La experiencia podría volverse adictiva. Ver, oler y escuchar el furioso rugir de un centenar de motores al dar el banderazo de salida ¡es impresionante! Nunca había vivido algo similar, hasta que asistí a una prueba NASCAR. Sientes que el corazón se te sale, que cada célula de tu cuerpo vibra y la adrenalina se eleva al tope al ver los autos volar por la pista a más de 300 km por hora. Uno de los deportes más rápidos del mundo. Todo es velocidad, riesgo y estrategia. "¡Esto es sentirse vivo, caray!", fue lo que pensé. ¡Qué bueno que no soy hombre, ni joven, porque sería piloto!
Me gusta la velocidad. Es excitante y en el mundo moderno, un sinónimo de éxito; o por lo menos de eficiencia. Ignoro si esto nos lleva a retar los límites de una vida rápida, o a buscar el éxito rápido, a hacer negocios rápido, y hasta querer conseguir un amor de manera rápida. Lo que sí sé es que ahora, nuestro mantra desde que amanece es: "Más rápido".
El otro día me vi reflejada en una joven periodista, muy profesional, que me entrevistó con motivo del lanzamiento de mi libro más reciente. Sus ganas de lograr, destacar y hacer transpiraban por cada poro de la piel. Durante la conversación, me enteré que tenía una hija de 12 años, a la cual disfrutaba muy poco, según me dio a entender, por lo demandante de su trabajo. "Salgo de mi casa prácticamente a las 5:00 de la mañana y regreso hasta las 10:00 de la noche, verdaderamente agotada". "¿Y crees que vale la pena?", le pregunté. Su respuesta me dejó pensando: "Mira Gaby, no quiero ni tocar el punto. Me gusta vivir así y mi hija ya se acostumbró". Por supuesto, cambiamos de tema.
Siendo yo una persona a la que atraen la velocidad y el logro como la cocaína al adicto, y que constantemente tiene que retomar el camino, cómo me gustaría transmitirle a esa joven lo que ahora sé: que es muy fácil confundir -como lo hice- velocidad con progreso, adrenalina con significado y urgencia con importancia. ¡Tonta de mí! Entre más ocupada y de prisa vivía, más importante me sentía. Ja, ja. Muchos años estuve cegada con la adrenalina. Como dice el dicho anónimo: "Qué cosa extraña es el hombre, nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere".
Si observas, la paciencia es un valor que en general no ejercitamos, por lo menos, la arriba firmante. Sólo que con frecuencia, nuestro impulso y ansiedad de logro, de éxito, rebasan la velocidad del sentido común. ¿A cuántos esto mismo nos ha costado cuotas de salud?, ¿o lo pagan nuestras relaciones de pareja, de amigos y familia?, que suelen volverse casi taquigráficas. Nos enteramos de la vida del otro a manera de encabezado de ocho columnas. Además, como la presión por trabajar más y mejor es constante, es fácil terminar emocionalmente inaccesibles y socialmente aislados. ¿En realidad, la velocidad nos hace sentir vivos? ¿Y como para qué? Visto a distancia, ¿Cuál es el sentido?
Algo que me llamó la atención de la prueba NASCAR, fue la frecuencia con la que los pilotos hacen paradas en los pits. "Es crucial", me comentó mi amigo el experto. "No hay piloto, por más bueno que sea, que pueda ganar sin detenerse. Ahí se refrescan, ajustan el auto, cambian llantas, recargan combustible y reciben instrucciones. Parece que es pérdida de tiempo, ¿no? Pues sin esto, es imposible ganar".
Al escucharlo me pareció que era una buena metáfora. Si bien a muchos nos gusta la adrenalina y la velocidad, sin detenernos con frecuencia en nuestros pits, (ejercicio, lectura, tiempo para los amigos y familia, meditación) es imposible ganarle a la vida. Y de lograrlo, ¿cuál es el costo?