México conmemora hoy los cien años de una revolución iniciada en 1910 y por eso anterior a las revoluciones siguientes en Europa, Asia, África y la propia América Latina.
La Revolución Mexicana arranca el 20 de noviembre de 1910, contra una dictadura personal, la de Porfirio Díaz, de treinta años de duración y revive, por un momento, a todas las fuerzas críticas, descontentas, anhelantes del país ignorado por la dictadura, encabezadas por el llamado Apóstol de la Revolución, Francisco Madero.
La Revolución pone en movimiento a un país aislado. A unirlo, a reconocerlo, vienen:
Del Sur Emiliano Zapata, el jefe campesino, reclamando "Tierra y Libertad".
Del Norte, Pancho Villa, "el centauro", liberando pueblo tras pueblo del latifundio y el agio.
De Sonora Álvaro Obregón, un general que trae en la mochila las esperanzas aplazadas de una clase media naciente.
De Coahuila el patriarca Venustiano Carranza, con el propósito de poner las leyes por encima de las armas, como lo logra la Constitución de febrero de 1917.
Todos unidos contra el anciano dictador Porfirio Díaz, primero, en seguida contra el usurpador, Victoriano Huerta, asesino de Madero, en 1913.
Unidos todos contra la dictadura, vencida la dictadura, todos se separan por lo que el joven tribuno de la Revolución Francesa, St. Just, llamó "la fuerza de las cosas", "La force des choses" que nos lleva, añadió St. Just --un adolescente con aureola fúnebre, según Michelet-- que nos lleva, acaso, a resultados que no habíamos imaginado.
Obregón y Carranza contra Villa, Carranza contra Zapata; Obregón contra Carranza. La fuerza de las cosas separa, enfrenta, da poder y lo arrebata, derrama sangre y trastorna sociedades. Asciende toda una nueva clase, como se decía antes, "emanada de la Revolución".
Se otorgan leyes para los trabajadores, reforma agraria para los campesinos, oportunidades nuevas para la clase media.
La Revolución educa: José Vasconcelos, ministro del Presidente Obregón, encuentra un país con ochenta por ciento de iletrados. Manda maestros al campo. Muchos profesores son asesinados por los terratenientes o regresan sin nariz, sin orejas, atrozmente mutilados.
Al mismo tiempo, Vasconcelos entrega los muros públicos a los artistas; edita libros y publica a los clásicos.
--¿Homero para un país de analfabetas? --se le critica--.
--Sí. --Contesta Vasconcelos-- para el día en que aprendan a leer y escribir.
La Revolución reparte la tierra: se acaba el latifundio, renace el ejido comunal, se apoya la pequeña propiedad: sólo Lázaro Cárdenas, entre 1936 y 1940 reparte 18 millones de hectáreas entre los campesinos.
La Revolución industrializa a México. La nacionalización del petróleo por Cárdenas en 1938 impulsa el crecimiento industrial.
La Revolución pacifica a México. Entre 1936 y 1950, los últimos caciques desaparecen, secuestrados por la nueva urdimbre institucional.
La Revolución da lugar a una clase media postergada por la dictadura de Díaz y alentada, ahora, por la educación, la reforma de la tierra, las nuevas industrias.
La Revolución abre las puertas a una nueva burguesía industrial, financiera y política que asume el mando de un país de oportunidades abiertas, pero de votos cerrados.
El partido de la Revolución, el Partido Revolucionario Institucional, ejerce el poder continuamente durante setenta años.
Es tolerado porque es una institución nacida de la Revolución y las revoluciones se legitiman a sí mismas. Es desafiado por otros partidos, otros movimientos --religiosos, de derecha, el Partido Acción Nacional; de izquierda, el Partido Comunista. Nadie tiene la legitimación, el origen temprano, la obra renovadora de la Revolución en el poder: la Revolución sin democracia.
Una revolución crítica y criticada, sin duda.
Desde el centro mismo de la lucha, en 1915, Mariano Azuela publica la novela Los de Abajo, un desencantado lamento por la Revolución que, como una piedra arrojada al vacío, ya nada la detiene.
Martín Luis Guzmán escribe, apenas bajado del caballo, Las memorias de Pancho Villa y montado en el corcel del exilio, La sombra del caudillo, prosa límpida para los hechos más oscuros de la política.
Pero es la política misma de la Revolución la que le entrega las paredes públicas a quienes critican a los gobiernos que encargan las obras: Diego Rivera pinta un estado de colisión y engaño, Orozco a la justicia como prostituta carcajeante.
Hay, sin embargo, líderes encarcelados, sindicatos amordazados, prensa manipulada, favores dados, gratitudes demostradas. Pero la Revolución, por ser revolución, mantiene su legitimidad, sus logros, su perfil de independencia internacional frente al vecino norteamericano, refugio de republicanos españoles y luego de exilados sudamericanos, y aun de víctimas del macartismo.
Y un día la legitimidad revolucionaria se perdió.
Ese día, el 2 de octubre de 1968, el gobierno atacó una manifestación pacífica de estudiantes, mató a jóvenes mexicanos que estaban en Tlatelolco porque se habían educado en las escuelas de la Revolución y allí aprendieron los valores de la tierra y el trabajo, del esfuerzo social y de la primacía de la ley, los valores de la democracia que ahora, al manifestarlos, recibían la respuesta de la muerte.
Hago hincapié en los eventos de 1968 porque en ese momento los gobiernos de México perdieron su legitimidad revolucionaria, intentaron recuperarla de modos diversos, no lo lograron y en 1999, agotada la épica de la Revolución, se inició la saga de la democracia. En gran medida por su fuerza acumulada, en parte por la inteligencia del último presidente priista, Ernesto Zedillo, la oposición de derecha llegó al poder. La oposición de izquierda se reorganizó. El partido en el poder perdió el poder, pero todos obtuvieron representación en el Congreso, en la prensa, en las gubernaturas de los estados, en la opinión y en la manifestación. Pero hubo una trágica coincidencia: la democracia plena se estableció en México al mismo tiempo que el crimen organizado se extendió por una parte del país.
El narcotráfico, condenable en sí, duplica su peligrosidad porque opera en un país, México, cuya juventud, la mitad de nuestros habitantes, no rebasa los treinta años de edad. Son seducibles. El camino fácil tienta más que el difícil. La pobreza aumenta a las organizaciones criminales.
Por eso hoy, recordando la Revolución del pasado, es importante que respondamos con la revolución del presente.
No una revolución armada, como la de 1910-1921, sino una revolución política, ciudadana, exigente en el cumplimiento de la aplazada Agenda Nacional y que implica abandonar la comodidad de nuestros rubros de ingresos en crisis --turismo, petróleo, trabajo migratorio-- por la exigencia de crear trabajo en México y de crearlo renovando infraestructuras envejecidas, puentes y carreteras, puertas y hospitales y escuelas, guarderías y comunicaciones, y renovación urbana.
Respuesta creativa, salto adelantado, suma de esfuerzos, rescate y horizonte para la juventud trabajadora.
¿Hay manera más cierta, más creativa, más responsable, de conmemorar nuestro pasado como garantía de nuestro porvenir?