Caravaggio era capaz de trazar los rostros más bellos, los ademanes más tiernos, y también tenía el fuego necesario para crear espanto, angustia y condenación.
Este año se cumplen cuatro siglos de la prematura muerte de Caravaggio, precursor de la pintura barroca. Por su temperamento difícil e innovador, se le considera el primer pintor moderno, creador de un mundo de sombras que dejó una huella profunda en la historia del arte
SOMBRA
En algún punto entre 1508 y 1512 Miguel Ángel Buonarotti pintó La creación de Adán, obra calificada por Ernst Gombrich como “uno de los mayores milagros del arte”, culmen del Renacimiento, donde se concentran ciencia, Filosofía, anatomía y espiritualidad, enmarcadas por una insuperable belleza cromática y compositiva. La escuela manierista del siglo XVI tomó como guías a Miguel Ángel, Leonardo y Rafael, y buscó los altos ideales que los movieron. La luz de tales genios era inmensa y esto, en cierto modo, representaba un callejón sin salida. Entonces llegó la tiniebla de Michelangelo Merisi da Caravaggio.
En su libro Caravaggio (Scala, 1984), el historiador Giorgio Bonsanti lo explica en estos términos: Mientras Miguel Ángel creaba figuras abstractas e ideales, (Caravaggio) rellenaba los contornos con su propia esmerada observación de lo natural, logrando una imagen de perfecta verosimilitud. En suma, la idea resplandece y la materia se hunde en las tinieblas. Este italiano rompió los ideales de perfección con la sustancia oscura y poética de la carne. El hombre, que gracias a Leonardo y Miguel Ángel se eleva a lo divino, con Caravaggio cae de bruces a la tierra y en este choque surge un dramatismo nunca antes visto en la pintura.
NATURALEZA
Caravaggio nació tal vez en Milán, a fines de 1570. A los 14 años comenzó su aprendizaje bajo la tutela de Simone Peterzano, manierista de Lombardía, región donde se cultivaba la pintura con una marcada tendencia al realismo.
Hacia 1592 llegó a Roma con buena reputación como pintor de flores y frutas. Su excepcional talento se hizo notar muy pronto en la ciudad, con obras como Baco enfermo (probablemente un autorretrato), donde sienta las bases de sus preocupaciones temáticas: fuertes contrastes entre luz y sombra, realismo que enfrenta lo bello con lo decadente.
Caravaggio declaró que un artista de valía “sabe pintar bien e imitar bien las cosas naturales”. Estamos hablando del primer pintor que no idealiza, que encuentra tanta dificultad (y por qué no decirlo, santidad) en el rostro de un mártir que en la hojas de un fruto. Al declarar a la Naturaleza como única maestra y apelar al dramatismo teatral, sentó las bases de la pintura barroca.
En el sendero por él abierto transitan Velázquez, Rembrandt, José de Ribera y Zurbarán, entre muchos otros. Se habla de escuela ‘tenebrista’ o ‘caravaggismo’. Su aportación al arte es inmensa; es de los pocos creadores que puede ostentar con justicia el título de “maestro de maestros”.
CRIMEN
Los testimonios sobre Caravaggio no son propiamente halagadores; “con su daga al costado y un sirviente que lo acompaña, siempre está en busca de peleas o discusiones, es imposible llevarse bien con él”. “Usaba paños y terciopelos nobles para adornarse, pero una vez que se ponía un traje no se lo quitaba hasta que caía hecho jirones”.
Hay registros policiales muy puntuales sobre su conducta: demandas por ataques con espada, golpes y trifulcas. El 29 de julio de 1605 fue denunciado por el notario Pasqualone, por haberle herido a causa de Lena, una prostituta de rara belleza que Caravaggio empleó como modelo, caracterizándola incluso como la Virgen María.
