Me acuso de haber entrado a ver la nueva versión de Robin Hood sin información suficiente. No pensé que se tratara de una precuela, al estilo de Batman Inicia o La Amenaza Fantasma...
Por eso mientras se acercaba el final y Robin se distraía en arengas conciliatorias entre el rey Juan Sin Tierra y su base de contribuyentes cautivos, yo, con franca inquietud, esperaba que la banda de forajidos iniciara una apresurada serie de robos, ya fuera en múltiples golpes pequeños o uno muy grande, para repartir de manera expedita el botín entre los pobres, aunque fuera ya sobre los créditos finales. Pero no hubo tal cosa.
El Robin Hood que conocíamos, mordaz, acróbata y populista, poco tiene que ver con el que Ridley Scott nos presenta.
Posiblemente afectado por el pesado bagaje de Russell Crowe, el nuevo Robin Hood es parco, cortante y parlamentario. Lo suyo es la búsqueda seria de una transición al estado de derecho, con mejoras graduales en el nivel de bienestar de los súbditos del reino.
No le aquejan ansias redistributivas de la riqueza. Quizá las considere, incluso, un peligro para Nottingham.
Pero no es la nueva personalidad de Robin Hood lo que le estorba a la cinta, sino la vieja personalidad de Ridley Scott. El director mete a la fuerza una épica política que cambiará el destino de la civilización occidental, donde sólo debió haber damiselas en apuros y viudas ancianas asustadas. Scott busca construir un edificio donde el bosque de Sherwood era suficiente.
Al gran oficio de Scott le debemos que cuando menos la primera mitad de la cinta sea realmente emocionante.
El escepticismo de Hood sobre la monarquía, y su ambivalencia hacia Ricardo Corazón de León eran rasgos nuevos e interesantes. La cruda batalla en Francia y la suplantación de personalidades (que en aquellos tiempos era tan fácil como ahora en Facebook o en el Renaut), prometían acción e intriga de altos vuelos. Pero la acumulación de elementos superfluos, forzadas referencias históricas y muy probables recortes de tiempo en el cuarto de edición, hacen trastabillar hasta al más curtido director de escenas de acción, y la cinta culmina en otra batalla improbable, ruidosa y confusa.
Al final de la cinta se nos aclara que ahora sí, la leyenda está por empezar.
Si la secuela se concreta, será extraño verlo devenir de estadista a Chucho el Roto, pero indudablemente más divertido. Y si no se realiza una segunda parte, apenas importa.
Robin Hood ha estado ahí por casi ochocientos años; puede esperar tranquilamente a que alguien lo imagine de nuevo. Los pocos ricos y los muchos pobres también siguen aquí, y no parece que se vayan pronto a ningún lado.
Mínimo:
Máximo: