Su belleza me impresionó. A los 22 años Hellêne Matarazzo se convirtió en piloto de aviación para trasladar heridos durante la Segunda Guerra Mundial; su vida no ha sido nada fácil. Es una mujer muy especial. Cumplió 90 años recientemente y al verla rodeada de los besos y cariños de sus hijos, nietos y bisnietos, lo primero que vino a mi mente fue: "Quiero ser como ella".
Sentada en su silla de ruedas derrocha la clase de una verdadera reina. Delgada, de modales finos y de arrugas bonitas, viste con traje sastre blanco, collar y aretes de perlas; su pelo recogido y adornado con dos discretas flores blancas la hacen ver preciosa. Pero su belleza no sólo radica en su exterior.
Al acercarme a felicitarla le pregunto:
-Hellêne, ¿cómo es que se conserva tan bien y tan bonita?
-Soy muy feliz -me contesta.
-Y, ¿qué consejo nos daría para ser felices?
Su respuesta se concretó a dos palabras:
-Ser auténticos.
Me dejó callada y pensando. Tiene razón y los estudios concuerdan con ella. Sólo que es diferente leer la teoría en el libro de algún científico, que escucharlo de viva voz y como el testimonio de vida de alguien que siempre ha sido auténtica e irradia felicidad a pesar de las dificultades que ha enfrentado.
Sabemos que hay tres "atajos" para ser felices: ser auténticos, ser agradecidos y amar. El primero de ellos se basa en que entre más congruencia tienes con lo que crees, con tus valores, con quien en verdad eres, más cómodo te sientes dentro de ti mismo.
Veamos, "si en este momento llegara el 'genio de la felicidad' y te diera a escoger entre ser feliz o ser auténtico, ¿qué dirías?". Esta pregunta la ha hecho el doctor Robert Holden, autor del Happiness Project, a diversos grupos de estudio. La respuesta en promedio es que 60 de cada 100 personas escogen ser auténticas. Cuando a los encuestados se les pide una razón, la más común es que una persona no puede ser inauténtica y feliz al mismo tiempo.
Cuando perdemos contacto con nuestro verdadero ser, cuando pretendemos ser alguien que no somos, cuando actuamos en contra de lo que creemos, nos engañamos. De hecho, podemos llegar a creer que otro tipo de cosas son las que nos hacen felices, y pasar largos años en trabajos o relaciones que no nos satisfacen, ahogando nuestras frustraciones con compras, comida, alcohol o drogas, de tal manera que nos acostumbramos. Lo malo es que con el tiempo ya no diferenciamos entre el gozo y la tristeza.
Es cierto que, si bien puede no ser el caso de todos, muchos todavía estamos en el camino de conocer cuál es nuestro "ser verdadero y auténtico". Una clave que nos puede ayudar, si lo pensamos un momento, es darnos cuenta de que cuando más felices somos es cuando estamos entre amigos, en especial con los de la infancia, con quienes no hay máscaras. O bien, cuando sentimos que de alguna manera nos conectamos con la naturaleza o con Dios. Y esos pequeños momentos de gozo nada tienen que ver con las metas profesionales o las posesiones.
Con frecuencia el deseo de impresionar a otros provoca el olvido de que lo que en realidad impacta e importa es, como dice Hellêne, ser auténticos. Eso sí impresiona. Sólo que atreverse a ser uno mismo cuesta; paradójicamente, para ello sólo requerimos convencernos de una cosa: nuestro "verdadero ser" es perfecto y ¡no hay nada que perder!
Al salir de la comida agradecí la reflexión y renové mi decisión a tener una presencia menos editada, menos empacada, menos temerosa, menos a la defensiva y menos autopromotora. Tal vez así llegue a los 90 años con la serenidad, la belleza y el cariño que a Hellêne le rodea. Su presencia es un regalo para todos. ¡Qué ejemplo!