A todos mis amigos de Monterrey.
Ese día terminaba de hacer su ejercicio matutino. Sintió que en cada segundo perdía la capacidad de moverse. Trató de alcanzar el aparato inalámbrico de su cuarto, que le parecía se encontraba al otro lado del mundo. El número que otrora había marcado mil veces, con dificultad llegaba en intervalos a su memoria. Al responder y reconocer la voz de un colega al otro lado de la línea, la doctora Jill Bolte Taylor, de 37 años, trató de pedir ayuda, pero se dio cuenta de que su voz salía como un conjunto de sonidos ininteligibles.
"Qué cool, ¡estoy teniendo un infarto en el cerebro!", pensó la neurocientífica de Harvard, quien había dedicado toda su carrera al estudio del mismo. "Ver" un infarto desde adentro era una nueva experiencia, como ella lo narra en su libro My Stroke of Insight; así que tomó el hecho como una oportunidad más de exploración.
Mientras el infarto dañaba el lado izquierdo de su cerebro: el razonamiento lineal, la lógica numérica, el movimiento y el habla, la doctora Bolte lejos de sentirse angustiada, se inundaba de una gran paz. Las sensaciones y percepciones que absorbía el lado derecho del cerebro, que no requiere de palabras, se amplificaban al grado de experimentar -como ella narra- el Nirvana mismo: "Me sentí grande, como si me extendiera; como si mi cuerpo y los objetos no tuvieran líneas ni límite y perteneciéramos a un todo". Y continúa: "...Mi espíritu se elevaba libre como una gran ballena deslizándose a través de un silencioso mar de euforia". "...Cuando mis alumnos llenaron mi cuarto del hospital con tarjetas de cariño y buenos deseos, no podía descifrar lo que habían escrito en ellas, pero sí captar el amor que irradiaban".
"Antes del infarto -según platicó la doctora Taylor a un grupo de universitarios en Ted.com- me sentía un individuo sólido y separado de la energía que fluía a mi alrededor y de ustedes", pero cuando el lado izquierdo de su cerebro se canceló, se descubrió como parte de un universo conectado en el que, como ella comenta, "somos perfectos, hermosos".
Si no fuera porque estas palabras salen de una neurocientífica y catedrática de Harvard, pensaríamos que son de algún ser que se encontraba medio zafado después de haberse fumado un buen churro de mariguana, o bien, de alguien muuuy iluminado.
Esta verdad es la que todos los sabios de diversas culturas han tratado de transmitirnos. El Nirvana existe. Y radica -según dicen los que saben- en el lado derecho de nuestro cerebro. Sólo que nuestro lado izquierdo no quiere que se sepa. Si bien es muy útil para tantas cosas, también sería muy útil aprender a apagarlo a voluntad para escuchar así lo que su compañero tiene que decirnos.
Se acercan unos días de descanso en los que con una mente liberada de rutina, de horarios fijos y de estrés, nos es más fácil acceder a esa profunda paz interna de la que tanto nos habla la doctora Bolte. ¿Te imaginas qué diferente sería nuestro mundo si cada uno de nosotros tuviera la capacidad de conectarse con la belleza, el universo y con nosotros mismos a través de los otros, de las cosas...? Me imagino que esto es tan entrenable como un músculo. Aunque he llegado a sentirlo únicamente por deliciosos y escasos segundos mientras me educo en adquirir el hábito de la meditación diaria, esos instantes son suficientes para, al día siguiente, retomar la intención de lograrlo.
Te invito a descansar, a guardar la tecnología y a encontrar unos minutos para meditar, ignorar a ese lado izquierdo que piensa, analiza y delibera; y acudir al lado derecho para encontrar que el Nirvana sí existe, aquí y ahora.