Noto que el tono de voz con el que respondo no es tan fuerte ni tan entusiasta como solía serlo al responder a la pregunta: "Where are you from?". ("¿De dónde eres?"). En esta ocasión, la persona a la que respondo es una señora sueca que conocí durante una reunión anual de trabajo en Nueva York, a la que fui como acompañante de mi esposo, y en la que coincidimos con otras 40 parejas de otras partes del mundo.
El gran amor por México me lo inculcaron desde niña, tanto en mi casa como en el colegio donde estudié, y creí traerlo tatuado en los huesos. Siempre he sentido una auténtica querencia por mi bandera, por mis raíces, por mi tierra, por mi cultura, en fin... Hasta ese día en que respondí con un tono de voz un poco menos orgulloso y contundente: "From Mexico", frente a seis personas de distinto origen, no me había percatado de que hoy traigo empañado ese amor.
Al escuchar mi respuesta se hizo un breve silencio y para mantener la conversación entre absolutos desconocidos, surgieron preguntas como: "Ah y ¿cómo está México? He escuchado que el problema de la inseguridad y el narcotráfico es muy fuerte, ¿es cierto?". Seguida por otra: "¿Cómo van con la influenza AN1H1?". Para rematar con: "¿Qué está haciendo tu gobierno por combatir la corrupción?". Me sentí mal, muy mal.
En la reunión me acompañaba Alejandra, otra mexicana amiga mía; ambas, con la frialdad de grandes actrices y con una sonrisa en la boca, tratamos de palear las preguntas y re direccionarlas hacia otros puntos: "Son exageraciones, ya sabes cómo es la prensa". "Sí hay violencia, pero básicamente en la zona fronteriza, en el resto del país es mucho menor". "La influenza está bajo control, casi no se escucha que haya casos; pero, ¿ya conocen Cancún? ¿Chichen itza? No saben lo maravillosa que quedó la playa... tienen que ir. El color del mar es...".
Por la noche, al cerrar la puerta de mi cuarto de hotel sentí una gran pena. Nunca me había pasado. Pena por mi país y, sobre todo, por esa ausencia de orgullo en mí. Ya no experimento la otrora vanagloria por pertenecer a una nación pujante, en crecimiento, con sus problemas naturales, pero con avances.
Sentí pesar porque los extranjeros ya no escuchan ni leen en los medios sobre nuestras bellezas naturales, sobre la calidez de la gente, sobre nuestra riqueza arqueológica, nuestras hermosas tradiciones y demás. Sólo se menciona el número de muertos y decapitados con los que a diario amanecemos, entre otras anécdotas de corrupción y politiquerías de muy bajo nivel. Los extranjeros ya no quieren visitarnos como turistas, a pesar de las ventajas económicas que México ofrece.
Me duele comparar el avance en todos los aspectos que países como Corea, Brasil, China y la misma India o Tailandia, entre otros, han tenido en 20 años.
La pregunta que formulo es: "¿Puedo yo como mexicana hacer algo? ¿Podemos?". Dicen que el mal en cualquier lado se da, cuando la gente buena no hace nada. Por lo que al encontrarme con esta frase de Hellen Keller, pareciera que me responde: "Soy sólo una, mas aún soy una. No puedo hacer todo, mas aún puedo hacer algo; no rehusaré a hacer algo que está en mis manos".
Así que apabullada concluyo que la única forma de contribuir a que mi país recobre su brillo, es sacar lo mejor de mí misma, esforzarme más, tanto en mi entorno familiar, como en mi trabajo, y seguir apoyando a los jóvenes de escasos recursos con becas para que estudien, con la firme esperanza de que algún día cercano -espero, se desempañe mi amor por México.