"Burocracia es el arte de hacer imposible lo posible."
Javier Pascual Salcedo
Poco faltó para que la popular i-Pad de Apple no pudiera llegar a México. La razón es que los certificadores mexicanos no sabían cómo calificarla. ¿Era una computadora, una pantalla o un televisor? Al no poder clasificarla en una categoría predeterminada, la i-Pad no podía importarse. Lo peor de todo es que el producto ya gozaba de todas las certificaciones necesarias en el mundo.
Apple logró que el gobierno interviniera y facilitara el camino, pero eso no borra el hecho de que uno de los obstáculos más absurdos a la competitividad de nuestro país es el que tiene que ver con certificaciones redundantes o incapaces de mantener el paso de la tecnología. Eliminarlas sería un paso importante para lograr una mayor competitividad.
Sobre mi escritorio se encuentra un monitor marca Samsung. La empresa que lo fabrica es sudcoreana, pero sus partes pueden haber sido hechas en cualquiera de una docena de países. En la parte posterior la pantalla cuenta con dos sellos internacionales de certificación: uno es UL (Underwriters Laboratories) y el otro CE (la certificación europea). Con estos dos sellos el producto puede venderse en casi cualquier país del mundo. Si se quiere introducir a México, sin embargo, debe contar con un sello adicional, la Norma Oficial Mexicana.
La NOM no añade nada a la certificación internacional. Simplemente obliga a pasar por un proceso burocrático adicional. Suma costos, lo cual es una de las razones porss las que muchos productos son más caros en México que en otros países. Obliga a que se abran muchas de las cajas de productos que se venden en nuestro país para meter, por ejemplo, instrucciones en español cuando éstas ya están en los manuales internacionales incluidos de origen o se encuentran en Internet.
En campos especializados, como el equipo para diseño gráfico o para tratamiento médico, el proceso de certificación mantiene a México permanentemente desactualizado. Para cuando la Cofepris, la Comisión para la Protección de Riesgos Sanitarios, certifica un equipo médico, cosa que puede llevar un par de años, éste ya es obsoleto y muchas veces ha dejado de producirse. Lo peor de todo es que nada aporta la certificación de Cofepris a las que ya se dieron internacionalmente.
Los médicos mexicanos están capacitados para operar estos dispositivos avanzados. La UNAM y otras instituciones los importan sin certificación como equipo de investigación. Cuando se busca emplearlos para tratar a pacientes surge la burocracia que obliga a la espera de la certificación innecesaria. Una de las consecuencias es que los pacientes mexicanos con dinero prefieren viajar a Houston para recibir tratamiento, mientras que quienes no tienen la posibilidad económica se quedan sin cura.
Yo puedo traer legalmente a México en el avión una computadora personal o una i-Pad y usarla en nuestro país sin problemas pese a tener solamente la certificación internacional. Pero si la quiero importar para su venta interviene la burocracia y exige la certificación nacional. Esto aumenta los costos de importación y le resta competitividad a nuestra economía.
El problema no sólo existe en equipos electrónicos. México importa grandes cantidades de carne que son inspeccionadas y certificadas en Estados Unidos. Pero se les obliga a una certificación adicional en la frontera que no hace más atrasar la importación y quitar frescura al producto.
Muchas medidas que el país necesita para volverse más competitivo deben pasar por un Congreso reticente a hacer reformas de fondo. Pero hay otras, como la eliminación de las certificaciones redundantes, que no necesitan la aprobación de los legisladores y que podrían hacerse ya.
Era un gran cronista. Tenía el don de la palabra, pero además un gran sentido del humor. Era también un caballero. A Fidel Samaniego, quien por décadas nos aportó sus crónicas a través de El Universal, lo echaremos de menos sus lectores y sus compañeros.
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