Dentro del panorama urbano hay elementos que despiertan una emoción particular, para mí una casa abandonada o a punto de ser demolida es una imagen que llega a lo profundo e inspira sensaciones como abandono y desolación.
Una cosa es cierta, las ciudades se renuevan, y muchas veces las viejas estructuras se tumban para dar paso a modernas construcciones de cara al porvenir. Fue precisamente frente a un edificio antiguo en proceso de demolición, donde observé lo que hoy me ocupa: Las paredes se habían echado abajo pero no así los cimientos, el esqueleto compuesto por castillos distribuidos de tramo en tramo se mantenía en pie.
No pudieron los primeros golpes derruirlo, y al momento desconozco qué destino vaya a tener, si la reedificación o la muerte, pero por lo pronto es mi inspiración.
Frente a dicha imagen, esta vez las sensaciones de abandono y desolación cedieron su paso a la curiosidad, oteé por un boquete y el siguiente de lo que ayer habrán sido ventanas, sólo para observar que el caso se repetía en los vestigios de las distintas habitaciones: los armazones estaban intactos.
Se antoja hacer una analogía entre edificios y hombres, ¡qué poco tiempo habrían tardado los mismos albañiles en demoler una casa prefabricada en la cual la cimentación prácticamente no existe!… Hablando de relaciones humanas, sobre todo las afectivas hay un contraste entre la resistencia de una unión bien cimentada contra la enorme labilidad de estructuras hechas a la ligera, sin la firmeza que da el tiempo. En esta época cuando el hedonismo determina en buena medida nuestro comportamiento, son frecuentes las relaciones “light” en las que prevalecen la diversión, la sensualidad y la gratificación… encuentros efímeros que van desde una noche, un fin de semana de locura; quizás reales o virtuales, cargados de emoción, hasta uniones de pareja que a la primera diferencia truenan.
En el momento cuando aquel principio de placer que llevó a construirla ya no se halla presente con la misma intensidad del inicio, surge para la relación el principio del fin. Y así tenemos individuos que van por la vida con toda una colección de relaciones “light” en su haber… quizás de jóvenes alardeen de lo que seguramente llamarán “su buena fortuna con el sexo opuesto”, pero conforme pasan los años comienzan a sentir en su interior un vacío cercano a la desolación: La energía decrece; la enfermedad comienza a hacerse presente; los rasgos del carácter se acentúan, y no va a ser sencillo a esas alturas desarrollar una relación armónica de largo plazo.
Entonces sucede que ahora cuando la persona desea una compañía para la vejez, resultará bastante más complejo conseguirla. Yendo a los orígenes de estas relaciones humanas descubriremos que las edificaciones sólidas que tienen una firme cimentación y no se derrumban al primer golpe, son las que fueron construyéndose poco a poco; hablando de relaciones de pareja tal vez sean aquéllas en las que primero existió una creciente amistad, que con el tiempo llevó a encender la llama de amor.
Por otra parte los romances que nacen del gran chispazo, donde corren torrentes hormonales y las emociones viajan en montaña rusa, difícilmente perdurarán. Generalmente ese derroche de energía del principio se irá apagando con el tiempo, y aquellas parejas atractivas como de telenovela que fueron la envidia de tantos, terminarán en un plazo no muy largo, pero además lo harán con una buena carga de desgaste personal.
Mi padre fue ingeniero civil, dentro de mis recuerdos de muy pequeña están el olor del cemento recién fraguado y un montón de imágenes, entre ellas la del entramado sobre la tierra, del cual emergerían aquellos ramilletes de varillas que luego unían para formar los castillos, que finalmente remataban en la urdimbre del techo donde en su momento se haría el colado.
De igual modo parece que estoy viendo el rictus de preocupación del viejo cuando tocaba colar y amenazaba lluvia, lo que ponía en riesgo la firmeza de la estructura definitiva; ha de ser la misma preocupación que viven los novios cuando surgen los problemas grandes y pequeños de la relación, hasta que finalmente ésta logra consolidar conforme al plan original.
Hay en estos tiempos una enfermedad que nos está matando, se llama prisa por vivir: Si no estamos conscientes para evitarlo avanzaremos en carrera tal, que quizás ni sabemos a dónde nos llevan nuestros pasos… Hoy ante aquel viejo edificio, observando cómo los golpes no hicieron mella sobre los cimientos, entendí que lo más importante para cada uno, aquello que trasciende necesita su madurez.
Lo que ha de permanecer se planta con firmeza, sin escatimar recursos, con el tiempo de nuestro lado como el mejor maestro.
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