Uno de los más exitosos cómics nacidos a finales de los cuarenta es Condorito, ‘hijo’ del cartonista chileno Pepo (René Ríos), que se publica desde 1949.
Desde Tintín hasta Dragon Ball, los cómics han visto pasar guerras y crisis mundiales, y hoy continúan ‘paseando’ por todo el planeta sin que su papel caduque. Las transformaciones sólo los han hecho más fuertes, al igual que su transición hacia otros medios de entretenimiento, que lejos de representarles una amenaza se han convertido en excelentes aliados para la época moderna.
¿Le suenan los nombres de Archie, Periquita, Clark Kent, Popeye o Condorito? Seguramente luego de leerlos vienen a su mente otros tantos personajes entrañables a quienes conoció en las páginas de una historieta, pues ¿quién no ha tenido ante sus ojos un ejemplar de El hombre araña o La Pequeña Lulú, o quizá una tira de Mafalda, Garfield o Educando a papá? Traspasando generaciones y fronteras, los cómics han hecho volar la imaginación de incontables lectores a lo largo y ancho del orbe, con argumentos que van desde lo muy sencillo hasta los más complejo, y tramas que abarcan todo tipo de géneros -comedia, ciencia ficción, drama, etcétera-, eso sí, siempre sustentados por sus muy peculiares viñetas, pues aun los trazos que parecieran más simples ocultan tras de sí el esfuerzo y la creatividad de uno o más artistas, quienes muchas veces permanecen en el anonimato, sintiéndose satisfechos sólo con saber que su obra consigue su objetivo básico: entretener al lector.
La imaginación es una nave que traspasa las fronteras de lo posible. Y la creatividad, el pretexto perfecto para dar vida a miles de personajes que a lo largo de nuestro andar nos acompañarán con el único fin de hacer más llevadera la existencia. El cómic, más que papel manchado de tinta con ‘monitos’, es eso: una herramienta que conjuga los elementos de un medio de entretenimiento por excelencia.
Y aunque en algún momento todos hemos gozado o sufrido con las aventuras de nuestros protagonistas favoritos, pocos son los que se detienen a analizar lo que tuvo que ocurrir para que ese universo de papel fuera posible y cómo fue que cobró un lugar tan privilegiado en el afecto de miles de millones de personas.
COMIENZAN LAS LEYENDAS
Se dice que los primeros indicios de los cómics se remontan a épocas antiquísimas, con pinturas murales egipcias o griegas, relieves romanos, códices prehispánicos y más. Pero el primer antecedente de la historieta contemporánea lo encontramos en The Yellow Kid, personaje principal de Hogan’s Alley, tira estadounidense publicada entre 1895 y 1898. Esta serie fue la primera en utilizar ‘globos’ para contener el diálogo de los protagonistas, de ahí su relevancia. Después de ella vinieron otras que alcanzaron la fama mundial, como Mutt and Jeff (Benitín y Eneas) de 1907 o Bringing Up Father (Educando a papá) de 1913.
A principios del siglo pasado (1930) las tiras cómicas que aparecían en los periódicos de Estados Unidos se hicieron muy populares, tanto que se decidió explotarlas de gran forma. Así germinó el comic book, término que hoy se utiliza para referirse a las historietas en general pero que en ese entonces compilaba las tiras previamente publicadas en los diarios. Agotado ese material se crearon nuevos personajes y surgieron géneros como el pulp, un tipo de revista que no tenía dibujos secuenciales, simplemente dos o tres ilustraciones acompañando la narrativa para dar al lector una idea de lo que estaba leyendo; Amazing Stories y Weird Tales son dos de los más representativos. Puede decirse que el cómic fusionó esas dos vertientes.
Los japoneses por su parte ingresaron a la industria de manera formal después de la Segunda Guerra Mundial, pues tras la devastación sufrida por las explosiones de las bombas atómicas tiradas en Hiroshima y Nagasaki, se enfrentaron a la necesidad de buscar alternativas para entretener a la gente y la forma más económica resultó ser a través de historietas impresas. En aquella época el cómic japonés y el americano se diferenciaban por el papel barato que usaban los nipones -siempre a blanco y negro-, además del contraste cultural entre las dos grandes potencias del cómic, que sin duda se vio reflejada en las publicaciones que inundaron las calles y mentes sus habitantes.
Hoy las historietas son conocidas en todo el mundo, tan es así que cada región tiene su peculiar forma de llamarlas: manga en Japón, tebeo en España, muñequitos en Cuba y cuentos o monitos en México.
