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Contra natura

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

No hay peor pecado que arremeter contra la madre naturaleza. Nada más aberrante que desviarse de su cauce o maldecir sus instrucciones. Nadie tan soberbio como quien pretende corregirle la ortografía. Se nos dice que ir contra la naturaleza es propósito absurdo. En algo tienen razón: el mar se reirá de quien lo quiera quieto. Pero los que desean sujetarnos al imperio natural no lo hacen para advertirnos de su fuerza sino para sermonearnos con su sabiduría y su misteriosa bondad. Pontifican que la naturaleza es sabia, pretendiendo que olvidemos su crueldad. Preconizan que la naturaleza perfila siempre la virtud, como si no conociéramos su impiedad. Un hombre que nunca se vio los pezones llegó a decir que la naturaleza no hace nada en vano. La teología se apropió después de esa confianza para subordinarla a una inteligencia suprema, bondadosa e infalible. Será entonces que la creación es aleccionadora: de ella aprendemos no sólo causas y efectos, sino también moralejas.

Nos dicen que nuestras instituciones existen para rendir homenaje a una inteligencia sobrehumana. Nos advierten que el límite de nuestra voluntad está en los preceptos naturales. Por ello las reglas han de escribirse con reverencia, con humildad: traducir para los hombres aquello que la infalible naturaleza ha redactado para los planetas, las hormigas y las familias. Si no somos capaces de alterar la órbita de la Luna, no toquemos las instituciones naturales. Se sabe que nunca la letra humana alcanzará la belleza de la caligrafía original, pero debe tenerla siempre como modelo. Sólo un monstruo como Óscar Wilde pudo ofender a la naturaleza comparándola desventajosamente con el arte. ¡Qué pasados de moda están los atardeceres!- decía en "La decadencia de la mentira". Ya nadie puede interesarse en ellos. ¡Sólo el sentimentalismo provinciano puede conmoverse con una puesta de Sol! Uno de sus personajes relata la invitación a contemplar la gloria del cielo. Al asomarse a la ventana no pudo ver más que un Turner de segunda categoría. Una pésima imitadora del arte resulta la naturaleza. Una puesta de Sol es un cuadro de Turner en su peor época, con todas las fallas de su pintura exageradas de manera grotesca.

La política no puede seguir la insolencia de Wilde ni los pincelazos de Turner. Por eso jamás podría darle lecciones de color a la naturaleza. Su sitio es subordinado. La ley de los hombres no tiene permiso para enmendar la naturaleza. Pero para serle fiel ha de confiar en sus transcriptores, en aquellos que han logrado comprender su mandato. Quienes hablan en nombre de la naturaleza están convencidos de la unidad de sus preceptos. A pesar de que el mundo parece regodearse en la variedad; a pesar de que el clima, la vegetación y las culturas cambian con el tiempo y en la geografía, los descifradores del código natural se empeñan en trazar una única vía de convivencia, un solo camino del bien, un solo modelo de convivencia. Para ser adoradores de lo natural no son muy atentos a su variedad y muy poco perceptivos de sus caprichos.

Los comisarios de la naturaleza odian tanto lo artificial como lo diverso. Su paladar es incapaz de saborear las inconstancias. Se han convencido de que al bien se llega solamente por un camino. Están seguros de que la naturaleza ha querido para nosotros un uniforme. Por eso creen que no hay más familia que la suya; que no hay más moral que la suya; que no hay comunidad si no es idéntica a la propia. Desde luego, no es la suya, es la auténtica, la natural, la verdadera. El miedo a lo distinto se esconde en mandamientos sobrehumano. Lamentablemente, su dictamen no empata con el mundo que aparece a quien abre los ojos. Por eso se empeñan en negar lo diferente. Así, estos ejecutores de la voluntad natural se sienten circundados por anormales a los que se empeñan en curar. Para el conservador, la naturaleza es una inapelable carta de legitimación: si es natural es necesario; si es artificial resulta sospechoso o, de plano, maligno.

He tratado de decir que la naturaleza no es ordenanza ética y mucho menos recomendación política. Bienvenidas las instituciones contra natura; las alianzas contra natura; las prácticas contra natura; los deseos contra natura. Que a la naturaleza se subordinen las moscas y los beatos.

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