El 31 de mayo de 1606, después de un juego de pelota en el campo Marzio, el pintor se involucró en una trifulca colectiva donde asesinó a Ranuccio Tomassoni y él mismo salió gravemente herido, pero aun así se dio a la fuga. Pasaría el resto de su vida buscando el perdón del Papa, y aunque su estatus como artista y sus poderosos mecenas lo protegían, sus reincidencias lo llevaron a la prisión, de donde escapó.
En 1609 sufrió un intento de asesinato, una revancha, de la cual salió desfigurado. Quiso volver a Roma pero perdió el barco al ser aprehendido por la guardia española. Lo soltaron en Porto Ercole, un sitio infestado de malaria. Sus últimos días vagó gritando por las calles y el 18 de julio de 1610, consumido por la fiebre, falleció. No alcanzó a cumplir los 40 años.
CARMESÍ
Podría decirse que Caravaggio es un pintor de sangre. No sólo aquella que mana de las heridas abiertas, sino la que hierve debajo de los gestos enérgicos, la que tiñe las mejillas de los efebos asexuados que tantas especulaciones han despertado. Su obra puede inquietar por su erotismo manifiesto, que oscila hasta llegar a lo sagrado y de ahí a lo violento y demencial.
En lienzos como Judith y Holofernes el impacto se da en tres tiempos: el rostro decrépito de la vieja, el gesto decidido de la joven Judith y el cuello cercenado y los ojos vidriosos de Holofernes.
Caravaggio no dio cuartel y por eso se habla de su “poética del grito”; era capaz de trazar los rostros más bellos, los ademanes más tiernos, y también tenía el fuego necesario para crear espanto, angustia y condenación. Profundamente individual, pendenciero e innovador, en el carmesí de sus cuadros se incuba la esencia del artista bohemio.
ARREPENTIMIENTO
Caravaggio no hacía estudios preliminares ni bocetos. Avanzaba a pinceladas diestras, guiado por sus conocimientos, habilidad e intuición. Cubría una figura, creaba otra, equilibrando sobre la marcha sus magistrales composiciones. A este método de trabajo se le denomina pentimenti, arrepentimiento. Modernos análisis en rayos X revelan que cada obra fue una batalla cuerpo a cuerpo, con avances y retrocesos; en suma, una cavilación pincel en mano. El pentimenti es una metáfora de su tortuoso pensamiento, que rompió paradigmas y abrevaba en profundos conocimientos teológicos, los cuales le permitieron interpretar los textos sagrados como nunca antes se había hecho. Él supo que los milagros y revelaciones se dan, tal como lo dicen las Escrituras, entre los pobres y descastados: sus apóstoles son rudos labriegos, sus pastores tienen los pies sucios, la Virgen misma mira acongojada a su hijo, el Cordero que será sacrificado.
Más de una vez sus cuadros fueron rechazados por su crudeza. Pero no se necesita prometer un cielo para transmitir la idea de sacralidad: en el Descendimiento, los rostros y cuerpos teñidos de tristeza forman un bloque sobrenatural. Al respecto, Bonsanti comenta: El peso físico del cuerpo de Cristo asume la característica de un peso moral, el del dolor del mundo. Caravaggio es creyente, se sabe condenado. Ha cometido pecados mortales (se dice que alguna vez rechazó el agua bendita porque para él “no había remedio”) y sus figuras, plasmadas con absoluta honestidad, tienen matices de expiación.
Es bien sabido que gustaba de los arrabales y las prostitutas, de la vida áspera de las calles. En medio de la violencia, pedía a gritos la presencia de Dios y éste no llegaba. Cuando pintó a Santo Tomás metiendo sin pudor el dedo en la llaga de Cristo, retrató su espíritu que hurga en la herida para encontrar el perdón anhelado y denegado. Ese desamparo es el que lo hace contemporáneo. Caravaggio está vigente y su verdad de sombras, a cuatro siglos de su muerte, sigue capturando la imaginación de los hombres.
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