Trazos pioneros
En el cómic, el perfil de los personajes puede ser muy completo y complejo. Por lo general tienen características y una ‘forma de pensar’ que los define bien; entre mejor esté hecha tal definición, más podemos identificarnos con ellos, amarlos u odiarlos.
En la genealogía de las historietas encontramos que en los treinta hubo un auténtico boom de los cómics. En Estados Unidos eran especialmente populares Popeye, Mandrake el Mago y El Fantasma, entre el público infantil. En 1938 apareció el primer -y probablemente más famoso hasta la fecha- superhéroe: Superman, autoría de Jerry Siegel y Joe Shuster. El ‘hombre de acero’ causó un gran revuelo porque representaba los ideales del público americano en aquél momento y se convirtió desde entonces en el emblema de la editorial DC Comics, alcanzando una trascendencia que sólo se compara con la de su ‘colega’ -y también miembro de DC- Batman, el ‘héroe oscuro’ que salió al mercado apenas un año después. A ese periodo -al cual también pertenecen Capitán América y La Mujer Maravilla- se le ha denominado la ‘época dorada’ de las historietas y abarcó hasta finales de los cuarenta.
En los cincuenta emergieron títulos con temas bélicos, de suspenso y terror, como Historias de la cripta, bajo el auspicio de EC Comics; pero los padres de familia creían que leer esta clase de publicaciones fomentaba la violencia en los niños, lo cual provocó que hubiera una gran censura y la eventual quiebra de EC, de quien únicamente sobrevivió la revista MAD, que en sus inicios se presentaba como un libro cultural.
De fines de los cincuenta a principios de los setenta se vivió la ‘edad de plata’, donde resaltaron los mutantes engendrados por Stan Lee para Marvel: Spider-Man, X-Men, Hulk y Los Cuatro Fantásticos. Del periodo de bronce -de los setenta a mediados de los ochenta- resalta el primer cómic con un protagonista de color, Luke Cage (también conocido como Power Man), publicado igualmente por Marvel y cuya trama abarcaba temas como la drogadicción -temática que DC Comics imitó en Flecha Verde. Ya no se trataba nada más de plasmar héroes enfrentando a villanos, sino también al sistema político. Los límites entre esta etapa y su sucesora, nombrada ‘era del bronce’, son borrosos, si bien en esta última se agrupa otro exitoso material cobijado por DC: Watchmen, de Alan Moore.
Vino enseguida lo que los coleccionistas llaman la ‘época de cromo’, significando un declive en el mundo del cómic, pues los escritores parecían haberse quedado sin buenas ideas, hubo muchos despidos, se cancelaron numerosos títulos y desaparecieron varios héroes.
Finalmente a inicios de los noventa comenzó la llamada ‘era moderna’ -que persiste hasta nuestros días-, donde empresas como Dark Horse reactivaron el universo de la tinta con exitosas obras, entre ellas dos emblemáticas creaciones del mítico Frank Miller (quien en los ochenta había engendrado Daredevil): Sin City y 300; o Spawn de Image Comics. Asimismo, Marvel y DC Comics se renovaron y dieron nuevos aires a sus figuras clave -Spider-Man, Iron Man, etcétera. Entre las ‘nuevas caras’ del medio sobresalen Steve Niles y Ben Templesmith, coautores de 30 días de noche, famosa tanto por su calidad como por pertenecer a la ‘nueva onda vampírica’.
DIBUJANDO EL MUNDO
Como se mencionó, antes de que los superhéroes dominaran el papel hubo otras historietas exitosas. Uno de los ejemplos más distintivos nacidos en Estados Unidos (en 1939) es Archie Comics, cuya trama gira en torno a un adolescente pelirrojo y sus amigos; éste fue llevado a Latinoamérica como Archi entre los sesenta y los setenta. O Peanuts (1950), que albergaba al entrañable Charlie Brown, Snoopy y compañía.
Pero aunque Estados Unidos y Japón fueron quienes convirtieron al cómic en una industria y han obtenido millones de dólares en ganancias por sus ‘libritos’ alrededor del mundo, Europa y Latinoamérica tienen su propia tradición.
A la manera del viejo continente
El cómic europeo tiene un arte íntimamente ligado a la historia del viejo continente, con la riqueza que ello supone. Bélgica, Francia y Suiza componen lo que se conoce como la ‘historieta francófona’, la cual se considera situada en el mismo escalón de importancia que la estadounidense o la nipona, pues a pesar de no vender tantos ejemplares como éstas, es famosa por su calidad y originalidad, lo cual le ha dado presencia y reconocimiento internacional.
