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Como hace seis años: la Presidencia contra AMLO

JESÚS CANTÚ

Una de las obsesiones que guiaron el mandato de Vicente Fox fue impedir que López Obrador fuera su sucesor y eso marcó una buena parte de su agenda de gobierno durante la segunda mitad de su mandato: pretendió reducirle al Distrito Federal la aportación de fondos federales para la educación básica -octubre de 2004-; tras el linchamiento de dos agentes federales en Tláhuac -el 23 de noviembre de 2004- le solicitó la renuncia al Secretario de Seguridad Pública del DF, Marcelo Ebrard; y el más recordado de los enfrentamientos: el desafuero del Jefe de Gobierno capitalino -consumado el 7 de abril de 2005-, entre otros eventos, que precisamente se vivieron en estas mismas fechas hace seis años.

Pero parece que Fox no únicamente le heredó la Presidencia a Felipe Calderón, sino también sus obsesiones, al menos así lo hace pensar la declaración de éste el pasado martes 5 de febrero ante los micrófonos de W Radio, a Salvador Camarena, donde no únicamente ratificó su slogan de que López Obrador era "un peligro para México", sino que la amplió al señalar que "hubiese sido catastrófico para México haber sido gobernado sobre la base de rencor, de odio" y puntualizó que la actitud de López Obrador "antes y después de las elecciones" le provocaron un daño terrible a México.

La actitud de Fox se explicaba en función de que todas las encuestas de preferencia electoral le otorgaban, en esos momentos, una amplia ventaja a López Obrador y el entonces presidente se afanaba en heredarle la Presidencia a otro blanquiazul, es decir, Fox subordinaba su ejercicio de autoridad a su militancia partidista, lo cual, desde luego, no es justificable, pero sirve para explicar sus actos.

Tanto Fox, como sus colaboradores -Rubén Aguilar, su vocero en ese entonces, y Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores- están convencidos que sus acciones, particularmente el desafuero, fueron determinantes para derrotar a López Obrador en las elecciones presidenciales del 2006. Ellos no consideran que sus ataques fueron los que hicieron crecer la popularidad del entonces Jefe de Gobierno capitalino. Al menos así lo dicen en su libro La Diferencia.

Sin embargo, la de Calderón resulta incluso inexplicable, pues hoy todas las encuestas electorales colocan a la cabeza de las preferencias electorales a Enrique Peña Nieto, incluso en la última encuesta publicada por el periódico capitalino Reforma, el pasado 29 de agosto, que es la que mayor porcentaje de votación le reconoce al tabasqueño, el priista aparece a la cabeza con el 43 por ciento de los votos, contra únicamente 24 de AMLO y 15%, de Santiago Creel, como candidato blanquiazul. Si López Obrador y Ebrard compitiesen por fuerzas distintas, la diferencia a favor de Peña Nieto se mantiene en los 19 puntos porcentuales.

En este escenario si Calderón comparte la preocupación de Fox y piensa, igual que su antecesor, que las embestidas presidenciales finalmente minan la popularidad y reducen las posibilidades de ganar de los posibles contendientes de oposición, su mira debería estar centrada en Enrique Peña Nieto y no en López Obrador. De hecho (salvo vuelcos radicales en la vida nacional, que agravasen drásticamente la situación económica de los mexicanos y eso se tradujese todavía en una mayor inseguridad, que prácticamente condujeran al país a una auténtica catástrofe) en estos momentos la izquierda no tiene muchas posibilidades de ganar una elección presidencial, particularmente por las postelectorales de López Obrador y sus conflictos internos.

Pero contrario a esta lógica, Calderón se declara dispuesto a entregarle la banda presidencial a un priista, aunque aclara tímidamente que todavía falta que gane; y, en contrapartida, dirige sus embestidas a López Obrador. Con sus respuestas Calderón parece confirmar las reiteradas denuncias del tabasqueño, en el sentido de que el PRI y el PAN, son la misma cosa y ambos forman parte de "la mafia que se apoderó del país"; pero además acrecienta sus posibilidades (todavía hoy muy reducidas) de éxito, dado que hace girar nuevamente los ojos de los mexicanos hacia el ex candidato presidencial de la izquierda.

López Obrador prácticamente había desaparecido de la los medios masivos de comunicación; en parte, por una política discriminatoria de algunos de éstos, pero también porque la opción del tabasqueño de construir su núcleo de apoyo a partir de recorrer todo el país contribuía a marginarlo de los espacios noticiosos. Pero la referencia presidencial lo coloca nuevamente en la mira de los medios.

Por otra parte, la respuesta de Calderón también muestra una ausencia total de autocrítica, pues culpa a AMLO de la polarización que se generó en el proceso electoral del 2006 y evade totalmente su responsabilidad, cuando es bien sabido que su estrategia de campaña y, particularmente, sus promocionales en los medios masivos de comunicación fueron uno de los factores que más contribuyeron a generar el encono entre ambas fuerzas.

Pero si electoralmente es inexplicable, todavía lo es más en su carácter de presidente, pues resulta totalmente incongruente y contradictorio con sus reiterados llamados a la unidad, es decir, por una parte convoca a todas las fuerzas políticas al diálogo y la unidad para enfrentar los graves problemas nacionales y, por la otra, embiste en contra del líder más reconocido de la izquierda mexicana en estos momentos. Pero además las condiciones actuales del país son totalmente distintas a las de hace seis años; en estos momentos alentar desde la Presidencia la polarización resulta prácticamente un acto kamikaze.

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