted sabe, los cardenales Norberto Rivera Carrera y Juan Sandoval Íñiguez, así como el vocero de la Arquidiócesis de México han iniciado una campaña no sólo homofóbica, sino de odio y de exclusión hacia los grupos LGBT, llamándolos "mariquitas", "pervertidos", condenándolos al infierno y cerrando las puertas de la Iglesia Católica a los fieles que tienen una orientación sexual distinta a la heterosexual. La intolerancia de algunos jerarcas de su Iglesia está alimentando el fuego de la desunión y la falta de comunidad que tanta falta le hace a nuestro México. La traumática experiencia de la institución de la Santa Inquisición ha dejado profundas raíces en el imaginario de algunos jerarcas católicos.
Creo en la libertad de expresión como uno de los valores más importantes de un sistema democrático. Me parece que la prohibición de que los ministros de culto puedan expresar libremente su opinión respecto a asuntos políticos es discriminatoria y antidemocrática. El Estado laico, que es una pieza fundamental de la construcción del Estado-Nación mexicano, ha atropellado este derecho para los miembros de su Iglesia y creo que es un pendiente democrático de nuestro país. Sin embargo, mientras no se reformen las leyes que terminen con esta situación, hay que respetar la ley.
Por todo ello, quiero agradecerle profundamente a título personal el que haya tenido el valor de disentir con los jerarcas de su Iglesia y no sólo en el marco de las recientes declaraciones del cardenal Sandoval, sino desde que usted apoyó los Pactos Civiles de Solidaridad en 2006. Conozco además el trabajo que realiza en la Comunidad San Elenredo, espacio de católicos que no le cierra la fe y el púlpito a la diversidad sexual. Su trabajo es una muestra del mensaje de amor que Cristo enseña a sus fieles y voces como la suya son las que deberían tener un mayor espacio en el camino a la salvación de su Iglesia, que hoy ha escogido una agenda de odio e intolerancia, en lugar de asumir un papel que contribuya al fortalecimiento de nuestra sociedad.
Profesor del ITAM
Twitter @genarolozano