Entre sus autores distintivos están los belgas Hergé (seudónimo de Georges Remi), creador en 1930 de una de las más influyentes series europeas del siglo XX: Las aventuras de Tintín; y Peyo (Pierre Culliford), autor de la saga de aventuras de los seres azules más famosas del mundo: Los Pitufos (Les Schtroumpfs en su idioma original), que salieron del papel para recorrer el orbe en su versión televisiva.
De Francia surgieron el cómic de ciencia ficción El Incal, de Moebius (Jean Giraud) con guiones del chileno Alejandro Jororowsky (que posteriormente llegaría a México, traducido al español); y Asterix el Galo, autoría de René Goscinny (guión) y Albert Uderzo (dibujo).
Por su parte, España tuvo a uno de sus máximos representantes en José Escobar, autor de Zipi y Zape, publicada entre 1948 y 1994, y superada solamente por Mortadelo y Filemón de Francisco Ibáñez, la historieta española más traducida y que a la fecha continúa sumando adeptos.
Cabe mencionar que Europa maneja un formato distinto para sus cómics, pues mientras en América se estilan los cuadernillos grapados, los europeos publican algo más parecido a libros de pasta dura.
El toque latino
Latinoamérica tiene su propia historia en lo que a cómics se refiere, y aunque cada país ha elaborado sus propias historias, son Chile, Argentina y México quienes han alcanzado mayor proyección.
Uno de los más exitosos cómics nacidos a finales de los cuarenta es Condorito, ‘hijo’ del cartonista chileno Pepo (René Ríos), que se publica desde 1949. Argentina destacó en el panorama de la historieta gracias a Quino (Joaquín Salvador Lavado), quien en los sesenta dio vida a Mafalda, tira cómica sobre una perspicaz niña de melena abundante, amante de los Beatles y poseedora de gran perspicacia. Su popularidad traspasó fronteras y sigue siendo una de las favoritas en todo el orbe, no por nada ha sido traducida a más de 30 idiomas. Otro clásico argentino es Boogie el aceitoso, tira acerca de un ‘matón a sueldo’ que se distingue por su ácido humor, y que fue creado en los setenta por el también icónico Roberto Fontanarrosa.
MONITOS A LA MEXICANA
En los años veinte los periódicos mexicanos comenzaron a publicar tiras cómicas de procedencia estadounidense, si bien no pasó mucho tiempo para que florecieran las primeras creaciones locales como Don Catarino y su apreciable familia, Los Supersabios y posteriormente Paquito, una de las historietas pioneras -en México- del formato de revista.
El paso de las décadas dio cabida a una gran diversidad de personajes. En los cuarenta apareció Memín Pinguín, con argumentos de Yolanda Vargas Dulché -también autora de la célebre ‘historieta sentimental’ Lágrimas y risas, llamada originalmente Lágrimas, risas y amor- y dibujos de Sixto Valencia Burgos. A finales de la misma década, Gabriel Vargas se anotó un hit editorial con La Familia Burrón, que por 60 años retrató las aventuras de dicha familia de clase baja, hacendada en la Ciudad de México, y que se distinguía por su crítica a la sociedad mexicana.
En los cincuenta José G. Cruz creó Santo, el enmascarado de plata, que enaltecía al luchador homónimo y que sin duda contribuyó a su popularidad; mientras que la década siguiente vio nacer a un singular héroe con turbante, Kalimán, creado a partir del programa de radio homónimo y que logró una gran trascendencia (se publicó durante 26 años consecutivos) entre los lectores de América Latina.
Entre los sesenta y los ochenta hubo ‘de todo un poco’. Por un lado resaltaron series como Chanoc, acerca de un pescador con carácter de héroe, o caricaturizaciones de personajes de la música infantil en Las aventuras de Parchís o la televisión en Las aventuras de Capulina y El Chapulín Colorado; y por el otro Los agachados y Los supermachos de Rius (Eduardo del Río), que mostraban la política como su eje principal, o Hermelinda Linda, autonombrada como una “revista cómico-satírica para adultos”.
