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TOY STORY 3: ADIOS AMIGO FIEL

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MAX RIVERA 2

A juzgar por la cantidad de éxitos consecutivos, y por el seguro trancazo que tienen entre manos con Toy Story 3, no creeríamos que la gente de Pixar haya perdido algo. Y sin embargo están obsesionados con el sentimiento de pérdida. La pérdida de un hijo pececito; del modo de vida americano junto a la carretera 66; de la identidad como rata; de un planeta contaminado entero; de un cónyuge y una casa. Y ahora, en la nueva aventura de nuestros juguetes favoritos, la pérdida de la propia razón de ser.

En la última (porque debe ser la última) entrega de la serie de películas animadas que cambió todo en Hollywood, los genios de Pixar arriesgan una de sus propiedades más valiosas y redituables en aras de mantener una narrativa sugestiva. Así, sitúan a sus personajes más etéreos, más inocentes, en una historia que por contraste se antoja como la más oscura que han elaborado. Y triunfan, dejando una impresión de infalibilidad que ya quisiera Benedicto XVI.

Andy, el dueño de los juguetes, ha crecido. Y con cada pulgada de estatura crece también su olvido. Han pasado 11 años desde el último episodio, y sospechamos que buena parte de este tiempo lo han pasado encerrados en un baúl. Confeccionan argucias patéticas para atraerlo hacia ellos, pero el jovencito los ha dejado atrás, y ahora sólo tiene la Universidad en mente. Del claustrofóbico abandono está por sacarlos un previsible giro del destino: deben ser donados a otros niños o desechados como basura. Gracias a la confusión que por poco los sitúa en la segunda vía, se pone en marcha una historia enredada y divertida, con inesperados giros a lo conmovedor y terrorífico, que termina por resolverse de modo impecable. Claro, si las lágrimas no cuentan como mácula.

Es curioso que no resulte fácil referirse al director Ulkrich, o a Lasseter o a Stanton o a Docter como creadores individuales, y que tendamos a amalgamarlos en Pixar, una entidad con talento sobrenatural, una inteligencia artificial. Sin embargo, este impulso tonto tiene fundamento en una situación real: según declaran ellos mismos, las historias son originadas en comité, y luego formadas, vapuleadas y perfeccionadas por un grupo más grande todavía, en un proceso que parece confirmar aquello de la sabiduría de las masas. Siempre y cuando las masas estén formadas por individuos extremadamente sabios.

En Up (una cinta por la que mi apreciación ha crecido), la lección final apunta a que las posesiones son irrelevantes cuando se aquilatan las relaciones. Una lectura superficial de Toy Story parece devolverle prioridad al valor de los objetos, y de la peor manera, atribuyéndoles el peso de símbolos afectivos. Pero la percepción cambia cuando descubrimos que los juguetes animados de la cinta son avatares de las virtudes y defectos de los niños que fuimos, y que hoy son otros, nuestros niños. Buzz y Woody pasan de generación a generación, y también se incuban en la mente de cada uno de nosotros, preparando su regreso triunfal en la vejez. Y luego, al infinito…

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