Los elementos del pasado son
un referente: Llámense edificios,
piezas, crónicas. De entre
ellos hay algunos que en
particular nos remiten a tiempos
que la modernidad dolorosamente
fuerza a emprender
la ruta del olvido. De este
modo cada ciudad tiene sus
propios objetos que cumplen
una función de pundonor,
constituyen afortunado recordatorio
de los propósitos que
a nuestros padres y abuelos
impulsaron a poner todo el
entusiasmo en la creación de
un mejor mañana para nosotros.
Terminar con ellos así
como así equivale a arrancar
de manera cruenta pedazos de
nuestra historia, fragmentos
que nos validan y enraízan al
suelo que nos vio nacer.
Un pueblo es tan noble como
grande sea su capacidad
para no olvidar. En la medida
en que mantengamos viva la
memoria de quienes dieron el
alma por su tierra estaremos
retribuyendo en algo a su entusiasmo
y su empeño. Lomenos
que podemos hacer por
honrarlos es no excluirlos de
la crónica viva de nuestros
tiempos; concederles un lugar
digno en los anales de la historia;
salvarlos de la ingratitud
de la desmemoria.
Con motivo de las festividades
del Bicentenario/Centenario
se han emprendido en el territorio
nacional iniciativas de
remodelación, muchas de ellas
muy injustas para la historia.
Un buen ejemplo, en la ciudad
de San Luis Potosí de buenas a
primeras retiraron un monumento
a la memoria del insigne
poeta nacido en esas tierras,
Manuel José Othón para colocar
una monumental astabandera,
como parte de ese fervor
patrio que nos desborda a los
mexicanos en las fiestas y que
luego solemos desatender en
nuestro diario desempeño.
En lo particular me parece
que si robamos a nuestros poetas
el espacio histórico que
por derecho les corresponde,
estaremos dejando fuera el espíritu
que impelió a hombres
y mujeres a lanzarse con pasión
por su patria. El poeta es
el cronista del corazón de las
cosas, y sin su presencia quedan
los hechos despojados del
latido vital que convirtió a cada
uno de estos eventos en extraordinarios
para la memoria
viva de los pueblos.
Recientemente platicaba
con unos amigos cuya juventud
transcurrió en un Piedras
Negras plácido; el primer cuadro
albergaba dos importantes
recintos diseñados a principios
del siglo pasado como
teatros, y que ya para los años
cuarenta pasaron a ser salas
cinematográficas. Ahí se reunía
toda la muchachada los
domingos por la tarde, luego
de haber cumplido con la familia
y con el precepto dominical.
Escuchar las sabrosas
anécdotas de aquellos años;
transportarse con la imaginación
a los momentos que ellos
relatan con tanta pimienta, es
una manera de aprender a
amar más a nuestro México.
Un rescate histórico que en lo
personal me obliga a recurrir
a la palabra escrita, la mejor
aliada en contra del olvido.
La historia oficial no está
exenta de ser desvirtuada
atendiendo a intereses del productor
o autor en turno. Hay
múltiples ejemplos de ello, inclusive
versiones que se dan
por absolutas durante un sexenio,
habrán cambiado de
manera considerable para el
siguiente. Entonces podemos
decir que los relatos orales
cumplen con el rescate de la
verdadera historia; al margen
de interpretaciones oficiales
nos enseñan a mirar de manera
única nuestro patrimonio,
y dentro de él los elementos
arquitectónicos.
Superadas en sus aspectos
más urgentes las contingencias
que dejó el huracán Alex,
se retoman en esta frontera
las obras de la Gran Plaza y el
Paseo del Río. Invita a una reflexión,
pues es otra vez invertir
recursos en obras no prioritarias
que bien podían esperar
mejores momentos para
reemprenderse. Por otra parte
en los tiempos actuales las
familias no se animan con
tanta facilidad a asistir a sitios
públicos en donde se exponen
a una violencia intencionada
o accidental, pero finalmente
de alto riesgo.
Claro, los proyectos están
planeados y aprobados desde
tiempo atrás, atendiendo a paradojas
muy nuestras, aún
cuando para resarcir los daños
provocados por el huracán no
alcancen los recursos, y no parezca
haber manera de distraerlos
de otros rubros para
atender la emergencia… Los
planes siguen adelante; los
fuegos artificiales comienzan
ya a prepararse, entonces valga
a estas alturas solamente
insistir en que los nuevos diseños
no dejen fuera a nuestros
queridos testimonios del ayer.
Es prioritario enseñar a nuestros
niños a honrar la memoria
de esos héroes vitales, los
que han rescatado para nosotros
las estrellas de una noche
apacible para invitarnos hoy a
soñar en un México posible, a
través de su música; de su fe;
de su poesía. A través de su
quehacer cotidiano que ha
quedado impregnado en fachadas,
plazas y recintos como un
recordatorio de que el amor a
la patria es un amor vivo que
no precisa de fechas especiales
para expresarse.
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