Más contemporáneo es el éxito de El Santos contra la Tetona Mendoza, tira del jalisciense Trino (José Trinidad Camacho), realizada mayormente en coautoría con el también tapatío Jis (José Ignacio Solórzano), la cual se distingue por sus personajes burdamente trazados y su humor ácido, crítico y un tanto escatológico. Igualmente noventera fue la revista de cómic independiente El Gallito Inglés (llamada después Gallito Cómics), fundada por Edgar Clement.
La aceptación por los monitos fue tanta en nuestro país que en sus ‘buenos tiempos’ se imprimían semanalmente y llegaban a vender hasta un millón de copias por semana. Sin embargo la generalidad de las empresas nacionales dejó de experimentar. Las crisis económicas y de materias primas (como la de papel) y el estancamiento de ideas hicieron que la industria no progresara y finalmente llegara al colapso. Hoy en día la producción nacional de cómic es casi nula; con la excepción de cómics como Buba (notable por su temática entre existencialista y oscura) de José Quintero, de los espacios que otorga al género la revista Replicante y de los ‘cartones políticos’ que salen diariamente en los diversos periódicos del país, el resto de lo que circula con regularidad es en su mayoría material de importación o bien impresiones locales, pero que traducen obras extranjeras. No obstante, vale la pena mencionar que varios ilustradores mexicanos han despuntado en la industria internacional, como Humberto Ramos, quien ha realizado varias portadas y números para Marvel (The Spectacular Spider-Man y X-Men entre otros) y fue uno de los creadores de Crimson y DV8, publicadas por Wildstorm (hoy propiedad de DC); Micro (Ricardo García), encargado de ilustrar la versión en cómic de Las Chicas Superpoderosas, o el mismo Clement, quien ‘colorea’ para Marvel uno de sus más destacados títulos: Wolverine.
¿Mexicanos? No
Antes del citado declive y en forma simultánea a la producción local, nuestro país gozó de una amplia variedad de historietas procedentes del extranjero, muchas de ellas distribuidas a partir de los cincuenta por la desaparecida Editorial Novaro, que también se encargó de hacerlas circular en otros países de habla hispana.
Algunos de sus títulos eran obviamente reconocidos como foráneos, por ejemplo Superman, Batman, Archi, Flash Gordon, Daniel el travieso, Popeye el marino, El conejo de la suerte, El Pájaro loco y Tom y Jerry. Pero otros tantos se ganaron el afecto de los mexicanos sin que éstos supieran su verdadero origen, gracias a que dicha casa editora contextualizaba sus diálogos de tal forma que resultaban familiares, se diría ‘locales’ para la gente, por ejemplo los estadounidenses Periquita (Nancy en su idioma original), La pequeña Lulú (Little Lulu), Sal y Pimienta (Sugar and Spike), Lorenzo y Pepita (Blondie), Gasparín el fantasma amistoso (Casper) o el francés Fantomas (Fantômas). Tras la desaparición de Novaro a mediados de los años ochenta, varios de estos títulos -y otros más- se integraron al catálogo de Editorial Vid.
SU MAJESTAD EL MANGA
Japón tiene una historia antiquísima en lo que se refiere al arte gráfico, desde los Chōjū-jinbutsu-giga (pergaminos en donde se dibujaban animales realizando actividades humanas) en el siglo XII, hasta los kibyôshi (libros que combinaban ilustraciones con diálogos, presentando una gran variedad de temas) a finales del siglo XVIII. No obstante, el detonante para el manga como tal se originó por la influencia de las tiras de los periódicos estadounidenses y europeos, que penetraron el mercado nipón a inicios del siglo XIX. Así, los artistas japoneses comenzaron a crear sus propias historietas basándose en los formatos extranjeros, pero la industria local sufrió un revés con la Segunda Guerra Mundial, por la ocupación y censura impuestas por Estados Unidos. Al término del conflicto bélico se reanudaron las publicaciones en los diarios y eventualmente surgieron revistas dedicadas al manga.
Dos de los precursores de la notoriedad que alcanzaría el manga fueron Machito Hasegawa con su tira de 1946 Sazae-san, acerca de un ama de casa, y Osamu Tezuka con Tetsuwan Atomu (‘átomo poderoso’) de 1952, que llegaría a ser mundialmente conocido como Astro Boy. Tezuka ocupa un lugar especial para los amantes del manga, pues transformó la industria con sus técnicas innovadoras y sus tramas más humanas.
El manga fue cobrando popularidad y poco a poco se especializó según el grupo demográfico al que iba dirigido; el kodomo para niños, el shōjo para jovencitas (con subgéneros como superheroínas y romance), el shōnen para adolescentes del sexo masculino (con tramas de acción y aventuras), el josei para mujeres adultas y el seinen para hombres mayores de edad.
