Con toda seguridad cada uno de nosotros tiene sus propios referentes; en lo personal uno que me resulta clave es don Jorge Villegas, a quien más de una vez me he dirigido llamándole con profunda admiración “maestro de la brevedad”. Es un periodista claro y preciso que da cátedra de comunicación a cualquier aspirante a periodista, sin embargo para mí sus mayores atribuciones no son las del profesional incuestionable que hay en él, sino las del ser humano que lo sustenta. Es una persona en extremo sencilla, con absoluta congruencia entre el decir y el hacer; poseedor de una extraordinaria calidad humana, que a todos nos corresponde aquilatar en su justa medida, aunque, de hecho, él no ha necesitado de ningún reconocimiento para estar donde está. Precisamente la columna de don Jorge que acabo de leer esta mañana se refiere a cómo Haití pasará a ser secundario dentro de poco, pues como él mismo refiere, no hay noticia que dure más de quince días. Me ha dejado leyendo entre líneas grandes verdades, habla acerca de los intereses que tantas veces mueven al periodismo a nivel mundial, y acerca de lo que la noticia en muchos casos representa en términos de pesos y centavos, contra lo que debería representar para el espíritu humano…
La de Haití ha sido una tragedia que nos toca muy de cerca, tanto por la relativa proximidad geográfica como por la doble desgracia de que ocurra un sismo de gran intensidad en una nación ya de por sí depauperada. Además de que nos la hacen presente los medios de comunicación masiva, particularmente la televisión, a lo largo de las veinticuatro horas del día mediante escenas desgarradoras que dan cuenta de la extrema pobreza, la enfermedad y la violencia, pero sobre todo de la desesperanza. Se presenta como un proyecto de novela negra fatalista que habrá de durar mucho tiempo; en el último servicio noticioso de una cadena nacional, refería un reportero haber atestiguado el modo como un hombre mataba a otro a quemarropa por robarle una bolsa de harina.
Eventos de tal magnitud son una buena oportunidad para reflexionar acerca del sentido último de la vida; en esos breves tiempos cuando presenciamos una catástrofe de esta naturaleza, es cuando, como un destello, comprendemos que ninguno de nosotros tiene la vida asegurada, y que así como de un plumazo puede borrarse una ciudad como Puerto Príncipe, de igual modo a cualquiera de nosotros se nos escapa la vida en un instante, sin oportunidad alguna de enmendar ninguno de nuestros yerros, y que más vale entonces vivir a partir de dicha perspectiva, procurando no tener cuentas pendientes con la vida.
En lo personal encuentro saludable seguir el pensamiento oriental con respecto a la muerte, esto es, tenerla presente en el pensamiento al levantarnos cada mañana, de manera de vivir el día como si fuera el último, aprovechando las oportunidades que ofrezca. De esta manera, de tanto tenerla presente día a día, comienza a asumirse como un proceso natural que finalmente habrá de llegar, y no como habitualmente la evocamos los occidentales, un trance terrible que hay que evitar a toda costa, tantas veces contraviniendo el orden natural de las cosas.
Pero volviendo al mensaje que nos deja don Jorge en su breve columna: ¿En el caso Haití se está ejerciendo un periodismo como vocación de servicio, o como negocio de grandes empresas? ¿Es necesario un despliegue tan grande de periodistas, reporteros y personal técnico consumiendo los de por sí castigados recursos de los haitianos? ¿La prioridad es el bienestar de los sobrevivientes, o el de los productores?... Estar machacando una y otra, y otra vez con la misma escena desgarradora: ¿Qué efecto se espera que produzca en el televidente? Si la intención es que el público se toque el corazón y done recursos para aquel país, ¿por qué no colocar durante las transmisiones una ventana con la información acerca de las instituciones receptoras de bienes?...
Dice la sabiduría popular que el onceavo mandamiento es no estorbar, y en este caso de Haití considero que es totalmente válido por una vez en la vida revestirse de sentido común y calidad humana, limitar la cobertura de los medios de comunicación, y dar paso a la atención de los rubros más urgentes. Todos entendemos que levantar ese país de nuevo va a ser una labor titánica, y si reprobamos la intervención de los Estados Unidos como líder en la labor de poner orden, entendamos que no había otra manera de apagar el caos y comenzar la reconstrucción.
Don Jorge: ¡Cuánto aprendo de sus palabras! Pero, créame, ¡aprendo más entre líneas, en la reflexión obligada que usted nos hace suponer a los lectores como propia!
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