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Contingencias peligrosas

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

No hace mucho tiempo los mexicanos pobres de mi generación sufríamos escasez y carestía. Hablar de escasez significaba que el comercio no tenía productos alimenticios o de uso personal que ofrecer en el mercado. Decir que enfrentábamos carestías indicaba lo caro e inestable de los precios para los productos disponibles. Ambas situaciones fueron sufridas por las clases sociales desprotegidas, mas no por quienes tenían liquidez monetaria, ya fuera efectivo o por medio de una tarjeta de crédito o débito.

En las crisis económicas suele sufrir la gente pobre, no los que están forrados de recursos pecuniarios y suelen comprar todo lo que ambicionan, o necesiten o no lo necesiten. Estas personas saben, además, que el gobierno nacional vela por sus quehaceres, causas y haberes, pues apenas se declara formalmente una situación de crisis en la economía, los senadores y los diputados empiezan a parlotear, a falta de otra cosa, sobre la urgencia de proteger -"blindar" dicen -- a los bancos y a los banqueros, a las grandes empresas industriales, a la alta burocracia y a los grandes ahorradores, mas nunca piensan en las clases más necesitadas y desprotegidas de la sociedad.

De aquí que las clases populares sean las que batallen contra las crisis. Por experiencia secular la gente pobre ha hecho un durísimo callo para sortear las dificultades económicas: están forrados por kilómetros de abnegación y estoicismo al grado de ser parte natural de su propia piel. ¡Y vaya que enfrentamos una historia repleta de serias dificultades económicas!

Primero fueron "los tiempos de la necesidad" después de la guerra de independentistas de 1810 cuando el pueblo de México acababa de enfrentar decenas de años de auténtico sufrimiento a causa de las hambrunas provocadas por las guerras civiles de resistencia a la conquista, de independencia y de reforma. Esta última duró tres aciagos años. Luego prosiguieron, consecutivas, varias invasiones militares con propósitos de apropiación: el despojo de Texas, la incursión en México del Ejército de los Estados Unidos entre 1847 y 1848. La invasión del tercer imperio francés entre 1862 y 1867. En estas guerras civiles y después de ellas en otras las familias mexicanas revivieron los viejos tiempos de la bíblica necesidad.

En 1876 iniciaba su largo ejercicio en el poder nacional el general Porfirio Díaz Mori, quien había llegado al mando nacional después de dos frustradas rebeliones contra la reelección del presidente Benito Juárez y de don Sebastián Lerdo de Tejada. Díaz ganó una perpetuidad de 34 años en la Presidencia de la República en medio de una tranquilidad obligada, ya que el férreo puño del oaxaqueño no guardaba contemplaciones ante protestas e inconformidades de los grupos políticos cuyos líderes sólo tenían dos alternativas: ser conducidos al paredón de inmediato o sufrir un encierro casi perpetuo en las húmedas mazmorras de San Juan de Ulúa si es que les iba bien. Las clases económicas superiores sufrían poco, pero las medias y bajas padecían al doble.

Luego surgió la oposición democrática de don Francisco Ignacio Madero. Ya era el siglo XX, año de 1910. El combate a la dictadura de Porfirio Díaz acarreó sus propios males al país. Los días medulares de la Revolución mexicana dejarían más de un millón de muertos a lo largo y ancho de la República, aunque nadie contabilizó nunca los decesos provocados por la inconformidad maderista y carrancista, los cuales se empalmaron a las pocas defunciones de las dos guerras mundiales europeas 1914 - 1918 y 1939-1945. Ingenuamente pensábamos que México iba a estar exento de sufrir las consecuencias directas de estos casos bélicos, y no reflexionamos en las consecuencias de los dos períodos de las dos postguerras mundiales escenificadas en Europa.

Y es que cualquier guerra, casera o internacional, pega duro en la economía y transmite sus efectos a otros países, ya gravados por la debilidad de sus economías. Sobreviene entonces la escasez de alimentos, después aparece la inflación que incrementa los precios. Luego se presenta inflación monetaria y en seguida la devaluación de la economía que luego redunda en deflación que aborta hijuelas como el hambre, la insalubridad, el desempleo, las epidemias y otras circunstancias parecidas difíciles de controlar.

Detener y controlar los fenómenos económicos no resulta fácil, pero los soportamos y después saltan las consecuencias por otros lados. Al desbarajuste económico pueden seguir otros desbarajustes. El clima político del mundo empieza a hervir de nuevo y las sociedades humanas se agitan por obra y desgracia de una juventud anhelante de tantas reformas de Estado como países hay en la superficie de la Tierra. Cuidémonos, entonces, de los existencialismos desquiciantes, de los nihilismos destructivos y de las confusiones filosóficas. Más nos vale...

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