'Casarse' con un equipo
El estadio está a reventar. Miles de aficionados brincan y cantan al unísono. Once jugadores salen a la cancha ataviados de los colores que hemos seguido desde niños. Muchos jugadores y técnicos han pasado frente a nuestros ojos, no todos dejaron buenos recuerdos (algunos ni eso dejaron), pero no importa. La playera que alisté horas antes del inicio del juego, la porto con orgullo. Es día de futbol, y eso es cosa seria.
En el deporte, la fidelidad está presente. Un aficionado decide “casarse” con su equipo, y las razones pueden ser muchas. La primera (y más común) es por el lugar de origen. Si bien es cierto que un equipo profesional de futbol de Primera División no juega exclusivamente con jugadores de la región, sí logra una identificación con los que la habitan.
Lerins Varela, sociólogo, politólogo e investigador opina que “la ciudadanía se identifica no como un simple ser consumista. Una cosa es el entretenimiento y otra es ser aficionado, y no villamelón (nada más cuando van ganando). El aficionado busca entretenerse y dejar el estrés de toda la semana, jugando, participando o viendo. A la gente le gusta ganar y sentirse parte de ese colectivo. Los fanáticos lo son no sólo por el juego, sino por lo que hay alrededor, es una convivencia. Si siempre vas al estadio y te sientas en el mismo lugar, terminas conviviendo con ellos”. De tal forma, el aficionado que decide apoyar a un equipo, termina por sentir los colores como parte de su vida.
Es el caso de Christian Padilla, santista y conductor de televisión por cable: “le soy fiel a mi equipo porque me he identificado con el desde niño. Es el equipo que vi desde pequeño y es el que representa la esencia de mi ciudad. A pesar de vivir momentos malos, siempre voy a estar con mi equipo y voy a vestir los colores”, dice.
En el mismo tenor se manifiesta Toño López. “(Yo le voy) a la idea del equipo, a la historia, a lo que ese símbolo te hace sentir. Por representar a una región, a la nuestra, te da orgullo si gana; te agüitas y da coraje si pierde, pero sigues con él. Es como un amigo”.
Felipe Sánchez, un guerrero orgulloso, lo tiene claro: “le voy al Santos desde que subió a Primera Division y desde entonces le soy fiel. Porque soy del estado de Coahuila, siempre me ha gustado mi estado y este equipo nos representa. Le vamos a los colores, muchas veces pueden venir jugadores buenos, malos, y otros muy muy malos, pero es la representacion de nuestra ciudad, de nuestro estado. No importa que anden muy bien o muy mal”, comparte.
“Podemos renegar de algunos jugadores, pero seguimos apoyando. Muchas veces anda muy mal el equipo, y a los primeros que le echamos es a los jugadores o al técnico, pero no dejamos de irle al equipo, de asistir al estadio o de ver los partidos por televisión”.
Además de los aficionados que deciden apoyar al equipo de casa, están los que optan por uno ajeno a su territorio. Como Francisco Arguijo, quien se dice americanista porque “quedé impresionado con Adrián Chávez y desde entonces le voy al América. Aunque el jugador ya no esté, sigue siendo mi equipo; me identifico con los colores. Me gusta el uniforme, el águila y todo lo que la institución representa… cuando se siente el americanismo, ya no se puede cambiar de equipo”.
Para Lerins Varela, el fenómeno de apoyar a un equipo de otra ciudad es increíble y un tanto inexplicable, pero motivos también los hay. “Siempre se busca creer en algo, apostarle a algo y lo más importante es identificarte con él. Es incréible que un aficionado de aquí le vaya al América aunque nunca haya ido al Distrito Federal. Puede ser sólo por llevar la contra con sus compañeros, porque a veces no hay una explicacion lógica, pero conociendo al Santos, no necesariamente tienen que apoyar al Santos”.
Sin embargo, existen otros factores que influyen en las preferencias del público, y el mismo Varela lo expone. “A veces tiene que ver la publicidad y los medios (de comunicación). En México, el futbol se convirtió en algo muy importante. A final de cuentas lo que importa para muchos es hablar de algo, tener un tema. De esa cultura que se ha ido formando alrededor de un deporte. Hay veces que puede ser por color. Por ejemplo, al Cruz Azul por el color azul, por los uniformes. Hay gente que ni siquiera conoce el estadio de su equipo, pero ahí está fiel. Hay veces que le vamos al que va perdiendo. Todo mundo le quiere ganar al que tiene más recursos porque lo consideran un ‘abusón’. Como los atlistas, que le van al Atlas ‘aunque gane’. A ellos les gusta el entretenimiento y son fieles, les gusta estar luchando con ese equipo ‘grande’”.
Raúl Ortiz es de sentimiento atlantista, a pesar de vivir en Saltillo. Cada que “su equipo” juega contra los equipos del norte (Santos, Monterrey y Tigres), hace el esfuerzo y el viaje al estadio que corresponde. Y no esconde su playera, porque para él “son los colores los que merecen esa fidelidad”.
A su vez, Nancy Menchaca, licenciada en Mercadotecnia, ve a los equipos como “’marcas’; definitivimente. Desde los uniformes, luego la gente relaciona las marcas que se anuncian con el equipo de casa. También buscan comprar los artículos que haya del equipo, y presumirlos”. Pero además, menciona, “debe haber puntos de identificación o admiración”.
Y no deja de lado el tema de “cultura o de regionalismo”. Para Menchaca, “el 80 ó 90% le va al equipo de la ciudad, el otro 10 ó 20% al que le va el papá, el novio o la novia”.
“¿Por qué se decide casarse con un equipo?”, se pregunta Varela, “porque nos gusta ganar”. Y buscamos ganar aunque sea a través de unos colores que más que un grupo de jugadores, técnicos, una región o un conjunto de intereses de sus dueños, representan una creencia que cada aficionado es libre de elegir. Más allá de lo que piensen los demás, le soy fiel a un equipo porque es mi equipo. No importa si es de mi ciudad o no. No importa qué jugadores pasen por ahí. Lo que importa es el color, y eso es en lo que creo.