Maciel es indefendible. No encuentro un término que pueda describirlo. Quizá "abominable" es lo que más se acerca a una definición. Pero, ni gastar tinta.
Como miles de personas, muchos años de mi vida confié en él, creí en su buena fe, en su casi "santidad". Mi esposo y yo confiamos la educación de nuestros tres hijos a los colegios de los Legionarios de Cristo. Aunque ambos estudiamos en escuelas laicas, en ese momento consideramos que una educación que los acercara a valores morales y a una buena formación académica, era lo conveniente.
Durante muchos años recibí diversas invitaciones para incorporarme al movimiento Regnum Christi, a las cuales me negué: "Gracias pero no tengo tiempo". Hasta que un día a los 45 años sentí que era el momento de acercarme más a Dios; así que por fin acepté asistir a un retiro de tres días que impartía el padre John Walsh L.C., de quien todas las personas se expresaban muy bien.
Con mirada crítica y un poco desconfiada escuché su primera plática; su forma de hablar, de decir las cosas, su entusiasmo y transparencia de alma me gustaron. A partir de esa experiencia sentí que aquélla era una buena opción para canalizar la búsqueda de espiritualidad que, quizá por la edad, empezó a inquietarme. Al término de los tres días, me incorporé.
Durante varios años, recibí orientación espiritual, asistí a los "encuentros" semanales, a retiros de silencio en los cuales, mientras comíamos, nos leían las cartas del manual oficial de la Legión el "Salterio de mis días", supuestamente escrito por Maciel (que resultó un plagio de un texto del español Luis Lucía, muerto en 1943). El caso es que, todo aquello sirvió al propósito que buscaba, lo cual agradezco.
En esos años conocí de cerca a muchos sacerdotes y consagradas de la Legión, por quienes puedo meter las manos al fuego. Gente de primera, de una pieza, intachables, comprometida con su misión de educar, formar e inculcar valores. ¡Cómo he pensado en ellos! Me imagino el tremendo dolor, la decepción, el coraje, la sorpresa. Sí, la sorpresa; si bien muchos sabían las atrocidades de su fundador y fueron cómplices de la pasividad, estoy segura que la gran mayoría las ignoraba. ¿Quién entrega 30, 40 y 50 años de su vida a una obra, deja a su familia, a su país, sin ninguna compensación material, cuando sabe que su fundador es un psicópata?
Al escuchar en 1997 el testimonio de pederastia en voz de un ex legionario, maestro de mi hija en el ITAM, le creí; me afectó mucho y comencé paulatinamente mi retirada del movimiento. Sin embargo, no sin dolor, he de decir que también la Legión me retiró. Al publicar los libros Quiúbole con..., escritos en coautoría con Yordi Rosado, para informar a los jóvenes con claridad y humor sobre los riesgos a los que se enfrentan (entre ellos el abuso sexual) con el fin de protegerlos, fui defenestrada.
A pesar de lo anterior, con la mano en el corazón, quiero reconocer y enviar mi solidaridad a todos aquellos laicos, sacerdotes y consagradas de bien, que también fueron traicionados y que han formado o ayudado a formar a nuestros hijos y a los hijos de millones de personas en países de América, Europa y Asia. Pues a pesar de todo me pregunto: ¿Cómo estaría la educación en el mundo sin los 176 colegios, 15 universidades en cinco países, 50 instituciones de educación superior que en todos los niveles socio económicos dirigen los Legionarios?
Si bien no se puede defender lo indefendible, y la sociedad exige una disculpa pública como un castigo a los culpables, lo rescatable merece una mano de apoyo.