Entre las muchas, demasiadas lecturas que pueden hacerse de la película Babel, escojo una que sospecho es la más cara para su realizador: los destinos de la humanidad entera conforman una fina red, cuyos hilos están tejidos por la fatalidad. En aquella cinta los personajes se encontraban a merced de un Dios cruel, listo para castigar cualquier error de juicio con penas exageradas. Sin importar su ubicación geográfica, las calamidades diseñadas por González Iñárritu y su entonces guionista, Guillermo Arriaga, habrían de tocarles con precisión y milagrosa sincronía. Y pese a la estructura laberíntica de las narraciones, incluso hasta aquel punto que la comprensión del espectador no alcanzara a llegar aún, el personaje sería golpeado limpiamente por una inmerecida tragedia.
Ahora que la santísima dualidad Iñárritu-Arriaga se ha disuelto, y ante la limitada evidencia que proporcionan las dos obras que han hecho por separado, podemos aventurar el diagnóstico de cada siamés: Arriaga es el de los embrollos dramáticos; Iñárritu, el despiadado. Eso parece confirmar Biutifil, una cinta de desarrollo lineal, bella y cruel, como la disección cuidadosa de un pequeño animal de laboratorio. En Biutiful Javier Bardem interpreta a Uxbal, un enfermo terminal de cáncer, que de manera instintiva busca aprovechar sus últimos días enmendar los muchos errores de su vida. Por desgracia para emprender cualquier misión, por noble que ésta sea, la vida nos ha provisto solamente con las herramientas que usamos para llegar hasta el lugar del que renegamos. En el caso de Uxbal, la herramienta es su habilidad para corromper policías y ofrecer como mercancía el trabajo casi gratuito de ilegales chinos y africanos.
Uxbal, que pese a sus mañas y oficio no es malo del todo, tiene por principal preocupación dejar medianamente seguros a sus pequeños hijos, de preferencia con su madre. Pero la mujer es un caso dificilísimo de bipolaridad y adicciones, que sumada a la amenazante cara de Barcelona que no ven los turistas, completa un cuadro tóxico que imposibilita la perspectiva de un descanso pacífico para el hombre agonizante. Biutiful, ayudada por la música de Santaolalla y un extraordinario diseño de sonido, retrata de manera intensa, angustiosa, esos últimos pasos del personaje de Bardem. Es una experiencia tan agobiante y bien lograda, que por momentos logramos olvidarnos del exhibicionismo sádico de Iñárritu, implacable en su labor de martirizar a sus personajes.
Mucho mejor que en Babel, Iñárritu logra comunicar una sensación de incomodidad planetaria que va mucho más allá del sufrimiento íntimo individual. Biutufil evidencia que la podredumbre económica destruye cualquier posibilidad de enriquecimiento espiritual derivado de la convivencia de culturas distintas. Que el infortunio compartido no crea hermanos, crea depredadores y depredados. Y que cada migrante explotado, lejos de ser un activo y ventaja competitiva, es una grieta más, un sistema que se desmorona.