Creo que con Salt queda demostrado que ni siquiera Brad Pitt se merece a Angelina Jolie. Cierto es que prefiero a la Angelina carnosa de Tomb Rider, pero esta versión más magra, toda ojos y pómulos, no es nada despreciable. Con Salt, Jolie se instala definitivamente, junto a Milla Jovovich, en la lista de contadísimas actrices que pueden patear traseros masculinos (o de zombis) de manera creíble. Ay de aquel burócrata que se atreva a negarle un permiso de adopción.
Salt revive el tema de los agentes durmientes, esos que han sido criados desde jovencitos para parecer del bando contrario, y cuya verdadera lealtad sólo se manifiesta cuando han alcanzado una posición privilegiada dentro de la estructura de poder enemiga, para socavarla con facilidad (mucho de lo que ocurre en nuestro país podría explicarse perfectamente si se nos revelara la infiltración absoluta… ¿o de plano ya no hace falta el anuncio?). El ejemplo más célebre es El Candidato de Manchuria, cinta cuyo remake del 2004 coincide con Salt en la participación del enigmático Liev Schreiber en un rol clave.
El personaje de Jolie es acusado por un desertor ruso de ser una agente soviética infiltrada en la CIA. Lejos de aclarar apaciblemente la situación a sus colegas, en un tranquilo cuarto de interrogación, la agente decide ejecutar un escape espectacular. Y durante el resto de la cinta Jolie hará entradas y salidas, de dificultad progresiva, a habitaciones custodiadas por números crecientes de personal armado. Para la antología queda la escena en que el presidente ruso sufre un atentado en una iglesia. No digo más.
Dirigida con un estilo claro y conservador por el veterano Phillip Noyce, deliberadamente se aparta de la hiperquinesis mareadora de la trilogía Bourne. Emocionante y divertida, Salt es pura pachanga, aunque toca un tema que debiera tenernos mucho más preocupados de los que nos tiene: el de la mala utilización del armamento nuclear. Para una mirada seria al tema hay que buscar el espeluznante documental Countdown to Zero, y recordar que no hay malas manos específicas que pueden hacerse del control de una bomba atómica, sino que toda mano que pueda pulsar el botón rojo, es mala.
Así sean las manos de Mi Villano Favorito, estrella de una comedia ligera, simpática y de buen corazón, con la que los Estudios Universal entran a la competencia de películas animadas tridimensionales. En esta película un supervillano vanidoso resiente la competencia de supervillanos jóvenes, y elabora un plan que le dará el reconocimiento eterno del público: robarse la luna. No es mala idea, pero le propongo un plan mejor: para lograr la gloria que anhela, consiga una máquina del tiempo y regrese a 1986, el momento justo para borrar del mapa, justo cuando empezaban, a los presumidos de Pixar.