El interés internacional por el manga se detonó en los ochenta y se atribuye al éxito de la película Akira (1988), versión animada del cómic homónimo, dirigida por el también creador de éste, Katsuhiro Otomo. Otras historietas trasladadas a la pantalla como La princesa caballero (Ribbon No Kishi) Mazinger Z (Majingā Zetto) o Candy Candy (Kyandi Kyandi) fueron así mismo importantes para que el público europeo y americano se interesara en conocer las creaciones niponas en sus versiones primigenias -es decir en manga.
Los japoneses son ávidos lectores de historietas; para ellos el manga no es en absoluto ‘cosa de niños’ sino una cuestión cultural, parte de su identidad. En el metro, las plazas o las calles es común ver a gente de todas las edades leyendo algún cómic, de los más variados temas. Por ello la lista de autores y obras es muy vasta, y su popularidad en el extranjero varía de acuerdo a cada país, en donde abundan los seguidores dispuestos a todo con tal de nutrir sus colecciones.
LLEGÓ PARA QUEDARSE
Para algunos, el cómic es un verdadero objeto de culto. No sólo es un atractivo material para que los niños comiencen a adentrarse por su cuenta en el universo de la lectura. Además de ello, abundan en todo el mundo los amantes de la historieta, cuya pasión puede ir desde guardar cuidadosamente los números de su serie favorita, hasta buscar exhaustivamente las ediciones de ésta a nivel mundial.
Son igualmente incontables los coleccionistas dispuestos a pagar cualquier precio con tal de adueñarse de valiosas rarezas. Por citar un ejemplo, según la agencia de noticias EFE, el 29 de marzo de este año se vendió el primer número de Superman (Action Comics, 1938) en un precio récord de 1.5 millones de dólares, durante una subasta a través de Internet; seguramente no son pocos los que se estiran los cabellos por haber tirado su copia de ese ejemplar, que en su momento se pudo adquirir por 10 centavos.
Junto a la leyenda kriptoniana, Batman, Iron Man, Spider-Man y otros tantos títulos siguen haciendo gala de ventas heroicas en el mundo entero, ya sea con nuevas aventuras o bien reediciones de sus viejos números. De acuerdo a los registros de Diamond Comic Distributors, la más grande compañía distribuidora en Norteamérica -encargada de ‘mover’ a Dark Horse, Marvel, DC y otras- los cinco cómics más vendidos en 2009 fueron Amazing Spider-Man # 583 (con Obama en la portada), Blackest Night # 1, Captain America Reborn # 1, Batman and Robin # 1, y Blackest Night # 2.
No todo es superfuerza estadounidense; los tirajes semanales de manga venden asimismo cuantiosas cantidades de copias tanto en su natal Japón como en el resto del mundo. Se estima que Shōnen Jump, una de las revistas de manga más notorias en la actualidad, vende un promedio de 2.8 millones de copias por semana, con todo y que únicamente está disponible en seis países (Japón, Estados Unidos, Alemania, Canadá, Brasil y Suecia). Asimismo, el manga se ha vuelto el protagonista de las convenciones de cómic que anualmente se realizan en diversas naciones; de igual forma, son más que conocidos los concursos de Cosplay, en donde los seguidores del manga (junto a los del anime, los videojuegos, etcétera) se caracterizan como sus personajes favoritos.
Algunos opinan que el cómic habría muerto hace varios años si no hubiera tenido el apoyo de las series animadas de televisión, el cine, los videojuegos y los juguetes que se fabrican a partir de sus personajes. Asimismo, Internet ha permitido que muchas historietas lleguen digitalizadas a lugares en donde físicamente sería muy complejo conseguirlas. E indiscutiblemente dichos medios han contribuido a su afianzamiento y complementan el crecimiento de su éxito; no obstante, nada reemplaza la sensación de tener entre las manos un cuadernillo o libro impreso y recorrer sus páginas siguiendo la secuencia de viñetas. Y a pesar de que el cine se ha convertido en una vitrina para las grandes historias, no puede haber comparación entre una historieta trasladada a la pantalla grande y una impresa; cada medio tiene lo suyo y se ayudan mutuamente pero el cómic se sostiene por sí solo y, por lo que se ha observado en el transcurso de las décadas, no tiene la más mínima intención de desaparecer.